Ana Bejarano Ricaurte
8 Octubre 2023

Ana Bejarano Ricaurte

METAMORFOSIS PETRISTA

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En Colombia es común defender a los mandatarios con la excusa de: pero fulanito hizo lo mismo. Eso no resta gravedad a la ofensa, pero se utiliza con enorme frecuencia. Ese artilugio está de moda entre las huestes petristas para justificar y explicar todo lo que se le critique al presidente. 

Desde las acusaciones de la entrada del dinero de narcos a su campaña, la intervención en política para favorecer a su candidato a la Alcaldía de Bogotá, la crítica a las decisiones de otros entes —en papel independientes— como el Consejo Nacional Electoral o el Banco de la República, hasta el uso político de RTVC, una maña de antaño, repotenciada por el noticiero que creó Iván Duque ahora en manos de Hollman Morris. Todo amparado bajo el paraguas de “así lo hizo también: llene usted el espacio”. 

La presentación de la terna para reemplazar al magistrado Alejandro Linares en la Corte Constitucional, compuesta por tres personas cercanas al Gobierno, despertó las mismas justificaciones. Los que llevan años pidiendo independencia de la justicia del ejecutivo ahora burlándose como si se les pidiera ternar a la oposición. No, no es necesario postular  candidatos críticos al Gobierno, ojalá sí a juristas calificados que puedan garantizar algo de independencia. 

El mismo presidente ha incurrido en prácticas que desde su silla opositora repudió y denunció. A diferencia de la criminalización de la protesta social sufrida en otros gobiernos, Petro ha decidido instrumentalizarla, otra forma aparentemente menos grave de irrespetarla. También ha decidido atacar sin mesura a críticos y periodistas. Cualquier cuestión que se plantee sobre su gobierno es una persecución de alguna fuerza oscura descrita poética y erráticamente por el mandatario. Al mismo prócer del antiestablecimiento que tanto remilgó contra los poderes económicos ahora se le ha visto muy acaramelado con los banqueros de su preferencia. 

Se siente como el relato universal de George Orwell en Rebelión en la granja. Lo dibujó sobre lo que pareciera un cuento de niños: el levantamiento de los animales contra los humanos que los sometían. Los cerdos, los más inteligentes del establo, lideran la revolución contra el poder represor en representación del pueblo animal. Una vez al mando, el Comandante Napoleón termina convertido en un señor más: replicando todo lo que despreciaron. 

Y aunque esa novela publicada en 1945 buscaba criticar particularmente el salto de revolución a dictadura del régimen soviético, su fuerza y acierto trascendieron ese momento para convertirse en un libreto que permite acusar desviación del poder de todos los colores. Más allá de las ideologías, es una reflexión profunda sobre la capacidad transformadora, corruptora de ejercer el poder.

Claro que desde el Pacto Histórico propician justificaciones o negaciones para todos los excesos del presidente: que los medios lo tratan injustamente y por eso debe contestar con ataques y estigmatizaciones, que todo es una gran conspiración falsa contra el líder del pueblo, que tiene derecho a hacer correría política por Bogotá y ello no implica impulsar  a su candidato, que el paquete de reformas que salvará al país amerita emplear las vías del sistema para poder cambiarlo. 

En eso precisamente reside el error, pues creo que muchos de los que votamos por Petro también lo hicimos con la esperanza de que no solo cuestionara para qué se ejerce el poder sino cómo. Una verdadera promesa de cambio no puede residir solamente en reformar leyes sino en repensar la manera de hacer política y administrar el triunfo.

La idea según la cual el cambio que promete Petro —cada vez más emproblemado— justifica acudir a las viejas formas es precisamente la trampa. Las formas no son meros procedimientos sino implican también decisiones concretas sobre los límites del poder en una sociedad que ha soportado todos sus abusos. Las bondades de la partitura del presidente no convierten las notas desafinadas en música. 

Los petristas que se niegan a acusar los excesos de su dirigente, como sí lo hicieron para todos los demás, ignoran que esa es la vía de avalar los abusos de siempre ahora cometidos por quien juró representarlos. Como los animales de la granja cuya corta memoria servía para que les quedara imposible advertir que sus líderes se convertían paulatinamente en todo lo que habían repudiado. Tal vez serían ellos quienes podrían detener la conversión de Petro en otro patriarca político de los de antaño, o tal vez siempre lo fue.
 

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