El gol de Morumbí Zapata contado por él
2 Abril 2024

El gol de Morumbí Zapata contado por él

Llamamos a Luis Eduardo Zapata para que nos contará cómo fue hacer uno de los goles más recordados en la historia de Millonarios. 17 años después, el lateral izquierdo lo recordó con nostalgia, orgullo y la alegría. Como un hincha más.

Por: Juan Francisco García

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Faltando 6 minutos para que se acabara el partido –nos contó hoy,16 años después–, el técnico Mario Vanemerak llamó a Luis Eduardo Zapata, le ordenó quitarse el peto y alistarse para entrar. Alex Díaz, el lateral izquierdo titular, estaba cansado, pues Sao Paulo, volcado al ataque, lo intentaba y lo intentaba por las bandas. “Vas a entrar pero a defender, este resultado nos sirve, no te quiero ver al ataque”, le dijo Vanemerak con su acento argentino, tan ronco y enfático. 

Luis Eduardo oyó las órdenes atento, con ese temblor inevitable que se apodera de las piernas cuando el cerebro les ordena entrar en contacto con el césped de un templo. Adentro, advirtió de inmediato que la cancha era mucho más grande que la del Campín: la pelota no salía. No había alcanzado a revolucionar el corazón cuando con la punta del pie interceptó un pase de un mediocentro rival. El balón fue a parar a las piernas de Jonathan Estrada que alzó la cabeza y se lo entregó a Ciciliano, el gran cerebro, que en paz descansa. 

Entonces, confesó Luis Eduardo Zapata, le picó el bicho de romper líneas, saltar al ataque y en frontal desobediencia a su entrenador le mostró con el cuerpo a Ciciliano que podía ganarse la espalda de la defensa brasileña. El pase del creativo –si el receptor es un velocista– fue perfecto: la fuerza, la rosca y la altura justa. 

Cuando me di cuenta, le dijo Luis Eduardo a CAMBIO, estaba frente a frente con el arquero de ellos (cualquiera que haya jugado fútbol sabe que el tiempo se estira o se encoge a su antojo) y lo único en lo que pudo pensar fue en ubicar el balón a un costado. No asustarse con la piel del tigre. 

En el video del gol inolvidable se ve cómo el anhelo de Zapata se concretó con elegancia y sutileza: su pique desaforado concluyó con una definición serena, ecuánime, como las que se le ocurren solo a los goleadores de pura cepa. 

Después vino el abrazo colectivo, la locura de la épica... y el llamado al examen anti doping de la Conmebol: él y Ciciliano, asistidor y goleador, cómplices del crimen. El fútbol. 

Mientras esperaban a que les cruzaran el brazo para comprobar que no tuvieran sustancias prohibidas que explicaran la caída insólita del gigante de Brasil, para no provocar a los dos jugadores rivales que esperaban también, se reían con los ojos, mirándose sin mirarse, celebrando para adentro lo que, todavía no sabían, seguiría celebrándose décadas después. Ese gol imborrable que hoy Luis Eduardo le muestra a los adolescentes de 15 años que entrena en Key Biscane a ver si entiendan qué es ir al ataque con enjundia. La memoria obligada del hincha de Millos cuando su equipo enfrenta a un grande de Brasil. Uno de los goles del salón de la fama del fútbol colombiano. 

Al volver al camerino los esperaba, de nuevo, el gozo de la épica. Vanemerak, a pesar de la desobediencia, estaba en júbilo. Y ahí sí, todos juntos, pudieron liberar la risa y el asombro con la velocidad africana con la que Zapata le ganó la espalda a los defensas. 

Al salir del estadio, todavía con los pies unos centímetros por encima del piso, Luis Eduardo empezó a sentir su cambio de forma. Lo constataría luego, al aterrizar en Bogotá. Ahora, y para siempre, se llamaba Morumbí. 

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