Daniel Samper Ospina
5 Noviembre 2023

Daniel Samper Ospina

CONSEJOS AL ALCALDE RUSO

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Doctor
Mikhail Krasnov
Alcalde de Tunja
Montes Urales 

Apreciado alcalde Krasnov:

Reciba el más fervoroso saludo de quien desde ya se declara su admirador y amigo; su triunfo como alcalde de Tunja es ejemplo de que ninguna maquinaria, ni siquiera la aceitada y tenebrosa de Boyacá, puede vencer la maquinaria de un buen Lada: enhorabuena.

Releyendo su biografía descubro que usted llegó hace relativamente poco a Circombia; en concreto en el año 2008, cuando el país no parecía la sombra de lo que es. Para entonces el ELN acababa de prometer que haría la paz (y echaba por la borda esa ilusión luego de cometer el deleznable acto de un secuestro.) El alcalde de Bogotá anunciaba la inminente construcción de la primera línea del metro de la capital. Amparo Grisales encarnaba el papel de jueza estricta en el concurso Yo me llamo. Y la nación era presidida por un mesías sin filtros que escribía convulsivas ráfagas de trinos mientras atizaba odios. Se trataba, en fin, de otra Colombia.

Por eso mismo, he decidido tomarme el amistoso atrevimiento de prevenirlo frente a unos aspectos que, por simple y llano desconocimiento, pueden representar para usted algunos problemas ahora que llegó a la cúspide del poder. No en vano observé, como grave síntoma, que ya lo adhirió Roy Barreras, quien se declaró ruso por convicción, ruso de los de siempre. Y temo encontrarme ahora su fotografía en las páginas sociales del diario El Tiempo, al lado de Vivi Barguil, como asistente a la feria El Rastrillo.

Sí, mi querido alcalde. Acá también tenemos lo nuestro. No somos la tierra de Garry Kasparov y nuestro mayor ajedrecista fue Gilberto Rodríguez. Pero contamos con nuestro propio Stalin, Stalin Motta, a quien debería fichar cuanto antes para el Boyacá Chicó.

Mis consejos centrales, por eso, son los siguientes: quítese la ruana porque en Circombia la justicia es para los de ruana. Para curarse en salud, y no repetir los pasos de Rasputín, evite reuniones con el exfiscal Néstor Humberto Martínez (o acuda a ellas completamente hidratado). Maneje con pinzas las relaciones de Tunja con Ucrania y evite el mal ejemplo que tuvo el departamento de Boyacá cuando le declaró la guerra a Bélgica. Y si aparece una congresista de apellido Cabal que le pregunta de cuál parte de la Unión Soviética es oriundo sumercé, no se moleste en explicarle nada. 

A estas alturas ya sabrá usted que la gente de Boyacá no solo ama sus raíces, sino que se las come. Es el caso de las habas, los cubios, las chuguas y demás delicias por las que usted reemplazó el caviar de Beluga. No importa. Recoja lo mejor de esa dieta y de paso reactive la fabricación de vodka Koskenkorva elaborado esta vez con papa boyacense, y descubra las posibilidades de exportación del sabajón de feijoa, al menos como arma de guerra. Le puede interesar a Putin. Y, en lo posible, no exhiba sus lagañas en las redes sociales mientras llama "mi matrioska" a su esposa y canta en ruso que Hoy es un gran día: no crea que esa es una práctica recurrente en los alcaldes de estas zonas.

Acostúmbrese, no a las cortinas de hierro, pero sí a las de humo, generalmente ordenadas por el gobierno nacional; si siente nostalgia por el Kremlin, visite el Castillo de Marroquín, a pocas horas de su nueva ciudad, o gestione una réplica en el Parque Jaime Duque, al lado del Taj Mahal: allá también podrá encontrar una vieja montaña rusa, ya en desuso, que ayudará a calmar su nostalgia por los Urales. 

Es normal que el presidente se apropie de su triunfo y diga desde su cuenta de Twitter que la Tunja Humana ha regresado; también que él mismo lo convoque a una reunión de alcaldes y no se haga presente, y que se excuse enviándole al WhatsApp la foto de su rodilla raspada. Porque sí: nuestro primer mandatario a veces muestra el ayayay de la rodilla a modo de disculpa. No nos juzgue mal: a diferencia de lo que puede ocurrir en su tierra natal, en estas zonas tropicales la valentía del primer mandatario no se mide por su capacidad para descamisarse para dominar osos, sino por sobrellevar peladuras en las rodillas, especialmente en los días previos a las visitas a Washington, donde sirven de apoyo en las reuniones. Hay dolores que se llevan por dentro, y este es uno de ellos. Nadie sabe el rigor del mertiolate hasta que lo padece. Y si vamos a hablar de mandatarios y osos, ninguno más grande que ese.

Es posible que deba tomar contacto con el ministro del Interior o el canciller. En tal caso sepa que es normal que el primero abra la boca en el Congreso para que su colega de Salud le examine las cordales; y que el segundo escriba trinos desde la vecina población de Villa de Leyva (que, como salta a la vista, es la capital de los fósiles y se llama de esa forma porque él la fundó) en que lo expulse del país. Si eso sucede, haga caso omiso. 

En asuntos artísticos debe saber que el equivalente a Nabokov en estas tierras es Gustavo Bolívar, pese a que, propiamente hablando, no es el autor de Lolita. Porque nuestra Lolita se llama Carla Giraldo, a quien debería conocer. Y porque Circombia, mi querido Mikhail, es la tierra de las oportunidades: con facilidad podrá sumar un séptimo idioma a los seis que ya maneja recibiendo las clases de suajili que promueve el Gobierno, o un nuevo posgrado con ayuda del doctor Julián Bedoya —o por lo menos de Ernesto Macías—. (Aunque si le ofrecen una beca para aprender inglés gracias a un convenio entre las repúblicas de Manizales y Liberland es mejor que no la tome).

Varios compatriotas esperan que haga de Tunjalingrado una ciudad del primer mundo o elevan sus oraciones para pedir a usted que por lo menos no invada Paipa, Miki. Yo solo espero que esté a la altura del legado de un colega suyo de latitudes también lejanas: el profesor Antanas Mockus que, en desesperado acto pedagógico, se bajó los pantalones para mostrar las blancuzcas estepas invernales delante del Senado. Fueron los famosos anales del congreso. Espero de corazón que su paso por nuestra tierra deje un relumbrón semejante al de él y que de su Alcaldía quede un sabor alegre. O por lo menos no tan espantoso como el del sabajón de feijoa. 


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