
El estilo del gobierno de Trump es el de anuncios agresivos nunca respaldados con análisis serios y previos. Un gobierno a 'Trumpicones'.
Este estilo se ha evidenciado en la catarata de anuncios sobre aranceles que el mundo ha recibido con malestar y las bolsas de valores con desfallecimiento generalizado.
Algunas pistas pueden servir para apreciar la profunda ligereza e improvisación que parece ser la constante con que el gobierno Trump ha diseñado el giro copernicano al comercio internacional que anunció desde el jardín de rosas de la Casa Blanca, la semana pasada:
Primero, prácticamente toda la comunidad académica seria del mundo y la prensa internacional especializada coinciden en que los supuestos técnicos sobre los cuales se diseñó el tsunami comercial decretado por el Gobierno estadounidense se basan en hipótesis y metodologías equivocadas. Y que, por lo tanto, el cuadro de “aranceles recíprocos” que decretó está técnicamente falseado.
Segundo, como lo anotamos la semana pasada desde esta columna, analistas con tanta credibilidad como el premio Nobel de economía Paul Krugman han señalado que el chaparrón arancelario de Trump adolece de deficiencias en las que ni siquiera incurriría un estudiante de bachillerato: a saber, que en los cálculos que ha hecho la Casa Blanca se omitió incluir el comercio de servicios que en el mundo contemporáneo es más importante, cualitativa y cuantitativamente, que el mismo intercambio de mercancías entre las naciones.
Por lo tanto, la base conceptual del paquete arancelario de Trump está viciado desde un inicio al no tomar en cuenta las cifras del comercio de servicios. Al tiempo que los Estados Unidos son deficitarios en el comercio de mercancías con los países más importantes, son superavitarios en el de servicios. Con lo cual, toda su argumentación se viene al suelo.
La balanza comercial de los países está constituida por la sumatoria tanto de los intercambios de mercancías como de los servicios. En estos últimos, los Estados Unidos gozan de una condición favorable con relación a bloques tan importantes como la Unión Europea. Y, por lo tanto, no tienen sustento los aranceles “recíprocos” anunciados con fanfarria por la Casa Blanca.
Tercero, no solo no tienen sustento técnico, sino que han sido presentadas con una arrogancia insólita. A la China, por ejemplo, que se sabía iba a responder con la misma moneda y que en consecuencia anunció un conjunto de aranceles defensivos contra las importaciones provenientes de los Estados Unidos de igual magnitud porcentual (38 por ciento) que los que había recibido para sus exportaciones, le dijo Trump que había jugado mal sus cartas y que había cometido un error. Como quien dice: “yo tengo derecho a imponerle aranceles elevados a usted, pero usted no tiene facultades para imponérmelos a mí”. La China, además, presentó queja formal ante la Organización Mundial del Comercio por todas estas medidas de Estados Unidos. No contento Trump con haberle impuesto a la China aranceles recíprocos del 38 por ciento, la amenazó con un arancel adicional del 50 por ciento si no retiraba sus tarifas defensivas. Increíble.
Cuarto, la arrogancia sin límites de Trump ha alcanzado niveles siderales. En su discurso de posesión dijo, sin sonrojarse, que su gobierno era mejor que el del general Washington, y recientemente afirmó que había recibido un plebiscito de ciudadanos que le solicitaba -cuando apenas lleva tres meses en la Casa Blanca- que pensaba presentarse por una tercera vez a la Presidencia. Cuando las normas constitucionales de los Estados Unidos dicen que solo puede haber dos mandatos para ejercer la Presidencia, salvo especialísimas circunstancias, como fue la Segunda Guerra Mundial en el caso de F. D. Roosevelt. En esta ocasión, agregó Trump: “hay mecanismos para evadir la prohibición constitucional para una tercera reelección”. La arrogancia inconstitucional personalizada.
Quinto, las solicitudes por una tercera reelección probablemente no llegarán, como van las cosas. Amplios sectores de los Estados Unidos le están empezando a dar la espalda al arrogante inquilino de la Casa Blanca. Sus rasgos supremacistas y autoritarios están golpeando a muchos estamentos de la sociedad estadounidense. Empezando por el más golpeado de todos ellos, que será el consumidor de los Estados Unidos, cuando el ventarrón de aranceles llegue a las góndolas de los supermercados y empuje irremediablemente al alza la inflación.
Las multitudinarias manifestaciones que el pasado 5 de abril protestaron en cerca de 1.200 ciudades de los Estados Unidos contra el gobierno de Trump, demuestran que una inmensa cantidad de gente no traga entero sus políticas desconsideradas. La marea de descontento empieza a hacerse sentir.
Sexto: en el breve lapso de unas pocas semanas, el mundo ha recibido atónito el chaparrón de medidas arancelarias de Trump. Las normas jurídicas que regían el multilateralismo en el comercio internacional, construidas penosamente desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial, han volado en añicos. Los Estados Unidos están retornando a un áspero aislacionismo y han dejado de ser un socio confiable para el conjunto de la comunidad internacional.
Y todo esto a 'trumpicones'.
Gagueando:
Cuatro trinos y un discurso, además de un comunicado de la Cancillería, lleva el gobierno Petro tratando de matizar lo que la secretaria de Seguridad del gobierno Trump dice que Petro le dijo sobre el Tren de Aragua.
Quizás no sabremos nunca exactamente qué fue lo que le dijo el presidente Petro sobre el Tren de Aragua. Pero a la oficina oval llegará la versión de la secretaria de Trump y no las cambiantes versiones del Gobierno colombiano.
Es desafortunado que la versión de la secretaría y no la gagueante del Gobierno colombiano sea la que retendrá y en la que creerá el gobierno de Trump.
El cruce de palabras y apreciaciones encontradas sobre el Tren de Aragua se constituye en un desafortunado episodio diplomático que llega en el peor momento: se convierte en una condena anticipada para Colombia en vísperas de la 'certificación' con la que los Estados Unidos miden nuestro compromiso en combatir el crimen y la lucha contra los estupefacientes, certificación que se nos viene encima en pocas semanas.
Cuando los elefantes se pelean, las hormigas sufren.
Ayer no más, Trump pronosticaba arrogante que los chinos irían a pedirle cacao y a suplicarle una negociación ante el alza de 50por ciento que le impuso los Estados Unidos a la China antier, y que lleva los aranceles agregados de las importaciones de China a Estados Unidos a más del 100 por ciento. Pero en vez de ese ruego suplicante, China le responde hoy a Estados Unidos con una nueva alza del 50 por ciento en los aranceles, lo cual lleva a una tarifa agregada del 84 por ciento que deberán pagar los Estados Unidos al llegar con sus productos al mercado chino.
Es impresionante: en vez de responderle a Trump con voces suplicantes –como lo están haciendo otros países asiáticos como Vietnam y Japón–, pidiendo espacios de negociación con el capataz de la Casa Blanca (como creía Trump que iba a suceder), la China le ha respondido con un fuerte puñetazo comercial alzando adicionalmente el listón arancelario.
Posdata:
“Ya escrito este artículo, viene la última noticia de la montaña rusa de Trump: pausa por noventa días a todos los incrementos arancelarios recíprocos, salvo los generales del 10 por ciento -donde está Colombia- que se mantienen. Pero a la China, por el contrario, los aumenta al 125 por ciento. China no se plegó a los caprichos de Trump y le plantó cara.
Ha quedado en evidencia que los caprichos de Trump tienen límites: la firmeza insumisa de la China y la molestia internacional, que son mayores de lo que creyó la Casa Blanca.
