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No pienso, por mi celular existo
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Miguel Bettin, Ph.D. en Psicología, analiza para CAMBIO el nefasto impacto que en el desarrollo cognitivo y emocional de los niños tiene el uso incontrolado de los tablets, de los celulares y de la internet.
Por: Miguel Bettin

El bebé lloraba y golpeaba con furia una de las sillas de la horrible sala de espera de pasajeros nacionales del vetusto aeropuerto Rafael Núñez de Cartagena. Pero casi inmediatamente cambió el objetivo de los golpes dirigiéndolos ahora a los muslos de la madre que estaba sentada, absorta en la pantalla de su tablet, en la silla inmediatamente contigua a la que el niño de escasos 2 años acababa de dejar de darle puñetazos. La madre, muy joven, lo miró con una pasmosa tranquilidad que denotaba saber qué debía hacer para solucionar la pataleta. Entonces introdujo su mano en una gigante cartera de turista paramuna que decía “Vengo de Cartagena, cuándo va usted”. Sacó de ella una pequeña tableta de colores vivos, y se la entregó al bebé que dejó de llorar al instante. El niño la encendió con maravillosa destreza y empezó a manipularla con una concentración de futuro relojero de los de antes.
Recordé a la vieja Aura, mi madre, y a mi esposa Adriana, en Cartagena, arrullando a mis hijos, aún pequeños, paseándolos cargados en sus brazos o mimándolos con cánticos al vaivén de un mecedor para calmarles el llanto producto de una insolación o de las picaduras de los mosquitos, que se solazaban con sus provocativas pieles blancas de cachaquitos, en algunos de nuestros viajes de vacaciones a la ciudad amada.
Y pensé que quizás esa tarea no sería necesaria hoy, porque la adicción que mis hijos tendrían también a las pantallas, igual a la de aquel niño, haría que, al entregárselas, se calmase cualquier dolor o incomodidad que tuvieran. Pero qué triste hubiera sido, porque se habrían perdido del abrazo de consuelo de su madre y de su abuela en esos momentos en que los niños lo necesitan tanto, y en el que se genera para el futuro la sensación de protección y bienestar emocional que los hijos maltratados y abandonados no formarán nunca.
Con la internet el mundo cambió para siempre, para bien o para mal, seguramente para bien, y tendremos que vivir, nos guste o no, los años que nos quedan, regidos por sus dictámenes, bajo el riesgo de ser condenados al ostracismo y a la falsa soledad que producen si no los usamos, pero soledad, al fin y al cabo, porque entonces, de lo contrario, seremos los nuevos anacoretas de la posmodernidad.

Tendremos irremediablemente que seguir asumiendo los cambios que nos trajo la virtualidad del mundo ciber, porque la internet y todos los nuevos y acelerados desarrollos que ha tenido en las pocas décadas de su existencia, llegaron y se quedaron para siempre.
Las bondades del cibermundo y la internet, y antes las de la televisión, de las nuevas pantallas y de la inteligencia artificial, son infinitas; pero no por ello debemos seguir asistiendo como corderos mansos, al sacrificio de características humanas, que sin su regulación traen consigo.
Características humanas, demasiado humanas, parodiando a Nietszche, como el amor, los sueños, las utopías y la amistad, entre muchas otras.
Veía venirse, pero como buenos monos hedonistas, nos engolosinamos con el placer inmediato y adictivo de la internet, de las redes, y, en general, de las pantallas, sin pensar, mejor sin querer pensar, en las consecuencias negativas que podría tener esta entrega sin restricciones al mundo ciber.
No obstante, parece que empezamos a despertar. El gobierno sueco hace poco prohibió el uso de pantallas en los niños y jóvenes en las escuelas y colegios, al comprobar sus desastrosas consecuencias cognitivas, de memoria, atención, abstracción, generalización, análisis y síntesis, disminución de la creatividad y pobreza en la comprensión lectora, entre otros procesos mentales.
Ya el fenómeno adictivo que los propios fabricantes del mundo ciber han reconocido que produce, debía haber sido suficiente para que, por lo menos, hiciéramos un alto en el desbocado camino de las pantallas y las redes. Pero no lo fue. Ojalá esta determinación que adoptó Suecia y que ya empiezan a decidir otros países, sea rápidamente emulada por otros, para que se busque una regulación de su uso y se prohíban algunos programas y usos en la internet, que a todas luces resultan perjudiciales para las personas, pero sobre todo para los niños.
El nuevo proyecto de educación de Suecia, que sustituye el uso de pantallas en las escuelas y colegios, vuelve a poner al libro de papel, al ábaco, a la plastilina, a las rondas infantiles, al debate, a la palabra, al concepto, al intercambio con el otro y al abrazo, en el lugar del que nunca debieron haber sido desplazados: el centro del aprendizaje.

Ya el maestro Vygostski lo dejó claro desde el siglo pasado: el aprendizaje se da con el otro, con los otros, quienes acompañan al aprendiz a atravesar la zona de desarrollo próximo, pasando del nivel de desarrollo real actual, al nivel de desarrollo potencial; a aprehender.
Es imperativo que sumemos todo el aparato educativo nacional al grupo de colegios colombianos que tímidamente, pero con valor, han empezado en Colombia a regular el uso de celulares y demás pantallas. Ojalá que nuestras discusiones sobre las políticas de educación en el país superen las manidas reclamaciones salariales y/o económicas, como único objetivo de las reivindicaciones, y pongan en el centro de las mismas a los niños y los jóvenes, y al tema fundamental: qué se aprende, cómo se aprende en estos tiempos postmodernos, qué es importante aprender, cuándo, cómo acompañar el aprendizaje y por ende, cuáles deben ser las didácticas acordes a los tiempos cibernéticos que vivimos, en últimas a la calidad de la educación.
A propósito, ¿qué proponen al respecto Fecode y Mineducación en consideración con lo que hoy se sabe de la neuropsicología infantil y del desarrollo de procesos cognitivos y emocionales?
