Daniel Coronell
17 Septiembre 2023

Daniel Coronell

BOTERO EN BERKELEY

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Al profesor Harley Shaiken

Ninguna institución pública en Estados Unidos quería exhibir las pinturas de Fernando Botero sobre las violaciones a los derechos humanos a prisioneros iraquíes en la prisión de Abu Ghraib. Las denuncias de un militar americano y la investigación de los periodistas Dan Rather, del programa 60 minutos, y Seymour Hersch para The New Yorker, habían sacado a flote las torturas que, a nombre de la defensa de la democracia, venían cometiendo militares y miembros de agencias de inteligencia de Estados Unidos contra prisioneros iraquíes. Violaciones, ataques con perros, ejecuciones simuladas, amenazas de electrocución, burlas a sus valores religiosos, sodomización con palos, entre muchos otros horrores, mostraron la cara oculta de la guerra contra el terrorismo.

Fernando Botero ya había alcanzado el pináculo del reconocimiento y no necesitaba meterse en esa controversia. Sus esculturas habían sido exhibidas en los Campos Elíseos de París, en Park Avenue de Nueva York y en el Gran Canal de Venecia. Era invitado a las mesas de la realeza y pinturas suyas ya eran parte de la colección de los museos más importantes del mundo. Unos meses antes, su obra Los Músicos había sido vendida por más de dos millones de dólares por Christie’s, un valor nunca alcanzado en vida por un artista latinoamericano (unos años después Botero rompería su propio récord).  

Desafiando la voz de la comodidad, a los 75 años, Fernando Botero dedicó catorce meses a pintar 78 cuadros que retratan los abusos en la cárcel de Abu Ghraib. En Europa la colección fue aclamada y exhibida profusamente, pero en Estados Unidos el silencio fue elocuente. “A mí me conmovió la revelación de Abu Ghraib por la hipocresía –me contó Botero en una entrevista en enero de 2007– Porque un país que se ha presentado al mundo como el modelo de la compasión y como el mayor defensor de los derechos humanos, terminó torturando gente en la misma prisión en la que torturaba Saddam Hussein. Ese shock que sentí yo, como ser humano y como artista, me impuso la obligación de dejar un testimonio contra el horror”.

Cuando todas las puertas se le cerraron a Fernando Botero en Estados Unidos, el profesor Harley Shaiken, director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de California, en Berkeley, se propuso llevar la exposición a ese centro educativo, la universidad pública más prestigiosa de ese país –y una de las mejores del mundo– que ha albergado a 107 ganadores del Premio Nobel.

El asunto no era sencillo. 18 de los 26 miembros del Consejo Directivo de la Universidad son escogidos por el gobernador de California, quien por aquella época era el actor Arnold Schwarzenegger. El museo de arte de UC, Berkeley declinó la invitación para albergar los cuadros que, gracias al trabajo del profesor Shaiken, finalmente fueron expuestos en la prestigiosa Biblioteca Doe. 

Los estudiantes y profesores de UC, Berkeley recibieron con júbilo a Fernando Botero cuando fue a instalar la exposición. “Esta es una respuesta a esa línea que ha ido tomando el arte, de divorcio completo de los problemas de la sociedad. Con esta invitación, Berkeley está diciendo que el arte no es solamente decoración”, me dijo el maestro Botero en esa conversación.

Consentido como pocos por el mercado del arte, habló ese día así: “El arte ha sido en cierta forma indiferente a los problemas de la sociedad. Esa indiferencia ha sido la regla. Por ejemplo, el impresionismo no registró las tragedias de la guerra franco-prusiana. En el renacimiento, tampoco. Fue más bien en la época de Napoleón, cuando los ejércitos llevaban pintores con ellos para retratar las batallas. Pero el arte no ha tenido un gran compromiso con el drama y el sufrimiento de los débiles. Hay, desde luego, excepciones notables. Por ejemplo, la pintura mexicana que fue un reto estético y un reconocimiento de las luchas sociales. También la pintura marxista italiana, rusa y china. Desde luego Picasso con el ‘Guernika’ y Goya con ‘Los fusilamientos’, pero ellos han sido más bien la excepción”.

El viernes cuando me enteré del fallecimiento del maestro Botero, recordé su voz de rebeldía que se manifestó de muchas maneras en su vida. A los 17 años cuando lo expulsaron del colegio de la Universidad Pontificia Bolivariana por escribir el artículo “Picasso y la inconformidad en el arte”. Cuando criticó a políticos, militares y curas en sus obras. Cuando se negó a sumarse a la mayoritaria tendencia abstracta y se mantuvo como pintor figurativo a pesar de que la crítica lo descalificaba. Y esa vez, a los 75 años, cuando su pincel se alzó contra los horrores de la guerra. 
 

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