Podcast Somos Comunidad: Cambiar la historia
18 Noviembre 2022

Podcast Somos Comunidad: Cambiar la historia

Crédito: Fotografía: Juan Acosta

"Hoy, Myriam y sus colaboradoras se desplazan todos los días por las trochas abrasantes que aún son dominadas por las disidencias de las Farc, los grupos narcoparamilitares, el Clan del Golfo, los Caparros y el ELN", cuenta Eccehomo Cetina sobre la líder Myriam Barrera en la primera parte del podcast Somos Comunidad.

Por: Eccehomo Cetina

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El último trayecto de cien kilómetros que separa a Montería, capital del departamento de Córdoba, del corregimiento de Villanueva, donde operó la casa paramilitar de Fidel y Carlos Castaño, se debe hacer en motocicleta bajo un sol de congoja.

Atrás quedan los caminos de servidumbre de la finca Las Tangas, unas tierras fértiles que Fidel Castaño, adversario jurado de la guerrilla de entonces, arrebató a sus dueños originarios y en la que planeó a partir de 1988 decenas de masacres como la de La Mejor Esquina, en Buenavista; Punta Coquitos, en Turbo; Pueblo Bello; y la de Canalete, en el departamento de Córdoba.

Desde el municipio de Valencia, en donde se emprende camino hacia el corregimiento de Villanueva, comienza a percibirse el miedo. El miedo en forma de silencio y miradas oblicuas reservadas para los escasos forasteros que se atreven a adentrarse en la región

Para profundizar

Al llegar a Villanueva, doblamos hacia la derecha en la única vía que atraviesa el pueblo hasta el colegio. Lo primero que se ve al entrar a la institución es una placa de bronce sobre un nicho de granito cuarteado por minúsculas plantas que germinan bajo la única sombra del jardín. “Colegio Liceo Villanueva. Fundado en 1988 por Fidel Castaño Gil”, exhibe el nicho conmemorativo.

Fotografía: Juan Acosta.
Fotografía: Juan Acosta.

El asombro y la indignación superan entonces el miedo, pues la memoria de tantas víctimas dejadas por Fidel Castaño—el iniciador a sangre y fuego en aquella región de las llamadas Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU)—parece claudicar treinta y cuatro años después, bajo el peso de aquella placa infame.

Nadie se ha atrevido a arrancarla de allí. Desde que él y sus otros dos hermanos, Carlos y Vicente Castaño, fundaran el colegio a través de una empresa familiar e iniciaran diversas maniobras jurídicas que llevaron a que la Gobernación de Córdoba lo financiara y funcionara unas veces como institución pública (1998) y otras como privada (2009). Lo cierto es que el terreno en que se levanta y que perteneció a dos familias que dicen haber sido despojadas por Fidel Castaño, son objeto de reparación.

Para profundizar

Adentro, en la cancha de fútbol donde los paramilitares hacían fiestas vallenatas y el clan Castaño, recibía honores con banda marcial, está la lideresa social Myriam Barrera en compañía de treinta y dos madres cabeza de familia. Es el único sitio del corregimiento adecuado para tales reuniones pedagógicas. Hablan del presente, recuerdan el pasado del pueblo y la institución en la que ellas se educaron. Miran atentas un audiovisual realizado para la ocasión, y en el que varios habitantes de la zona agradecen aún a los Castaño el estudio recibido en el Liceo Villanueva.

“Esa historia hay que cambiarla”, reitera Myriam Barrera ante el grupo. Con 32 años, es una mujer franca, amable y activa, pero con la mirada más triste del mundo.

Tenía ocho años cuando su familia fue desplazada de La Caucana (Antioquia), por la arremetida de las Farc sobre la región en 1998. Se salvó gracias a la ocurrencia desmesurada de sus padres que la ocultaban en un hueco siempre que el pueblo era tomado por la guerrilla. Su infancia quedó sepultada en esos escondites pavorosos. “Por eso mi sonrisa no es una sonrisa real”, confiesa.

Así, con aquel semblante pesaroso y una determinación muy rara en una jovencita de 22 años, inició su liderazgo en el municipio de Valencia, donde pudo terminar el bachillerato. Su primera misión consistió en empoderar a las mujeres de la región, muchas de ellas supervivientes de masacres, huérfanas y viudas que dejaron más de dos décadas de violencia e impunidad. Su doctrina era simple: ellas no necesitaban un hombre a su lado para sobrevivir. Por alguna razón sintió que, al ayudarlas, ella también salía del hueco en el que estuvo escondida por tanto tiempo.

Para profundizar

Hoy, Myriam y sus colaboradoras se desplazan todos los días por las trochas abrasantes que aún son dominadas por las disidencias de las Farc, los grupos narcoparamilitares, el Clan del Golfo, los Caparros y el ELN. A esta crítica situación de seguridad se suma la ausencia del Estado y la corrupción imperante de los mandatarios locales, cada vez más sordos al clamor de los habitantes de la zona. “Creo que en estos momentos si Somos Comunidad (actividad de Fupad para construir resiliencia comunitaria) no visibilizara lo que estamos haciendo, pues aquí en el territorio no pasaría nada”, afirma con desazón.

Cree que uno de los modelos más efectivos para cambiar la historia local es que el Estado haga presencia, que se construyan obras urgentes y necesarias y que los mandatarios municipales dejen de considerar el trabajo de mujeres comunales una amenaza de sus intereses.

Tal vez, ese día Myriam recupere la sonrisa real que no debió perder nunca y en su mirada se disipe esa tristeza que no puede ser el rasgo más visible de esta mujer buena y valiente.

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