Gabriel García Márquez y la búsqueda sin fin de una paz esquiva
26 Octubre 2022

Gabriel García Márquez y la búsqueda sin fin de una paz esquiva

El escritor colombiano actuó siempre con absoluto sigilo y de fracaso en fracaso; y hasta en la mayor adversidad, mantuvo la esperanza en el éxito de una empresa que parecía imposible.

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Por Erick C. Duncan

“Esto es lo que se hará, pero que todo sea en absoluta reserva”, era lo que decía García Márquez antes de empezar a conspirar por la paz. Persistente como sus personajes, dio varias batallas en este campo minado; algunas las perdió, pero dejó sembrada la rudimentaria semilla de una búsqueda que debía germinar en una mesa de conversación, con los protagonistas del conflicto sentados.

Su actividad política más fuerte había transcurrido desde mediados de la década del setenta hasta 1980 cuando, de mano de intelectuales y periodistas como Orlando Fals Borda, Enrique Santos y Alfredo Molano, fundó Alternativa, una revista cuyas consignas iniciales eran la insubordinación a conciencia contra la hegemonía mediática y la unión del ramillete de izquierdas desperdigadas y contrariadas del país. El primer artículo con el que contribuyó, Chile, el golpe y los gringos, contaba los detalles del golpe y los días de angustia del presidente Allende con un grado de intimidad poco visto en el periodismo. El artículo fue replicado por importantes medios del mundo, en Reino Unido y Estados Unidos casi que de manera inmediata, al tiempo que Alternativa se posicionaba como la única publicación de su tipo con tal grado de acogida entre la gente. Sus miembros han afirmado con los años que era común que la revista se leyera en las casas, trabajos y centros universitarios; el primer número vendió 10.000 copias en 24 horas.

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Créditos: Colprensa

El golpe contra Allende le caló tanto que lo sintió como tragedia personal y decidió no volver a escribir hasta que Pinochet cayera. En Colombia había decidido fundar poco antes, con Enrique Santos, el comité de solidaridad para con los presos políticos, la primera ONG de derechos humanos en Colombia, en un contexto de represión sin tregua contra las ideas de izquierda y la decadencia del Frente Nacional. El comité actuó en sonados casos de aprehensión por delitos políticos y contó con la gestión eficiente de juristas que terminarían en el exilio y después serían reivindicados por el país y por sus instituciones, como Carlos Gaviria.

Para 1980 Jaime Bateman Cayón, el guerrillero caribeño que comandaba el M-19, ya era el hombre más perseguido y no tardaría en ser el primero –la historia así lo registraría– en proponer un acuerdo de paz como salida del conflicto por medio de lo que denominó el sancocho nacional, una conversación sin precedentes que debía reunir a todos los estratos, etnias, sectores y gremios con el fin de conversar sobre los problemas de fondo del país y terminar la confrontación armada, con García Márquez como pieza crucial en la conversación. No viviría para verlo, pocos años lo separaban de la muerte, pero su ideal de paz sí se llevaría a cabo con una discreta y mágica actuación de García Márquez.

El primer contacto de la guerrilla mediática con el gobierno se daría en el periodo de Belisario Betancur después de un cruce secreto de mensajes entre mediadores del presidente y Jaime Bateman, con quien García Márquez había conversado sobre el tema, pero la desaparición prematura de Bateman sumergió los acercamientos de paz en el lodazal de las especulaciones.

Nadie sabía la posición de la guerrilla después de la desaparición de Bateman en una avioneta rumbo a Panamá, donde pretendía conversar sobre la paz con un emisario fantasma del gobierno, que negaría después estar enterado de la reunión. García Márquez decidió entonces escribir sobre la desaparición de leyenda del guerrillero costeño y para eso entrevistó a otro miembro de la cúpula, Álvaro Fayad, quien, además de ayudarle a reconstruir las últimas horas de Bateman, le confirmó la actitud de la guerrilla de insistir en los diálogos. Fue este encuentro y esta confidencia la punta de lanza que reanudaría los acercamientos con el gobierno.

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Álvaro Fayad. Créditos: Colprensa

El encuentro con Betancur se daría poco después, coordinado por Felipe González. Asistirían Álvaro Fayad e Iván Marino en representación de la guerrilla y se llevaría a cabo en un barrio de clase media al norte de Madrid, con la clandestinidad de los amantes furtivos de las novelas de García Márquez, con media botella de whisky y la imposibilidad de registrar el acontecimiento para la historia ante la carencia de una cámara fotográfica. Poco tiempo después Fayad y Marino caerían muertos en enfrentamientos con la Policía y el Ejército, y con ellos la posibilidad de paz por varios años. Lo peor estaba por venir.

