Daniel Samper Ospina
15 Octubre 2023

Daniel Samper Ospina

DEPRIMENTE COMO EL CANCILLER

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Es un sábado soleado en Bogotá y la primera línea del canciller Leyva ha sido convocada de emergencia para tratar un tema de altísimo nivel.

—Estimados compañeros, ¿alguno sabe para qué los he citado? —pregunta su jefe una vez toman asiento en la sala de su despacho.
—¿Nos va a hablar otra vez del proceso de paz, canciller? —se atreve su vice.
—No, señores: o sí, pero del Medio Oriente. ¿Alguien sabe dónde queda el Medio Oriente?

Un tenso y delator silencio invade la sala, pero la vicecanciller lo rompe con su acostumbrada diplomacia:

—Si nos mandó llamar para corcharnos, díganos y nos largarnos —le responde.

El canciller la corrige:

—Es una duda auténtica y por lo demás válida —se defiende—: ¿alguien sabe dónde queda? ¿Alguien sabe siquiera dónde está el mapamundi que teníamos acá? ¿Alguien sabe al menos dónde estamos, en cuál salón, dónde queda el baño?

La jefe de visas ofrece una idea: 

—Llamemos a algunos diplomáticos de carrera para que nos expliquen la situación… 
—Pueden ser dos de carrera y otro de capul por equilibrio —añade otro asesor. 

Los diplomáticos de carrera resultan ser León Freddy Muñoz y Moisés Ninco: embajadores de Nicaragua y de México, que son de carrera porque efectivamente se encuentran cursando estudios y, por esa razón, mandan decir que no pueden atender la llamada.

—Pero es sábado: ¿los sábados también tiene clase? —pregunta, severo, el canciller.

La vicecanciller está por explicarle que León Freddy nunca ha tenido clase, en general, y que debía marchar en un mitin organizado por Daniel Ortega; y que el embajador Ninco se acostó tardecito la noche anterior, pero prefiere ser propositiva. 

—Anticipándonos a la situación, elaboramos este material de contexto para preparar una reacción puntual —afirma, mientras enciende el televisor de gran pantalla que mandó comprar hace años el canciller Fernández de Soto.

El equipo toma entonces asiento en la mesa ovalada del salón.

—Se trata —precisa— de un informe publicado ayer por Teresita Aya en el canal Caracol. Mirémoslo con atención a ver si comprendemos algo —aconseja. 

El informe dura ocho minutos y resulta bastante completo. Un ligero barullo se desata para comentarlo. El canciller, entonces, se pone de pie, y pide silencio: toma un sorbo de agua, toma la palabra y toma el control, al menos el del televisor, porque supone que viene ahora la sección de deporte con Eucario Bermúdez y quiere subir el volumen.

Se decepciona cuando comprende que es una grabación, pero resiliente, como se sabe, pasa a la acción: acaso ya no sea el mismo joven que ayudó a forjar la Gran Colombia mientras daba largos paseos tomado del brazo del general Santander y molestaba muchachas con Simón Bolívar, José Celestino Mutis y José Galat. Pero todavía se siente vigoroso para ayudar a la patria con grandes aportes (o por lo menos con la renovación de contrato de Thomas Greg and Son que por su misma orden habían finiquitado).

Pide entonces montar un equipo permanente para vigilar de cerca la situación, ojalá bajo la dirección de Teresita Aya.

—Teresita Aya es del canal Caracol.
—Pero nosotros estamos abriendo un canal diplomático, es lo mismo —afirma, seguro.

Será ese mismo comité el que redacte a varias manos un comunicado para repudiar el crimen contra una joven colombiana en Israel: “La Cancillería rechaza el vil asesinato de la colombiana que murió en un acto terrorista cometido por Hamás” que, pasado por el sabio matiz del lápiz rojo del propio canciller, se convirtió en el reconocido texto, más equilibrado, según el cual el Gobierno “lamenta la muerte de la joven desaparecida en medio de los gravísimos sucesos ocurridos en un desierto de Israel”, que finalmente vio la luz (antes de que el mismo canciller redactara uno en que lamentaba “la muerte natural de la nacional colombiana en hechos aislados sucedidos por fuera del país”, que por error no fue publicado).

Como ya es medio día, ordenan comida árabe. Hablamos de funcionarios comprometidos que procuran comprender la profundidad de las heridas del mundo antes de pronunciarse sobre ellas, y que dan lo mejor de sí. Pasan lentas horas de reflexión hasta que el asesor de comunicaciones anuncia la noticia:

—El presidente Petro está trinando.

El comité de crisis de la cancillería de Circombia se sienta, entonces, a analizar los trinos.

—¡Eso sí es un presidente! —exclama el canciller—: ¡más acción, menos análisis! —dice en voz alta, como regañando sin regañar a su primera línea. 

Siguen con alborozo, entonces, los 99 trinos que en adelante escribe de modo frenético el presidente y, conforme los publica, los imprimen para pegarlos en el corcho de la pared del despacho y no salirse un solo ápice de la política diplomática que el mandatario traza en tiempo real ante sus ojos.

Algunos trinos son muy logrados, como el de “Dios no bombardea niños”: tremenda frase que por un error de digitación podría haber sido una orden: “¡Dios, no bombardee niños; más bien expanda el virus de la vida por las estrellas del universo!”. 

Pero lejos de un pedido, aquel trino es una lección de diplomacia que el canciller celebra:

—Miren ustedes: logra tal equilibrio en esa postura que tenemos canales abiertos incluso con el grupo Hamás, si lo quisiéramos —celebra.
—De hecho —confirma otro asesor—, en un grupo de Telegram Hamás lo saluda como un aliado, al lado del gordito de Norcorea.

El canciller ordena a su equipo que busque una grabación de Teresita Aya sobre Corea del Norte, por si estamos ante el inicio de una nueva relación, y acto seguido su mano derecha lo anima a que él mismo, como ministro de Relaciones, apuntale la estrategia en el Medio Oriente con declaraciones propias. Es entonces cuando aclara la voz y dicta estas palabras:

—La JEP se está descarrilando.

Todavía no ha explotado la crisis con Estados Unidos para la cual pedirá que le preparen otra grabación de Teresita Aya sobre ese país, porque estamos apenas en la noche de sábado. Satisfecho con el deber cumplido, sintoniza el noticiero, sube el volumen cuando llega la sección de deportes y se queda dormido. Otra vez. Y como siempre. 
 


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