Conocidos los resultados finales de las elecciones en Estados Unidos hay que reconocer, con algo de preocupación, que Donald Trump arrasó desde donde se evalúe: voto popular, mayorías en el Senado y muy posiblemente en la Cámara de Representante y victoria en los siete estados bisagra, incluyendo el que se consideró la joya de la corona: Pensilvania.
Esta victoria arrolladora manda un mensaje contundente sobre lo que Estados Unidos desea en el corto y mediano plazo: una política contra inmigración ilegal, aumento de aranceles y un rol activo en las decisiones diplomáticas de los diferentes conflictos internacionales. Esto sin mencionar que posiblemente pondrá en riesgo los grupos de derechos humanos y las políticas progresistas de equidad de género.
Por un lado, esta segunda administración de Trump empieza con una alta concentración de poder en la rama ejecutiva, planteando importantes desafíos para la democracia en Estados Unidos. Si le sumamos la posible alineación entre la rama ejecutiva y legislativa y el corte conservador que tiene la Corte Suprema, existe un riesgo de que se ejecuten políticas poco representativas de la diversidad ideológica del país.
Quizá desde el cuarto periodo de Franklin Delano Roosevelt no se veía un presidente con tanta concentración de poder retando la institucionalidad democrática. La falta de contrapesos puede conducir a decisiones que reflejan una visión homogénea, sin espacio para el debate plural y la autocrítica que caracterizan a una democracia moderna.
Por otro lado, la posible conformación de un eje Estados Unidos - El Salvador - Argentina podría dejar a Colombia en una posición de aislamiento. El presidente Petro ha distanciado a Colombia de varios de sus aliados históricos en América Latina. La relación con Brasil se ha enfriado, Chile nunca mostró un apoyo sólido en la posición débil frente a los resultados electorales de Venezuela y México, estrenando Gobierno, busca enfocar su vínculo con su vecino del norte, dándole prioridad a sus intereses con Estados Unidos antes que con la región latinoamericana.
De igual manera, ante la inminente lucha contra la inmigración ilegal, otro coletazo de la victoria de Trump será la posible llegada de una nueva ola de inmigrantes a Colombia. A menos que se resuelva de fondo la situación política de Venezuela, que a juzgar por la situación poco se avanzará, el Gobierno Petro y quien lo reemplace en 2026 deberá saber darle manejo a los cientos de miles de nuevos inmigrantes.
Frente al componente económico, la anunciada decisión de aplicar aranceles a productos importados podrá afectar la precaria industria colombiana. En un momento en el que el país necesita abrirse al mercado internacional para reactivar su estancada economía, estas barreras comerciales limitarán el crecimiento y harán que los productos nacionales pierdan competitividad.
Por último, a diferencia de 2016, el Trump de 2024 es un personaje ya conocido. A lo largo de su campaña su discurso misógino y xenófobo, acompañado de actitudes de desprecio hacia las instituciones, enviaron señales de alerta. Una veintena de exfuncionarios de su primer gobierno se distanciaron de él, reflejando su conocido carácter divisivo y problemático, de bully. Incluso varios manifestaron públicamente el peligro que significaba su regreso a la Casa Blanca.
Trump, un delincuente convicto que apoyó públicamente la toma del Congreso el 6 de enero de 2021 y que desprecia abiertamente las instituciones democráticas, representa una amenaza tangible para el orden y la estabilidad de las relaciones internacionales.
Ahora, por creer que en Colombia estamos igual que Estados Unidos y que los problemas que llevaron a esa decisión política son los mismos, posiblemente veremos unos discursos aún más polarizantes de quienes quieren pescar en río revuelto. Muchas veces nuestra clase dirigente subestima la inteligencia de sus electores y le plantea falsos dilemas o escenarios inexistentes. Ya hemos caído en esa trampa, hemos aprendido de nuestras caídas.
Martín Rivera Alzate
Exconcejal de Bogotá
@riveraalzate