Dayro Moreno: el goleador rumbero

Dayro Moreno

Crédito: Colprensa

24 Marzo 2024

Dayro Moreno: el goleador rumbero

A sus 38 años, Dayro anotó el gol 225 de su carrera y se convirtió en el goleador histórico del fútbol colombiano: ¿Cómo un jugador fanático de la rumba y del licor, a quien el temperamento le ha jugado malas pasadas, sobrepasó a todos los delanteros que han jugado en Colombia?

Por: Juan Francisco García

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​El fenómeno llegó a la oficina de presidencia del Once Caldas con sus papás, Hilda Rosa y Eidaniel, y con su tío José Jairo. Tenía 16 años y el pelo muy largo. Hablaba poco. Juan Carlos Quintero, presidente del club, confió en las enfáticas recomendaciones que le habían hecho llegar y pagó 7 millones de pesos de la fecha –año 2001– por el pase del jugador adolescente. No sabía –¿cómo podía saberlo?– que jamás cerraría un trato tan exitoso. Y tan delirante. 

Si un delantero hace muchos goles, su valor en el mercado está asegurado. Si además de hacer goles tiene un talento especial para asociarse, crear espacios y hacer jugar a sus compañeros, como un número 10, el valor se pone muy al alza. Si a los muchos goles les suma velocidad, gambeta y picardía, estamos hablando de un activo inestimable. Si de la mitad de la cancha para adelante puede jugar por la derecha, por la izquierda y por el centro, en todas las posiciones de ataque, somos testigos de un fenómeno. Uno entre millones. 

Un jugador así, con ese potencial, fue lo que vio en la selección juvenil del Tolima Carlos 'Panelo' Valencia, el entonces técnico de las menores del Once Caldas. Adolescente aún, la promesa jugaba de lateral, lejos del arco rival, la pirotecnia y el gol; pero su técnica era tan exquisita y tanta su inteligencia con el balón, cuenta Valencia, que dejarlo pasar habría sido un pecado. Dayro tenía que vestirse de blanco.  

Tres años después, el primero de julio de 2004, Boca Juniors visitó el estadio Palogrande para el partido de vuelta de la Copa Libertadores. El equipo argentino era dirigido por Carlos Bianchi y contaba con el legendario Carlos Tévez en la delantera. 

En el equipo titular del Once, con el número 17, jugando en la derecha, el futbolista más joven de la final continental fue ese niño todoterreno que había llegado al club escoltado por su tío y su padre. El Once Caldas fue el insólito campeón, y Dayro, sin cumplir los 20 años, anotó 13 goles en la temporada.

Al año siguiente fue convocado para conformar una de las mejores selecciones Colombia juveniles de las que se tenga memoria. La que ganó el Sudamericano sub 20 en el Eje Cafetero contra la Argentina de Messi y el Brasil de Fernandinho. En Colombia jugaban Abel Aguilar, Cristian Zapata, Wason Rentería, Rodallega y Radamel Falcao García. 

Una tarde, hablando de fútbol, Reinaldo Rueda –el técnico de esa selección–  le confesó al Panelo que, entre todos los grandes talentos de ese equipo, había uno que le llamó la atención. Llevaba el pelo largo, podía jugar por la derecha, por la izquierda, por el centro. 

En 2007, con 22 años, el adolescente que costó 7 millones de pesos hizo 16 goles en el torneo de fin de año y fue, por primera vez, el goleador de la liga colombiana. El reconocimiento le quedó gustando y en cinco veces más fue el máximo goleador. Hace dos semanas, el 10 de marzo contra el Envigado, hizo el gol 224 en el fútbol colombiano y alcanzó a Sergio Galván Rey como máximo goleador histórico.

¿Cómo fue el gol? De media chilena, a los 38 años... 
 

Lo supo el Panelo, quien le habló al oído al presidente Quintero. Lo supo Luis Fernando Montoya, técnico del Once Caldas campeón de Libertadores, que lo subió al equipo profesional hasta convertirlo en un irreemplazable, y que nos dijo que le dio la orden a los más grandes, entre ellos Galván Rey, de apadrinarlo.

Lo supo Eidaniel, su papá –goleador nato también–, que un buen día se prometió a sí mismo sacarlo de Chaparral para que sus goles no se perdieran en el anonimato. Lo supo su tío José Jairo, su gran patrocinador y primer representante, y el responsable de que al goleador nunca le faltaron los mejores guayos. 

