'El medidor de tierras’, una novela en el revés de 'La vorágine'
4 Julio 2023

'El medidor de tierras’, una novela en el revés de 'La vorágine'

Esteban Duperly publicó recientemente ‘El medidor de tierras’, una novela que muestra lo absurda que llega a ser la violencia y lo inútiles que se vuelven los instrumentos y las herramientas en condiciones de aislamiento extremo.

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Por Hernán Darío Correa
Esta novela espléndida se abre como una gran metáfora histórica y literaria, desde el otro lado del país andino y detrás del espejo de La vorágine y de El castillo de Kafka, y nos asoma a lo profundo del desgaste de la guerra y de la violencia en Colombia, vigentes desde el comienzo del siglo pasado, cuando “antes de conocer mujer alguna” nos jugamos el corazón al azar y nos lo ganó la violencia, como dijo José Eustasio Rivera al empezar la ya mítica saga de Arturo Cova.

Espléndida por su prosa contenida y de metáforas esenciales, escuetas y adustas como el paisaje por donde transcurre la historia de un “medidor de tierras”, émulo del agrimensor señor K., el cual también se enfrenta a un laberinto de temporalidades cruzadas en cuyas profundidades trata de descifrar el sentido de la ley y del orden, en este caso en una frontera inexistente hasta la cual ha sido enviado en medio de una guerra lejana que sustenta los protocolos cotidianos y la parafernalia vacía de la milicia a la cual pertenece a medias un joven oficial ingeniero, cuya tarea se va revelando tan inocua como los mapas que trata de levantar en medio de la sequía, y tan absurda como la irracionalidad de las jerarquías puestas a prueba en unos días que los iguala a todos hasta el desgano en esos confines de la civilización apenas ocasionalmente palpada a través de famélicas palomas mensajeras.

Se trata de la historia del desgaste implacable de la violencia, de la guerra, de la burocracia y los oficios y objetos propios de cualquier ejército –que por lo demás son descritos con una meticulosidad y detalle que revela un acucioso trabajo de escritura y quizás una experiencia directa del autor dentro de ese universo-, los cuales se van deshaciendo a medida que la historia ahonda en las órdenes y las rutinas vacías, los odios acumulados, y la sequía literal y figurada del clima y de las relaciones humanas.

Tan virgen como Cova, el protagonista, un teniente, lucha contra el azar y por comprender el sentido de los hechos personales e institucionales que lo han llevado hasta allí, y al mismo tiempo por sostener su dignidad aferrado a los únicos espacios de intimidad que deja la milicia: el primero, la afeitada diaria, cada vez más absurda en ese laberinto de precariedades de una guarnición que, como en El castillo, está en la cima de un cerro, pero en medio de la infinita sabana donde se pierden hasta los puntos cardinales cuando ésta se enciende por la canícula o se cierra bajo intensos aguaceros; más las conversaciones furtivas y entrecortadas de la guardia; y los sueños.

Porque los documentos, los mapas, las cartas, los instrumentos del agrimensor se van revelando inútiles, imposibles e inocuos, salvo para la simulación que concreta el reverso del mito del azar y la violencia, en tanto se invierte y se da rienda suelta a la historia como transcurso del tiempo: El mismo Arturo Cova redivivo es quien escribe el mensaje que reinventa su futuro, en una verdadera forma irónica que por fin supera la impronta nacional acuñada por Rivera: “Buscámoslos en vano hace cinco días. Ni rastro de ellos. Se los tragó la sabana”.

Se trata de la historia del desgaste implacable de la violencia, de la guerra, de la burocracia y los oficios y objetos propios de cualquier ejército, los cuales se van deshaciendo a medida que la historia ahonda en las órdenes y las rutinas vacías, los odios acumulados, y la sequía literal y figurada del clima y de las relaciones humanas.


Y resulta ser irónica, porque con la potente figura del vacío sabanero que se los traga, registrado con un mensaje apócrifo que es un mentís del mensaje con que se impone la vorágine, se empieza a asomar un profundo ajuste de cuentas con las improntas nacionales, hasta palpar que no hay otro lado del espejo; que en ese “revés de la nación” sólo está lo que cada uno puede inventar al lado de y con los otros, bajo la humildad de quien se sabe sobreviviente, y al mismo tiempo poseedor del amor propio y mutuo de quienes se deciden a caminar así sea o precisamente bajo la lluvia, a partir de su reconocimiento: la mujer, una niña, el trabajador, las palomas, la tierra, las mulas y un perro, las nubes que se acercan o alejan definiendo los límites de ese Castillo invertido que resulta ser la infinita sabana: el agua, que “no brota a su orden, mi Mayor”.

Esteban Duperly
Esteban Duperly.


 

Esteban Duperly,
El medidor de tierras.
Bogotá, Tusquets Editores, 2023.

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