Si es lo mismo el que labura / Noche y día como un buey
Que el que vive de los otros / Que el que mata, que el que cura
O está fuera de la ley
Cambalache
Hay noticias que nos hacen pensar que el autor del tango Cambalache no solo tenía razón en su descripción de ese siglo XX problemático y febril, sino que se quedó corto ante lo que vemos en este siglo XXI. Por ejemplo, los datos sobre las personas más ricas del mundo, o sobre los ingresos de los deportistas mejor pagados del mundo, nos confirman que vivimos en un capitalismo enfermo, decadente y éticamente injustificable.
Es más rentable producir bienes de lujo para una minoría
El hombre más rico del mundo, según la revista Forbes, no es Jeff Bezos, fundador de Amazon, ni Elon Musk de Tesla, ni Bill Gates de Microsoft. Estos fundadores y propietarios de las gigantes tecnológicas que dominan el mundo con sus productos han sido superados por el dueño de un negocio que produce bienes de lujo.
Se llama Bernard Arnault, un francés de 75 años que es el mayor accionista del gigante de los bienes de lujo LVMH, que es propietaria de marcas exclusivas como Louis Vuitton, Givenchy, Dior, Tiffany o los relojes Bulgari y Tag Hauser. Su riqueza se estima en 226.200 millones de dólares. Si tantos ceros lo confunden, calcule que esa fortuna equivale al 65 % del PIB de Colombia, es decir, a la tercera parte de lo que produce el país en un año.
Según el NYT el mercado se ha segmentado entre los que tienen y los que no tienen: mientras se reducen las ventas de firmas del mercado masivo como las compañías de comida rápida (McDonalds, KFC o Starbucks), o cadenas de almacenes populares por un menor gasto de consumo de los hogares de bajos ingresos, cuyos presupuestos se han reducido, aumenta el gasto en bienes menos sensibles al alza de precios como restaurantes, hoteles exclusivos y bienes de lujo. En 2023 el grupo LVHM registró un aumento del 13% en sus ingresos, llegando a 86.200 millones de euros.
Arnault afirma que estos buenos resultados “muestran el atractivo excepcional de nuestras marcas y su habilidad para generar deseo”. Lo que más aumenta en el mundo, no es la compra de bienes necesarios para la subsistencia, sino la compra de bienes suntuarios.
Contradiciendo la convencional ley de la oferta y la demanda, estos son bienes cuya demanda aumenta a pesar de que suban los precios, o mejor dicho se venden más porque suben los precios.
Impresiona que hoy sea más lucrativo el negocio de producir artículos de lujo para una minoría de ricos, que producir bienes de consumo masivo, indispensables para la supervivencia. La razón es clara: los compradores de estos bienes básicos no tienen los ingresos suficientes para comprarlos.
Es un capitalismo enfermo cuando la minoría del 1% puede desperdiciar su riqueza en bienes suntuarios, mientras que miles de millones de personas padecen física hambre, pues no tienen siquiera para comer.
Precios que no corresponden a los valores
¿Quién cumple un papel más importante en la sociedad, las estrellas del futbol que tienen millones de hinchas que los idolatran, o los maestros que día tras día dedican lo mejor de sus vidas a sus alumnos, a quienes guían, educan y forman como ciudadanos?
En esta sociedad en a la que todo tiene un precio, y la mayoría de las actividades humanas una retribución monetaria, si cobra mucho sentido la pregunta desde la perspectiva de cuál es la remuneración de cada una de esas actividades, es decir cómo tasa la sociedad la compensación que debe recibir un deportista frente a lo que se le ofrece a un maestro, lo que refleja el valor que le reconoce la sociedad a cada uno de ellos.
Las diferencias son abismales. Según el portal deportivo Sportico los 100 deportistas mejor pagados del mundo tienen ingresos anuales cercanos a 5.400 millones de dólares, es decir, un promedio de 54 millones por cabeza. El ranking lo encabeza un futbolista, Cristiano Ronaldo, con ingresos de USD 275 millones, seguido por un golfista John Rahm que recoge USD 203 millones, y en un lejano tercer lugar Lionel Messi, con la mitad de lo que recibe Ronaldo.
Asombra que un monstruo del ciclismo como Pogocar capaz de pedalear 2.400 kilómetros para ganar el Giro de Italia, no clasifica entre los 100 mejores pagados, solo recibe 6 millones de euros por temporada. No hay correspondencia entre el esfuerzo físico y los ingresos, ni equidad de género, pues ninguna mujer llegó al top 100.
Por su parte, un maestro bien pagado en Colombia puede ganar unos 2.000 dólares mensuales, es decir, 24.000 anuales. Difícil la comparación de esta cifra con los ingresos de los deportistas, pero para hacerla fácil podemos calcular que Cristiano se gana más de 30.000 dólares por hora; es decir, que cada hora, dormido o despierto, se gana mucho más de lo que recibe un maestro en todo un año. Y el promedio del top 100 necesita tan solo cuatro horas para igualar el sueldo de un maestro.
Son varias las explicaciones financieras de los ingresos astronómicos de esos deportistas: que son los mejores en su campo, que es el valor que generan a sus clubes, que es lo que los aficionados están dispuestos a pagar por verlos, o por comprar los artículos que promocionan, que son las reglas de juego de los negocios del deporte en la era de la televisión y los patrocinios etcétera.
Pero las razones financieras no pueden ocultar que estos precios reflejan una enorme distorsión en los valores de una sociedad que privilegia el espectáculo y reconoce tan poco a quienes construyen el tejido social; lo mismo se podría decir de los médicos y tantas profesiones indispensables para el diario vivir. Es un capitalismo enfermo y decadente que crea ídolos de barro y descuida sus verdaderos cimientos.
Lo mismo un burro / Que un gran profesor, también dice Cambalache