Gabriel Silva Luján
16 Enero 2023

Gabriel Silva Luján

Subsidios, regalos y clientelismo

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A pesar del avance de la modernidad y de todos los cambios ocurridos en la sociedad, el clientelismo sigue siendo un fenómeno omnipresente en la política colombiana. Los políticos siguen construyendo lealtades electorales ejerciendo como intermediarios frente a la ciudadanía para acceder a los recursos y servicios públicos. Dispensando empleos, contratos, privilegios, subsidios y corrupción, no solo reciben respaldo político y electoral, sino que también por esa vía financian campañas y se enriquecen. (Francisco Leal Buitrago, Estudios sobre el clientelismo en el sistema político en Colombia, Uniandes/U. Nacional 2018).

Históricamente, el desmonte del clientelismo ha sido una de las principales banderas de quienes luchan por construir una democracia más transparente. Son reconocidos Carlos Lleras Restrepo, Luis Carlos Galán y el Nuevo Liberalismo, como actores que han dado esa pelea dentro de los partidos tradicionales. Sin embargo, la izquierda, la más perjudicada por esa distorsión estructural de la democracia colombiana, ha sido la que más ha batallado para lograr su abolición.

Sin duda millones de colombianos desesperados con la perpetuación de los clanes familiares en la política, con la corrupción, con la compra de votos y con el clientelismo creyeron que eligiendo a Gustavo Petro y a sus amigos del Pacto Histórico se iniciaría el desmonte definitivo de estas formas antidemocráticas de hacer política. Para mal del país y para decepción de quienes tenían esa esperanza, la conformación del gabinete, los nombramientos, la designación de embajadores y de muchos funcionarios de este gobierno replica el patrón tradicional de repartija burocrática característico de las peores variantes del clientelismo.

El presidente Petro -apoyado por varios de los más sagaces y avezados zorros de la política tradicional como Roy Barreras y Armando Benedetti- se ha convertido en discípulo aventajado de las prácticas más típicas del clientelismo tradicional. Sin embargo, ahí no van a parar las cosas.

Este gobierno va a añadirle una nueva capa al clientelismo bien distinta a la que han estado acostumbrados los políticos colombianos. Como se sabe, la intermediación Estado -> Ciudadano la hacen los políticos controlando las nóminas, el gasto y los procesos de contratación. A estos se le suma la inclusión de partidas regionales y locales en las negociaciones del presupuesto y del Plan de Desarrollo, que quedan asignadas intuitu-personae a los políticos que luego a su vez las distribuyen entre sus gamonales y simpatizantes a nivel local. Esa es la cadena tradicional de la construcción de la lealtad político-electoral.

El gobierno ha concebido una nueva forma de hacer clientelismo que hace de los políticos tradicionales un interlocutor secundario, quizás innecesario. El propósito es romper la intermediación que ejercen esos actores, saltándose ese escalón, para que la lealtad político-electoral recaiga en cabeza del mandatario y del poder ejecutivo. Este ya no se puede lograr con el viejo clientelismo de los puestos y los contratos. Se necesita algo nuevo. Estamos hablando del clientelismo de los subsidios y las ayudas directas, el neo-clientelismo.

La estrategia se basa en multiplicar los subsidios, ayudas, descuentos y concesiones que impactan directamente el bolsillo de los ciudadanos o de grupos de interés. El populismo conoce muy bien el efecto de lealtad que eso genera. Así se construyó el peronismo, así se consolidó el PRI en México, así ha sobrevivido el chavismo en Venezuela. Por eso quería el presidente Trump que le dejaran firmar los cheques de los billones de dólares en apoyos que se giraron directamente a los ciudadanos estadounidenses.

En lo corrido del gobierno se ha decretado a discreción del presidente Petro, y sin estar contemplados en presupuestos, en políticas públicas, en proyectos avalados por Planeación, toda clase de ayudas, prebendas, privilegios, descuentos y subsidios. Al mejor estilo de los caudillos latinoamericanos, se reparten dádivas a diestra y siniestra, sin que estén articuladas a políticas públicas sostenibles.

Ejemplos: un descuento al Soat que puede valer del orden de 2,5 billones de pesos; un congelamiento de los peajes que puede costar 600.000 millones más; una mesada de 500.000 para adultos mayores que significa un gasto del orden de 18 billones; los cien mil jóvenes “promotores de paz” a millón de pesos que representan 12 billones; y el ampliado programa de ingreso solidario orientado ahora hacia las madres cabeza de familia que eventualmente pueden representar 38 billones de pesos más. Esto para empezar.

Independientemente de los aspectos presupuestales, de las consecuencias para la estabilidad macroeconómica de esta avalancha de subsidios y del deterioro de la calidad de las políticas públicas, el impacto político que tendrá este “neo-clientelismo” será devastador para la democracia. La lealtad comprada de esta manera, sin duda, llevará a que todos los políticos se quieran pasar al Pacto Histórico que es donde está la plata. Para eso es que la reforma política propende por la eliminación del castigo al transfuguismo. El partido del presidente será el colector donde aterrizará toda la politiquería tradicional. Efectivamente, Petro se va a quedar con el pan y con el queso en materia de clientelismo. No nos extrañemos de que una mañana no muy lejana nos levantemos y Petro se haya convertido en el caudillo de un partido hegemónico invencible en las elecciones. Y hasta ahí llega nuestra democracia.

Cuenta de Twitter: @gabrielsilvaluj

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