Lo sabe Rafael Robayo, excompañero en Millonarios, quien contó cuánto lo impresionó el envidiable físico de Dayro con el que, todavía logra aparecer y desaparecer, escabullirse del minuto 1 hasta el 90. 

Lo sabemos todos. El talento desmesurado de Dayro, incluso entre sus detractores, no admite debate. 

 Ganador entre perdedores

Es crudo pero fáctico: en el fútbol somos perdedores. Son muchas más las decepciones, las veces en que el destino y el marcador se torcieron en contra de las noches cerradas y felices en las que nos fuimos a dormir contentos. Si en el fútbol la cosa va bien, por instinto, desconfiamos. Luego la realidad nos da la razón: al final, gana Brasil, Inglaterra, Argentina. Casi siempre miramos desde abajo. 

Sin embargo... Dayro. 

Año 2007. Bogotá, estadio El Campín. Eliminatorias para el Mundial. Colombia contra la Argentina estelar de Messi, Riquelme, Tévez, Cambiasso, Mascherano. Empezamos perdiendo con un golazo del mejor del mundo. Empatamos con un gol de tiro libre de Bustos. Al minuto 86, en búsqueda de algo más, el técnico de la selección de mayores de entonces, Jorge Luis Pinto, envió a Dayro a la cancha. 

Esos cuatro minutos sintetizan su genio y semblante. Y su sino: ganarles a los momentos grandes. Solo dos veces le habíamos ganado a Argentina en eliminatorias. Hasta Dayro. 

En 2004, ese año inolvidable para el Once Caldas, antes de los penaltis contra Boca, hubo otra tanda de infarto. Contra el Barcelona de Ecuador, también en Manizales, para entrar por primera vez a cuartos de final de Copa Libertadores. En medio de los escalofríos, le dijo a CAMBIO el Panelo Valencia, el más pelado de todos alzó la voz y pidió el tercer penal –que según los teóricos es el más importante–. 

Dayro lo cambió por gol. Clasificaron. En 2010, de nuevo en Copa Libertadores, hay otros dos minutos inmortales. Contra Sao Paulo, uno de esos grandes que siempre nos ganan. Con el partido empatado, Dayro recibe el balón al minuto 70, metros antes de la mitad de la cancha. Embiste, solitario, autosuficiente y libre, seguro de la gesta como nadie más en el mundo. Es lo que hacen, cuando se alumbran, Messi, Maradona, Luis Díaz, Asprilla, Neymar, Michael Jordan. 

¿Ganarle a un grande de Brasil? Solo si está Dayro. 
 

Juan Carlos Toja, que coincidió con Moreno en la selección juvenil de 2004 y en el Steaua de Bucarest del fútbol rumano, recuerda que Dayro nunca negoció su ambición; y que cuando se le metía el arco rival en la cabeza, simplemente pateaba –desde 30, 40 y 50 metros– sordo a los putazos en rumano. 

Yenni Moreno, una de sus hermanas mayores, cuenta que aunque no le gusta verlo pelear con sus compañeros en la cancha, "Dayro es así, extremadamente competitivo y perfeccionista". Las estadísticas lo sustentan. En Colombia, en donde enfocó sus goles y sus fiestas, lo ganó todo. Fue campeón de clubes en el torneo juvenil, campeón del Torneo de Reservas, campeón del fútbol profesional, campeón de Copa Libertadores. 

Su vitrina la llenó de copas fiel a sí mismo. Sin nunca abandonar la noche. Celebrando por lo alto los goles importantes. Y los que no también. Sin estar nunca en la casa en el cumpleaños. 

Entre más vago, más crack 

"Lo de Dayro es el clásico encanto del vago crack que evoca a esos talentos de Argentina, Brasil, Uruguay y a veces algunos europeos que son cracks e increíblemente vagos y entre más vagos, son más cracks. Todos sabemos que le gusta la parranda, la noche, las mujeres, que le gusta que en su tierra, Chaparral, cierren el pueblo cuando llega... ¡Pero sabe que para todo eso tiene que hacer goles!", cuenta Alejandro Pino, director de Publimetro, sobre el porqué de la leyenda del nuevo goleador del fútbol colombiano. 

