Federico Díaz Granados
29 Julio 2024 03:07 am

Federico Díaz Granados

Un pacto con la generación de cristal

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Se ha vuelto común en las fiestas retro de mi generación hacer alarde de todas las cosas que hacíamos a finales de los setenta y en la década de los ochenta y que los jóvenes de hoy no hacen.  Por ejemplo, recordamos que podíamos jugar toda una tarde partidos de fútbol en la calle y llegábamos sudando a la casa a abrir la nevera para tomarnos una bebida saborizada instantánea como Tang de naranja que contenía todos los colorantes y endulzantes artificiales. Nada hacía daño entonces. De igual forma comentamos que comíamos pan lleno de gluten y roscones rellenos de bocadillo en esas jornadas cuya niñez habíamos sobrevivido en aquellos parques de barrio donde uno se arrojaba por un rodadero de acero que generalmente lo cortaba a uno con alguna superficie levantada. Nada hacía daño y al parecer nos dotó de defensas. Los partidos de “banquitas” en la calle se interrumpían por el paso de los carros y pudimos sobrevivir después de eso al smog del humo que salía de ellos. Las peleas en la esquina o en los parques que muy bien han sido recreadas por la serie Los Billis o la novela Los Billis de Unicentro de Felipe Mercado como retratos de una generación o una época en Bogotá.

Sin embargo, todos esos recuerdos cargan un juicio a las recientes generaciones. Volvemos siempre al “Todo tiempo pasado fue mejor”. Aquel tiempo sin celulares ni aparatos electrónicos en los que nos tocaba fortalecer el carácter a punta de calle. Son sin duda tiempos distintos y por eso no comparto esos juicios a las recientes generaciones que se conocen en el nuevo argot sociológico como La generación de cristal. La mayoría de las veces que se acuña este término de manera peyorativa para caricaturizar de que se trata de una generación más frágil y que se rompe con mayor facilidad. Pero ¿acaso nosotros nos les heredamos un mundo mucho más fracturado del que recibimos? ¿Quizás llegamos tarde a la toma de decisiones en el momento que tocaba tomarlas o tomamos las decisiones equivocadas? 

Soy un nostálgico de la cultura de mi generación y suelo organizar mis fiestas de cumpleaños con música de los ochenta y con temática de la época. Lo hago porque fui feliz en mi tiempo, en mi infancia y adolescencia y sigo amando las canciones, películas y programas de televisión que definieron mi educación sentimental. Bailo merengue y canto a todo pulmón los éxitos del rock en español y me emociono con las baladas de Yuri, Pandora, Juan Gabriel y Miguel Bosé. Llené un álbum del grupo Menudo tenía todos sus elepés y podría tener todos los afiches de las películas y comedias de la época porque fue mi tiempo y el tiempo en el que fui feliz con los amigos que forjé para siempre. En aquel momento escuchaba a mis padres hablar con nostalgia de los años sesenta y setenta y que esa sí era una verdadera estética y actitud. Y así sucesivamente como en Medianoche en París de Woody Allen donde nadie se siente conforme y cómodo en el tiempo en el que vive y tiene una añoranza del pasado. 

Ya la generación nacida a finales del siglo pasado y las primeras décadas del siglo que corre tiene sus propios conceptos, sus mitos y sus estéticas que los llenarán de nostalgia muy pronto y que conforman la identidad de ellos. Quizás mi generación hubiera podido hacer un estallido social como lo hicieron los jóvenes de “cristal” y no lo hicimos. Vimos morir a los mejores líderes y nuestra actitud fue un poco más apática y abstencionista. No pensábamos en el cambio climático que muchos empezaban a predecir y veíamos imposible que una acción individual pudiera contribuir a esa transformación ambiental. Solo recuerdo algunos comerciales de desodorantes en aerosol que traían la salvedad “No daña la capa de ozono”. La leyenda que corría por esos días era que el uso de esos aerosoles abriría un hoyo en la capa de ozono y que la humanidad moriría de cáncer en la piel. Motivo de sobra para asustarnos y volver al desodorante en barra o en Roll On. Cuatro décadas después seguimos usando aerosoles y no se volvió a hablar de la capa de ozono.

Si vamos a hablar de fragilidades, todos tenemos características de la Generación de cristal porque en estos años y, sobre todo, después de la pandemia tenemos la sensibilidad más evidente. De alguna forma estamos afrontando complejidades a la par de los jóvenes de hoy y resulta simplista juzgarlos sin hacer una mirada de sus contextos. Están indignados con muchas de las cosas que nos enojaban a nosotros, pero quizás la realidad del presente los hace más vulnerables y la velocidad de las redes han modificado formas de comprensión y de información. Las malas noticias siempre corren más rápido y mucho más en esta época.

A lo mejor mi generación no veía tantos noticieros ni leía a profundidad los periódicos, pero los jóvenes del siglo XXI tienen toda la información verídica o falsa a un clic de distancia y por eso considero pertinente y necesaria su indignación frente a temas como la crisis climática, las inequidades sociales, las brechas cada vez mas grandes entre ricos y pobres, el fenómeno migratorio en el mundo, las guerras,  las violaciones de los derechos humanos y las discriminaciones de género, raza, identidad sexual, étnica o religiosa, la salud mental entre tantos otros temas Y todo eso lleva a una frustración colectiva ante la posibilidad cada vez más clara de un “No Futuro”.

Por eso, en medio de la celebración de aquel pasado nostálgico, deberíamos hacer un pacto de empatía con la generación de nuestros hijos a través de una comunicación más clara y fluida para compartir ideas y miradas del mundo y del presente y el futuro y empoderarlos a ejercer liderazgos en diferentes ámbitos para que enfrenten los desafíos actuales. De igual forma hay que promover una educación que no solo tenga su mirada puesta en los contenidos académicos, sino que vele por el desarrollo emocional y ético. No queremos más niños y jóvenes reventados en la exigencia académica y destrozados emocionalmente. También ese pacto debe fomentar la participación cívica de los jóvenes en los procesos políticos y sociales que les permitirá una apropiación más integral del tiempo y la época que estamos viviendo, y despertará una conciencia y un compromiso más hondo con la transformación social que el mundo necesita y que pasa por todos esos temas que he mencionado.

Aunque se les percibe como frágiles, la nueva generación tiene capacidad de adaptación y resiliencia en el que pueden aprovechar el mundo digital a favor de este presente. La Generación de Cristal representa una fuerza que desafía las convenciones y las figuras de poder y lucha a su manera por un mundo más justo y sostenible.  Si hacemos ese pacto generacional con seguridad contribuiremos, así sea con un grano de arena a la convivencia y el respeto en un mundo más inclusivo, justo y en un futuro prometedor para todos. Es tan solo un pacto para no quebrarnos todos y dejar el futuro lleno de astillas con las que se cortarán las futuras generaciones.

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