Mateo Hernández, el arte de combinar conocimiento y sensibilidad
23 Abril 2024

Mateo Hernández, el arte de combinar conocimiento y sensibilidad

Mateo Hernández en uno de sus talleres de campo.

'Bosques tejidos', del naturalista autodidacta Mateo Hernández, es el resultado de la pasión que siente su autor por los paisajes de Colombia, por su biodiversidad y por la manera como se relacionan entre sí las especies vivas que comparten un territorio común.

Por: Eduardo Arias

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Cuando era un adolescente, a los 13 años de edad, Mateo Hernández se mudó de la ciudad al campo con su familia. Desde ese momento se convirtió en un autodidacta y, mucho más importante aún. En un observador de la naturaleza. Ya desde niño había mostrado un gran interés por los animales, pero en Subachoque, durante diez años, se dedicó a convivir con el bosque andino. “Conocí al encenillo, el cucharo, el aguacatillo y otros árboles nativos de la región; quedé encantado cuando me encontré frente a frente con mis primeras orquídeas; pasé meses y años aprendiendo los cantos de todos y cada uno de los pájaros que vivían en ese lugar; y, de vez en cuando, tuve encuentros mágicos con zorros, comadrejas, chuchas y otros animales más difíciles de observar”, escribe él en su perfil alojado en la página Naturalista CO.
Con unos amigos elaboró una guía para observar las aves de Bogotá y sus alrededores y otra sobre la vegetación de un colegio de Bogotá. Durante siete años recolectó para el Herbario Nacional del Instituto de Ciencias Naturales más de 1.000 especies del valle del río Subachoque.
Ha trabajado en educación ambiental y en la actualidad es consultor. Realiza talleres, caracterizaciones de biodiversidad y asesora a propietarios de fincas y reservas naturales para que conserven de la mejor manera los bosques, las aguas, la tierra y los seres vivos que la habitan.
En su libro Bosques tejidos habla de una gran diversidad de temas relacionados con la fauna y la flora de Colombia. Es un libro muy variado. Algunos textos son descripciones de alguna especie o de algún lugar en particular, otros son consejos para un manejo más adecuado de la diversidad animal y vegetal. Todos ellos son textos escritos con un estilo ameno y con el desparpajo del que habla acerca de lo que conoce. CAMBIO habló con él acerca de su libro y de su oficio.
 

Mateo

 

CAMBIO: ¿Cómo escogió los temas y el orden en que aparecen?
Mateo Hernández:
El libro fue editado en conjunto por mi esposa, Laura Arango, y la editorial Laguna Libros. Trae una recopilación de textos que he escrito en los últimos diez años sobre naturaleza, animales, plantas, ecosistemas y restauración ecológica en Colombia. Estos textos estaban dispersos en distintas plataformas de Internet donde los publiqué en su momento, entre ellas mi blog, Instagram y la plataforma Naturalista Colombia (iNaturalist). Laura hizo una revisión exhaustiva de estas plataformas y fue seleccionando las historias que más le gustaron, aquellas que pensó que transmitían un mensaje especial y que podían ser puestas juntas en forma de libro. Luego, con Ana Lucía Barros y Felipe González, de Laguna Libros, completaron la forma y orden que iba a tener este contenido, así como la diagramación del libro, que quedó muy bonita. No solo con los textos, sino también con fotografías e imágenes que muestran a los animales, plantas y ecosistemas que son protagonistas de esta publicación.
 

CAMBIO: Usted dice que son reflexiones, aunque varias de ellas también son lecciones. ¿Cómo logra usted divulgar ciencia de una manera tan sencilla y clara?
M.H.:
Siempre me ha gustado la ciencia. Y desde niño siempre he querido saber cuáles son los animales y plantas que nos rodean. Cómo se llaman, cómo son sus vidas y qué relación tienen estas vidas con la mía propia. Creo que este gusto, que tengo hasta el día de hoy, ha sido clave para poder contar las historias de estos seres. No me gusta el lenguaje rebuscado, prefiero usar palabras de nuestro lenguaje cotidiano para describir lo que veo. Creo que eso también ayuda a que lo que escribo sea fácil de leer.
 

CAMBIO: ¿Qué diferencia a un naturalista de un biólogo?
M.H.:
Antes de que hubiera biólogos, hubo naturalistas. La biología es una especialización posterior, a la que se le han quitado otros campos de conocimiento como geología, geografía, antropología y otros, que antes eran parte del campo de los naturalistas. En tiempos actuales, incluso la biología se subdivide cada vez más en áreas cada vez más especializadas. Ahora hay biología molecular, biología de la conservación, etnobiología, entomología, herpetología, ornitología… Por mi parte, siempre me interesaron todos estos campos y no he podido escoger solo uno de ellos. No estudié biología formalmente, soy un autodidacta. Por eso me gusta el título de naturalista: alguien profundamente interesado en la naturaleza, con un conocimiento empírico, que no se limita a una especialidad, sino que se dedica a observar las interacciones desde un panorama más amplio. Como los naturalistas de antes.

 

Portada



CAMBIO: Usted plantea que cuando se investiga en el terreno es necesario establecer un diálogo con él, no solo aplicar la ciencia. ¿Cómo es ese diálogo?
M.H.:
El diálogo con un terreno, con un bosque, con una planta, como yo lo tengo, es un diálogo que combina conocimiento y sensibilidad. Esta última es esencial. No todo pueden ser los pensamientos, conceptos y rótulos que les ponemos nosotros los humanos a los demás seres y procesos. Tiene que haber una atracción. Una emoción de estar en un lugar. Una empatía hacia los otros seres. Un reconocimiento de que esos otros seres también son "pueblos" y "personas", sin duda distintos a nosotros, pero también sorprendentemente similares en muchos aspectos. La conversación no puede ocurrir solo con palabras humanas ni solo en los tiempos a los que estamos habituados los humanos.
 

CAMBIO: Pongamos un ejemplo.
M.H.:
Un ejemplo de esta conversación es volver a un mismo lugar, año tras año. Sentarnos al lado del mismo árbol, que sentimos que nos acompaña. Ver cómo el sitio cambia, la vegetación crece. A veces está lluvioso, a veces seco. El árbol podría estar enfermo, podría estar muriendo, en forma muy lenta, luego de una vida de un par de siglos. Podemos sentir tristeza y también ganas de ayudar. La conversación también tiene que ser, al mismo tiempo, con nosotros mismos. ¿Por qué nos entristece la muerte? ¿Es algo cultural? ¿Es algo de nuestra esencia? ¿Es la muerte parte de la vida, quizás la vida misma en otra de sus caras? ¿Aplica esto a nuestro amigo árbol? ¿Cuál fue el origen de este árbol? ¿En qué se convertirá cuando muera? ¿Será su tronco, ya con agujeros y en descomposición, el hogar de un búho o un tucán? ¿Qué hongos lo comerán? ¿Cómo fertilizará al suelo? ¿Qué otros árboles crecerán cuando él ya no esté, alimentándose de su cuerpo muerto? ¿Es esto muerte o vida? Cuando pienso todo esto, vuelvo a mirar al árbol; siento que nos acompañamos. Luego me despido y me voy. Al año siguiente, vuelvo al mismo lugar. El árbol aún sigue ahí. Un poco más seco, sin duda. Pero aún con algunas ramas verdes, ya que los árboles suelen morir como ha sido su vida: despacio. Nos volvemos a saludar, o al menos eso siento yo. Y la conversación continúa.

 

Domingo 28 de abril.  Presentación de Bosques tejidos, de Mateo Hernández. Corferias, Gran salón D, siete de la noche.
 

 
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