
La segunda llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha sido para la derecha colombiana como el esperado regreso del Mesías que nos anuncia la Biblia. Este retorno fue precedido por el San Juan Bautista argentino, Javier Milei, quien anunció a todos los vientos el día del juicio final con el regreso de Trump. Como buenos discípulos han montado un peregrinaje a Washington con la ilusión de que podrán relatar a sus hijos, nietos y bisnietos –y de paso a los electores colombianos– que estuvieron allí y recibieron el guiño del nuevo Mesías ungiéndolos como apóstoles de la causa en estas tierras de infieles.
Sin poder esconder una sonrisita de satisfacción y el dejo de superioridad que siempre rodea a los iluminados, candidatos y candidatas, aspirantes, políticos y lagartos de la extrema derecha hicieron maletas para asistir al multitudinario y multimillonario pandemonio que será la posesión de Donald J. Trump. ¿A qué se debe ese entusiasmo y esa ferviente adoración de la derecha colombiana por Trump?
La conversión al trumpismo de muchos de los que aspiran a suceder a Gustavo Petro nace de la profunda orfandad política e ideológica que sufre el conservatismo y la derecha en Colombia. El uribismo, refugiado y arrinconado en el Centro Democrático, no ha superado la decadencia de su caudillo y su vilipendiado legado. La herencia de Álvaro Uribe, en la conciencia colectiva, es un lastre ideológico y político que no le permitirá a ninguno de los candidatos asociados a su pasado realmente despegar con la fuerza requerida para obtener la victoria.
Por su parte, el partido conservador solo tiene de conservador el aviso. Ocurre con ese partido como pasaba con un legendario local de Ibagué que tenía por nombre 'El Monasterio' y que era frecuentado no precisamente por castos clérigos y monjas de clausura. Desafortunadamente no serán suficientes los importantes esfuerzos que viene realizando el presidente del senado y cabeza visible del partido, el senador Efraín Cepeda, para redimir la dignidad y viabilidad de esa colectividad. De los partidos tradicionales es quizás el partido conservador el que menos posibilidades tiene de sacudirse el clientelismo y servir de pista de despegue para una candidatura viable de la derecha colombiana.
La derecha sensata está aún más huérfana. Un modesto intento de Iván Duque de crear un centrismo conservador no cuajó. El desprestigio de su gobierno y los traumáticos eventos que rodearon su gestión no es que ayuden demasiado. Y ahora menos cuando una de las grandes esperanzas para el renacer del duquismo es la cercanía que tiene el expresidente con algunos de los personajes –algunos bastante siniestros– que hacen parte de la extensísima cauda que sigue a Donald J. Trump. No olvidemos que el gobierno Duque se movilizó con energía en favor de la primera candidatura del republicano y apoyó oficialmente para la presidencia del BID al candidato de los Estados Unidos, Mauricio Claver-Carone. Vana ilusión la que se hacen los amigos de Duque de que con esas credenciales tendrán con qué armar una candidatura presidencial viable para 2026.
Sin embargo, el dilema que ronda a los candidatos de la derecha no es en nada diferente al que asalta a quienes pretenden suceder a Petro desde la orilla izquierda. Allí también están bastante huérfanos. Los progresistas y liberales de izquierda, que fueron definitivos para el triunfo de Petro en la segunda vuelta, han abandonado por completo al gobierno actual. Además, no serán suficientes los subsidios ni los contratos ni los puestos para borrar una gestión que ha defraudado las esperanzas de cambio que despertó el primer gobierno de izquierda de Colombia. La verdad es que, así como el lastre del uribismo impide que vuelen alto candidaturas asociadas al Centro Democrático, para los aspirantes de izquierda el pobre legado del gobierno del Pacto Histórico es un abultado fardo que llevan sobre sus hombros.
Ante el vacío que hemos descrito, estamos abocados a que tanto la derecha como la izquierda apelen a la radicalización autoritaria y populista que es lo que parece estar funcionando en otras latitudes. Ya se observan los inicios de esa estrategia con el peregrinaje a Washington de tanto derechista criollo y con el avivamiento de la retórica chavista y de lucha de clases que esgrime cada vez con más énfasis el petrismo. En ese escenario, el país está corriendo el riesgo de convertirse en el espacio de una batalla épica entre el autoritarismo de izquierda y de derecha, entre el populismo trumpista y el chavismo desatado. Afortunadamente, los colombianos no somos fácil presa de los extremismos, mucho menos cuando vienen de otras latitudes. Claro, eso será así asumiendo que no seremos tan torpes de quedarnos sin opción, como ya ha ocurrido antes.
@gabrielsilvaluj
