Jaime Honorio González
29 Junio 2025 12:06 am

Jaime Honorio González

Una anécdota

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Esta semana, una presentadora de televisión publicó en las redes sociales de su programa los avances de una entrevista que le realizó a la pareja formada por la representante a la Cámara del departamento de Córdoba, Saray Robayo, y Emilio Tapia, condenado no una sino dos veces por varios delitos relacionados –las dos veces con sobornos y corrupción, en resumen, por robarse al Estado las dos veces, primero a Bogotá cuando el tristemente célebre carrusel de la contratación en tiempos del alcalde Samuel Moreno; y después al país entero cuando la desvergüenza de Centros Poblados en el gobierno de Iván Duque, probando de esta manera que se puede delinquir sin problema durante ambas orillas ideológicas.

Seguramente, con su botín pudo las dos vecespagar diligentes abogados que a pesar de todo lo que ha hecho hoy lo tienen libre, dando divertidas entrevistas y caminando plácidamente por las calles de este país, con la conciencia más o menos tranquila, nada que unos malhabidos milloncitos no ayuden a calmar. No debe ser fácil.

Y, además, disfrutando de las mieles del amor. Ambos tienen todo el derecho. Incluso el de contar sus intimidades en público, ni más faltaba que no se pudiera.

Fue así: algunos clips que se alcanzaron a conocer describían momentos privados de la relación Tapia-Robayo en la cárcel donde el convicto cumplía la cuota inicial de su condena, de su segunda condena, valga decirlo. Las risas iban y venían y los tres, entrevistados y entrevistadora, se veían realmente cómodos con la puesta en escena, ella con sus preguntas, ellos con sus respuestas.

Pero, algo pasaba. Algo no cuadraba. Algo evitaba que el público lograra congeniar con las revelaciones sobre esos menesteres entre una congresista y su actual pareja, un condenado (como muchos que hay por ahí), dos veces (eso sí, como pocos) que goza, y de qué manera, de su libertad condicional.

Por eso, casi que de inmediato, los reclamos de los internautas se hicieron sentir. Muchos rechazamos que el desvergonzado apareciera cómodamente sentado y divinamente acompañado, respondiendo a las preguntas de forma tan sincera. Ha sido realmente tan difícil encontrar a Emilio Tapia siendo honesto que su franqueza terminó causando repulsión.

Al mismo tiempo, comenzaron los reclamos contra las preguntas, luego contra la entrevistadora, después contra los periodistas, y también contra el periodismo, y al final contra la prensa. Por eso, al cabo de unas horas, la periodista decidió eliminar las publicaciones sobre la entrevista, tal como lo anunció en un mensaje virtual (que se veía sincero), del que me llamaron la atención dos puntos: el primero, que se da cuenta muy rápido de lo que le está pasando y reconoce su error, muy al estilo de sus entrevistas, sin pelos en la lengua: “cuando uno la caga tiene que reconocer que la cagó”. En Colombia, reconocer las fallas no se usa mucho.

Y el segundo es menos expresivo, aunque igual de puntual: “asumo que Emilio Tapia no era el personaje quizás para entrevistar”.

Estoy de acuerdo, ese no era el personaje; es que no creo que todas las personas merezcan ser entrevistadas porque no creo que todos tengan algo interesante que decirle a la opinión pública. Y en todo caso, hay unos que mucho menos. Y de eso se trata también este oficio: de encontrar, procesar y entregar información de interés para la opinión pública, para una parte de ella, para un pequeño grupo, así sea sólo para algunos pocos, en todo caso que les sirva para tomar decisiones, para mejorar su calidad de vida, para aprender, para entretenerse. Que les sirva de algo.

Por supuesto que a los delincuentes también se les puede entrevistar, pero dependerá de lo que tengan para contar. Y la verdad es que personajes como Tapia poco o nada tienen para decirle a esta sociedad que han engañado sin contemplación, de la que han abusado sin miramiento y de la que se han burlado sin problema.

Tapia aparecía en su bella casa, cómodamente sentado, al lado de su poderosa esposa, luciendo respetable, amable, simpático, inofensivo, casi que cuesta creer que en 2015 lo hayan condenado a siete años de cárcel por los delitos de concierto para delinquir, cohecho e interés indebido en la celebración de contratos, cárcel en la que sólo estuvo tres. 

Y que apenas tres años después, otra vez haya sido condenado a seis años de prisión por los delitos de peculado, fraude y falsedad, y que sólo haya estado cuatro tras las rejas.

Pronto lo veremos de compras en el centro comercial (plata no le faltará), en las revistas de farándula, en los restaurantes de lujo, en los hoteles exclusivos, en sus camionetas blindadas. Pronto apoyará un grupo político, pronto a través de terceros contratará con el Estado. No diré más. En estos casos, el control social no ha servido de nada.  

He visto varias de las entrevistas de Eva Rey en el formato que ella ha propuesto, creo que cumple la función de entretener, pues en general obtiene información personal de sus invitados, creando un ambiente agradable, conduciendo la charla y preguntando sin tapujos, pero de forma respetuosa. Por supuesto, no todos los personajes son igual de interesantes. Aunque, para gustos los colores.

Los consejos de redacción reducen notablemente las posibilidades de que estos errores sucedan, así como la presencia de editores, de puntos de vista, de experticias. Todos los días se aprende en este oficio. 

Lo que pasa es que, como pintaba esa entrevista, los crímenes de Emilio Tapia habrían terminado convertidos en apenas una anécdota. Por fortuna, esta vez, el control social funcionó. Al menos, el virtual.

@JaimeHonorio
 

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