Cuando le hizo el gol a Argentina, Dayro desapareció por tres días. Lo vieron de fiesta en Pananeas, rumbeadero de moda en la época. 

En Rumania, aunque tenía un contrato de cuatro años, decidió no volver a aparecer, luego de jugar solo un año. Y en Bolivia, donde fue fichado por Oriente Petrolero, los hinchas del club casi lo linchan a la salida de un bar. Tuvo que salir corriendo para evitar la golpiza.
 

De Atlético Nacional fue despedido por irse a los puños con su colega Jeison Lucumí. 

Hace unos años, cuando vino a jugar contra Santa Fe con el Bucaramanga, en la noche previa al partido subió videos a sus redes sociales tomando cerveza en la celebración de su cumpleaños. Trasnochado, hizo dos goles en el tiempo extra y su equipo ganó. 

En Manizales, no una ni dos ni tres veces, el periodista Santiago Serna contó haber coincidido con el goleador en la asfixiante discoteca Bar C. Eso sí, aseguró que nunca lo vio borracho.

En su foto más icónica, Dayro abraza una botella inflable de Aguardiente Cristal, después de hacer un gol. Era una jugada publicitaria para que la licorera renovara un contrato con el club.

El historial de brillos y sombras es mucho más extenso. El goleador del fútbol colombiano, que habla sin ambivalencias sobre su gusto por el whisky y su derecho a pasar los días libres como le vengan en gana, ha llegado hasta lo alto sin reprimir su gusto por la noche, las mujeres, el vallenato; lo que las tías llaman vagancia. 

Sobre esto, Juan Carlos Toja nos dijo que quizá una de las razones por las que Dayro hizo tantos goles fue que nunca se privó de ser feliz por jugar fútbol. Sin la noche, sin salir corriendo de Rumania, sin abrazar la botella y bailar con los hinchas cuerpo a cuerpo en Manizales, quizá no tendría los 225 goles que lo tienen hoy como el hombre récord. 

"Sin su personalidad Dayro sería un jugador normal", nos dijo Pino. Entre más vago más crack. Por eso sigue la fiesta. 

El resurrecto

Doña Hilda nos dijo que ante los escándalos su hijo responde en silencio, agacha la cabeza y se deja hablar. Tanto ella como sus dos hermanas mayores lo regañan cuando la prensa se ceba con sus escándalos, trasnochos y peleas. 

Cuando declara sobre el tema, Dayro deja ver sus cartas. No niega los hechos, habla bien del whisky y de la noche; quizá porque con tantos goles en la espalda se sabe impune; quizá porque no siente culpa y nunca dejó que el profesionalismo lo privara del desfogue de las discotecas.

Así que agacha la cabeza, se deja hablar de sus mayores y lo vuelve a hacer. 

Lo mismo ha pasado adentro de la cancha. Cada vez que se le ha dado por muerto, ha logrado renacer. 

De la fiesta de tres noches después del gol a Argentina, cuando el técnico Santiago Escobar lo quería afuera por indisciplinado, Juan Carlos Quintero, el mismo presidente que lo contrató en 2001, le dijo que los activos como Dayro no se despiden tan así. "Dayro o yo", replicó el entrenador. Quintero mandó a Escobar a dirigir la reserva y Dayro, el goleador que no duerme, volvió como si nada, a meter goles como loco. 

Los mismos con los que acalló los rumores después del fiasco de Rumania. 

Y cuando volvió de Bolivia, casi linchado, firmó con el Atlético Bucaramanga, un equipo desabrido e inofensivo. Fue el goleador del campeonato. 

En unas vacaciones a San Andrés, nos contó su hermana del medio, después de una noche larga, a las seis de la mañana el goleador ya estaba de pie, trotando, para mantener la forma. “Trotar así es macabro”, afirmó su hermana. 

El delantero que no duerme no falta nunca a los entrenamientos. A sus 38 años no ha tenido ni una sola lesión grave y hoy, cuando se quita la camiseta, es la envidia de los adolescentes de gimnasio. 

Supimos que su abuelo paterno, don Octavio, guajiro, vivió 107 años, lo que según su hermana explica el poder de Dayro para "comerse" la cancha llegando a los 40.

Díscolo y perfeccionista. Vago y crack. Ganador. Impredecible. Extravagante. Sumiso en casa, insomne por fuera de ella. En fin: Dayro. 

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