La toma del Palacio de Justicia por parte de un comando del M-19 representaría la muerte de la justicia, con verdades que nunca serían destapadas. García Márquez dijo que el episodio del Palacio de justicia, su toma y retoma era un verdadero holocausto nacional y que el país estaba condenado a la fatalidad. Sin embargo, su esperanza de paz no se evaporaba. El 2 de noviembre de 1989 llegaría a sus manos una carta firmada por Carlos Pizarro, nuevo comandante del M-19, en la que le confesaba sus votos de paz; a lo que el nobel correspondió telefoneando en persona a varios presidentes para darle acompañamiento internacional al proceso. Felipe González, Carlos Andrés Pérez, Mitterrand y Fidel Castro hacían parte del bloque.

Los más nostálgicos de aquellos años de gestiones tras bambalinas han dicho que es mucho lo que la paz de Colombia le debe a García Márquez.

Hacia 1994, nuevamente movió sus hilos invisibles, esta vez con el ELN, en el periodo correspondiente a Ernesto Samper, pero la gestión no floreció. El país empezaba a desangrarse ahora por cuenta de un nuevo actor que decidió imponer la masacre como su método de guerra: los paramilitares. Por eso, una vez culminado el periodo Samper e iniciado el del conservador Andrés Pastrana, se le encomendó precisamente sostener un encuentro con el grupo antisubversivo para frenar las masacres y encauzarlos a un proceso de desmovilización soltándoles desde el principio la carta franca de que no contarían con reconocimiento político. Otra vez, ahora por posición de las autodefensas, las gestiones fracasaron. Esa derrota tendría una repercusión definitiva en los diálogos de paz que el presidente Pastrana sostendría con la guerrilla de las Farc, porque los miembros del secretariado terminarían por abandonar la mesa de negociación con un argumento, de varios, que juzgarían definitivo: “Los perros siguen sueltos”, con lo que se referían al aumento de violencia de los paramilitares y su negativa de retirarse. Hasta el último momento, García Márquez tuvo fe en el desenlace noble de los diálogos del Caguán, y hasta revisó los discursos que el presidente Pastrana hacía con devoción de creyente. Al final el proceso terminaría herido, sin posibilidad de recuperación, y lo que vendría sería el preámbulo de la mano fuerte: Colombia suscribió un acuerdo con Estados Unidos aceptando la ayuda militar y económica para acabar el conflicto por la vía armada.

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Alias Tirofijo junto al expresidente Andrés Pastrana en los diálogos del Caguán. Créditos: Colprensa

Mientras esto sucedía, García Márquez nuevamente jugaba sus fichas a favor de la paz, fue cuando decidió suscribir una carta, que también iba firmada por Ernesto Sabato y por Eric Hosbawn, en la que se pedía verificación internacional de la aplicación del plan Colombia, la conformación de una Comisión de Estudio que diera luces sobre la situación del país, el replanteamiento de la estrategia de fumigación a los cultivos ilícitos y la sustitución por una alternativa que dejara menos daños ecológicos y humanos, y la creación de una iniciativa internacional fuerte para buscar la salida negociada del conflicto armado.

El cáncer y la desilusión de los fracasos no habían acabado sin embargo sus gestiones secretas por la paz. Con la llegada del nuevo presidente, Álvaro Uribe, y el incremento en la actividad militar con miras a la eliminación armada del conflicto, García Márquez lo intentó una vez más. Propuso entonces la exploración de conversaciones de paz con el ELN, que se terminarían materializando en Cuba teniéndolo a él como mediador principal. El entonces presidente Álvaro Uribe no dudó en respaldar sus buenas gestiones y públicamente dijo: “Ha estado nuestro nobel Gabriel García Márquez muy atento a que eso tenga éxito, Dios quiera. Por allá está, esperemos a ver, ojalá”.

Esta fue quizá su última tentativa, su última conspiración por la paz según se conoce. Algunos se han atrevido a afirmar que su gestión invisible estuvo detrás de los acuerdos que se llevan en La Habana con la guerrilla de las Farc y que ya recibieron el respaldo de la comunidad internacional, incluido el papa Francisco.

Los más nostálgicos de aquellos años de gestiones tras bambalinas han dicho que es mucho lo que la paz de Colombia le debe a García Márquez. Aunque todas sus gestiones estuvieron veladas por el halo discreto de la reserva, lo poco que se dejó filtrar en el mundo de la prensa y de su historia, bien documentada por Gerald Martin, nos dice que sí, que es mucho lo que la esquiva paz de Colombia le debe al escritor que prefirió actuar tras bambalinas, como un tramoyista feliz.

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