Joaquín Vélez Navarro
31 Julio 2024 10:07 pm

Joaquín Vélez Navarro

Una ceremonia agridulce

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La ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos en París tuvo un sabor agridulce. Por un lado, no recuerdo haber visto un espectáculo tan impresionante para dar inicio a una competición deportiva como la que tuvo lugar el viernes pasado en la ciudad de la luz. Fueron extraordinarias, y sumamente bellas, las presentaciones de ballet contemporáneo en el Louvre, mientras los músicos ambientaban desde las ventanas del museo. Muy emocionante, también, ver a las delegaciones de los distintos países recorriendo el Sena en los tradicionales “bateau-mouche”. No se quedaron atrás las presentaciones de los artistas invitados, cada una mejor y más potente que la anterior. Empezando por Lady Gaga que interpretó con Mon Truc en Plumes y Aya Nakamura cantando su Djadja, una de las canciones en francés más escuchadas durante 2019 y 2020. Continuó la impactante presentación de Juliette Armanet, que entonó Imagine de John Lennon en un lindo escenario que flotaba sobre el Sena. Para finalizar con broche de oro, Celine Dion apareció en la mitad de la torre Eiffel, con un elegante vestido de Dior, y cantando el Hymne à l’amour de la célebre cantante francesa Édith Piaf. Simplemente conmovedora su aparición, aunque cualquier palabra se queda corta para elogiar lo que hizo la canadiense.

Todo esto, más el maravilloso recorrido del caballero de metal a lo largo del Sena, la impecable iluminación de los distintos monumentos parisinos, el emocionante momento en que Zidane le entregó a Nadal la antorcha olímpica, el globo flotando en el aire una vez esta lo iluminó, y el escenario de fondo de la que para muchos es la ciudad más linda del mundo, hicieron de la ceremonia, a pesar de la lluvia, una para los libros.

Pero no todo fue color de rosa. Hubo un pequeño detalle que indignó y ofendió a muchos. Especialmente a católicos y otros cristianos. Para celebrar y reivindicar la diversidad, hay un momento de la ceremonia que varias personas han interpretado como una reproducción y parodia de la “Última Cena”, pintura en la que Da Vinci captura el momento en el que Jesús devela a sus apóstoles que uno lo va a traicionar. Los organizadores negaron después de la controversia que se hubiera querido reproducir esa pintura, y mucho menos esa escena religiosa. Por el contrario, dijeron que lo que se quería presentar era le festividad con la entrada de Dionisio, el dios del vino. Otros usuarios, en su defensa, dijeron que en realidad la escena parecía recrear más otras obras como El banquete de los dioses de Johann Rottenhammer y Jan Brueghel. Sin embargo, reproduciendo las imágenes es difícil pensar que no se trata de una recreación de la Última Cena.

Está muy bien que Francia y los organizadores de los olímpicos hayan querido mostrar un mensaje y una imagen de diversidad, inclusión y unidad. Una Francia, y una Europa, en donde todos caben y en la que se reivindique a grupos que han sido oprimidos e históricamente discriminados. Más cuando hoy en día están presentes tantos discursos de odio, excluyentes y racistas. También es muy valioso que hayan hecho alusión a su compromiso con la unión de Europa, y que hayan mostrado los valores que son importantes para ellos, como lo son la libertad, la igualdad y otros derechos humanos. Pero para eso no era necesario burlarse de otros, muchos menos en los juegos olímpicos que buscan, entre otros, unirnos como especie para celebrar a los más grandes de las distintas disciplinas. Más, porque lo único que se logra con este tipo de parodias es generar un mayor rechazo frente a las poblaciones que se quiere reivindicar. No es, en efecto, la mejor estrategia que los que hagan parte de la burla sean los mismos a los que se quiere reivindicar.

La parodia no sumó nada. Y lo que se consiguió fue todo lo contrario: más odio y prejuicio frente a las poblaciones que se quería reconocer. Una lástima, pues sin ese pequeño pero ofensivo punto negro, habría sido una ceremonia perfecta.

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