
Aparentemente el Gobierno no tiene en cuenta que el bajo crecimiento económico actual, y el que se prevé para los próximos dos años, no va a poder mostrar resultados sociales compatibles con sus aspiraciones y compromisos. En la última reunión en Washington de los miembros del Banco Mundial y el FMI, las autoridades económicas de la región recibieron el mensaje de que con crecimientos del 1 o 2 por ciento anuales, que probablemente van a ser los del PIB colombiano en los próximos años, no van a resolver los problemas más apremiantes de pobreza, informalidad y desigualdad que prevalecen en el continente. Fedesarrollo no se cansa de advertir que la inversión ha caído por debajo de los niveles que se necesitan para sustentar un crecimiento elevado, el desempleo ha vuelto a subir y la participación del trabajo informal continua superior al 50 por ciento de la fuerza laboral.
El presidente ha puesto la relación entre la informalidad laboral y la miseria en el centro de la discusión pública sobre política social. Dice, refiriéndose a la juventud pobre desempleada: “Esa juventud pobre no era la de las universidades, no tenían ni siquiera el privilegio de estudiar. Pasaban todos los días deambulando por las calles tratando de rebuscarse en combos, a veces perdidos, a veces sin ubicar lo que podría ser un destino, una misión. Fueron saliendo a esas esquinas de los barrios populares a plantar una bandera, a poner una barricada”. Le atribuye su triunfo electoral a esa juventud y a sus barricadas, y describe la angustia de los que viven del rebusque en la miseria: “Si a una mamá, por allí, en un barrio popular, después de vender líchigo en la esquina, no le alcanza el dinero para comprarles la leche a los hijos, esa necesidad no permite que esa familia sea libre”.
Aunque no ofrece soluciones para mitigar ese sufrimiento de gran parte de la población laboral, Petro ha puesto el dedo donde más duele. El problema principal de Colombia es que no solamente la juventud, sino las mujeres y los adultos de bajos ingresos no tienen empleo productivo, y pocas oportunidades de salir adelante. La sociedad les ha dejado a ellos, los menos preparados, la responsabilidad de encontrar en la calle las soluciones a sus problemas de supervivencia, ingreso y la satisfacción de sus necesidades básicas.
La prioridad de la política social colombiana y de la política económica necesariamente tendrá que concentrarse en crear empleo productivo para reducir en primer lugar el desempleo, dándoles preferencia a los y las jóvenes, a las demás mujeres y a los mayores de cuarenta y cinco o cincuenta años. Y al mismo tiempo crear demanda de trabajo formal para ir absorbiendo la mano de obra improductivamente empleada en el sector informal. Tal como estamos pendientes del desempleo también deberíamos estar alerta a lo que sucede con la informalidad.
Reducirla consistentemente requiere que la economía crezca por encima del 4 por ciento anual y de que se transforme el sector productivo incorporando tecnología, competitividad y mayor productividad. Esta última debe crecer a medida que disminuya la informalidad en el mercado laboral. Lamentablemente, la economía va en el sentido contrario. Tanto la inversión privada como la inversión pública han caído abruptamente, el sector de construcción de vivienda está en crisis y el manufacturero está perdiendo terreno aceleradamente. Las reformas en las que se ha obstinado el Gobierno no contribuyen al crecimiento y no crean una situación sostenible de desarrollo social. Es una lástima que no se le preste la misma atención a la falta de crecimiento y al exceso de informalidad.
