Esta semana se supo que el embajador de Colombia ante la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, FAO, Armando Benedetti, estaba de visita en el país. En efecto, el “diplomático”… pidió una licencia no remunerada y viajó a Barranquilla, entre otros asuntos, a reunirse con el presidente Gustavo Petro. Lo que sabe este columnista es que Benedetti sí se reunió con su esposa Adelina Guerrero Cobo y con el propio Petro, y que está considerando la posibilidad de renunciar la próxima semana a la FAO y volver al país a trabajar en el gobierno. Sigue entonces sobre la mesa el interrogante más importante de estos dos años y medio de mandato: ¿por qué la Casa de Nariño, y algunos de los funcionarios más cercanos al presidente Petro, tienen que seguirse tragando el sapo de Benedetti dentro del Gobierno?
Un alto funcionario de la Cancillería, justo después del escándalo de violencia intrafamiliar que protagonizó Benedetti en España, me dijo que esperaba una sanción ejemplar contra el embajador, por ejemplo que se le pidiera la renuncia, y que si eso no pasaba, el que renunciaría sería él. “No puedo estar en el mismo gobierno de una persona con ese tipo de acusaciones sobre su espalda”, añadió. Meses después, el funcionario sí pidió en distintas comunicaciones que se sancionara a Benedetti, pero nada pasó: ni el funcionario renunció a su cargo, ni Benedetti tuvo sanción alguna por lo que ocurrió. Lo que queda sobre la mesa, a pesar de las aclaraciones estrambóticas del embajador, es el famoso audio en el que le dice a Laura Sarabia, actual directora del Dapre, que si él habla se van todos presos. La ridícula explicación, cada que se le pregunta por el tema, es que en los momentos de calentura uno “se pasa de calidad”, o exagera, pero que en realidad él no sabe nada sobre ningún tema: ni del avión con el logotipo de Daily Cop en el que aparece al lado del entonces candidato, ni de plata para la financiación de la campaña, ni de los 15.000 patacones que mandarían todo al carajo.
Eso, por supuesto, no se lo cree nadie, pero tampoco importa. Los hechos, como dicen, son tozudos, y al embajador -como a otros funcionarios que ya mencionaré- lo protegen desde Palacio. Veremos en qué cargo terminará cuando su proceso de rehabilitación, que ojalá logre superar exitosamente, concluya, y qué dirán públicamente los más fieles seguidores del presidente Petro, que vociferaron que cosas como aquellas jamás sucederían en el gobierno del cambio. El de Benedetti no es el único caso. El País América se ha dedicado a investigar las malas conductas y prácticas del cónsul en México Andrés Hernández, quien fuera jefe de prensa del senador Petro, y persona de la entraña del mandatario. Hay acusaciones para todos los gustos: estafas, robos, maltratos laborales y hasta usos irregulares de recursos públicos. Pero tampoco pasa nada. La última novedad es que la Cancillería, en manos de Luis Gilberto Murillo, decidió apelar la decisión del Tribunal Administrativo de Cundinamarca que tumbaba el nombramiento de Hernández como cónsul. La explicación oficial es que están defendiendo, no a Hernández, sino al trámite adelantado por la Cancillería que justificó su nombramiento. Difícil de creer.
El último caso, y tal vez el más grave, es el de Ricardo Roa, actual presidente de Ecopetrol y quien fuera el gerente de la campaña Petro Presidente. Las denuncias de malas prácticas en la petrolera, además de la influencia de su pareja en las decisiones de la compañía, crecen como Torre de Babel. La acción sigue a la baja, los resultados trimestrales no tienen mayor cosa que rescatar, salvo el fracking en Estados Unidos, y el ambiente en la junta directiva es cada semana más tenso. Roa, que es experto en defenderse de cosas de las que nadie lo ha acusado, sigue allí, respaldado por una junta que ha olvidado que su responsabilidad mayor no es con el presidente o con el gobierno de turno, sino con el país y los miles de accionistas de la petrolera. El gobierno corporativo desaparece, la iguana entra a cuidados intensivos, y el doctor Roa sigue aferrado a su cargo, negándolo todo y repitiendo que todo lo que se denuncia es producto de una suerte de persecución en su contra. Paciencia. Ya veremos lo que se encontrará el día que, finalmente, salga de su cargo.