Daniel Samper Ospina
4 Febrero 2024

Daniel Samper Ospina

SI BOGOTÁ FUERA TIERRA CALIENTE

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Desempolvé las sandalias, me tercié en la cintura la vieja riñonera con el logotipo del Irotama que alguna vez obtuve en franca lid, en algún juego de huéspedes organizado por los recreacionistas de ese hotel, y así, en medias y con chanclas, como corresponde, asomado el muslo blanco y gelatinoso bajo la pantaloneta que no vestía desde mis años mozos, me disponía a salir hacia la oficina cuando mi mujer me atajó en la puerta:

—¿Esa es tu pinta para ir al Hay Festival? —me regañó.
—¿Cuál Hay Festival?  ¡Tengo una cita a las nueve en la oficina!
—Si sales así, mejor no vuelvas…—amenazó.
—¿Y qué sugieres que haga con este calor? ¿Qué me ponga esmoquin? ¡Si tengo ganas de sacar una mecedora y comentar lo que pasa en la cuadra!

Confieso que la palabra “cuadra” me salió con un dejo costeño: que incluso habría podido decir “cuadro” después de pronunciarla: “¡ajá, cuadro, sal a la cuadra!”. Pero no le dije nada más. Preferí subirme al carro, prender el aire acondicionado a todo dar y reemplazar la música de la HJCK por una champeta. Dos nalgas prominentes brotaron sin avisar, súbitamente, de mi plana retaguardia. Y a las pocas cuadras comencé a sentirme feliz, a perder la timidez, y a pitarles a las bogotanas que caminaban por la calle con los hombros al desnudo.

Padecía en carne propia, pues, una de las consecuencias más graves del fenómeno de El Niño: la transformación de Bogotá en una ciudad de tierra caliente. 

Es verdad que el desorden climático ha sacudido todas las capas atmosféricas, sin contemplación: que los nevados colombianos padecen de alopecia; que en cualquier momento Álex Char ofrecerá una rueda de prensa en El Heraldo para informar que solucionó el problema de los arroyos para siempre. 

Pero de todas esas calenturas —en todos los sentidos— que padecía el país, la consecuencia más extraña era el nuevo estatus pregirardoteño de Bogotá por culpa del cual sus habitantes llevábamos días sintiendo la necesidad de echar siesta después del almuerzo. Súbitamente comenzamos a saludar, a ser amables. De repente aprendimos a bailar. Nos sorprendíamos a nosotros mismos durmiendo sin cobijas, algunos con ventilador. Y en mi caso personal, tuve que reprimir el inédito instinto de conversar con los vecinos e incluso de invitarlos a jugar dominó. 

Convertirme en menos de dos semanas en una persona en situación de tierra caliente, que es la forma correcta de referirse a los bogotanos que dejamos el páramo, resultaba terapéutico para soportar las humeantes noticias protagonizadas por el fenómeno de El Niño: el gobierno nacional despidió al jefe de bomberos y nombró en su defecto a una señora llamada Socorro, doña Socorro Peña, ante quien uno no sabría si gritar “¡Socorro, llamen a los bomberos!” o “¡bomberos, llamen a la Socorro!”.  Al contrario de lo que indicó en su momento Irene Vélez, el nivel de los embalses no está en su mejor momento en las últimas veinte décadas, y, por el contrario, los expertos no descartan un nuevo apagón: justo lo que le falta al gobierno de Petro para terminar de regresarnos a los años noventa. Instaurará entonces la hora Petro: un huso horario gracias al cual podremos llegar tarde a las citas, o no llegar nunca, mientras la oposición emite un comunicado denunciando que el Gobierno pretende quedarse en el poder, al menos una hora más. 

Y por si necesitáramos más conflagraciones, la única presa que parecía en buen estado era Daysuris Vásquez, que evitará ir a prisión aventando a su exesposo en la comisión de nuevos delitos: es el fenómeno del otro niño, del niño Nicolás. Petro demandó a Andrés Pastrana por haber dicho que su gobierno se fusionó con la mafia. Pastrana, a su vez, acusó a Petro de perseguir a la oposición y le dijo que, hablando de difamaciones, Petro lo ha vinculado a la isla del pedófilo Jeffry Epstein en diversos trinos. Porque debemos recordar que Andrés Pastrana era amigo de Epstein y viajó en su avión y desde entonces sus enemigos aprovechan esa circunstancia para vincularlo a esa red de pedofilia, sin mayores pruebas. Cosas de la política. Se la pasan diciendo que Trump era amigo de Epstein (para desprestigiar a Trump), y que Pastrana era amigo de Epstein (para desprestigiar a Epstein). 

Y como apenas era miércoles, todavía no se avivaban las llamas del incendio mayor:  el delirio del presidente Petro que, en lugar de invertir su tiempo en el diseño del acueducto de Quibdó, se enfrascó en una pelea en Twitter con una cuenta falsa del Fiscal Barbosa en la mañana del sábado, denunció un golpe de Estado contra su gobierno en todos los idiomas en la tarde -salvo suajili, para dolor de Francia Márquez- y alentó a sus barras bravas a salir a la calle para defenderlo. A modo de estímulo nombró a Armandito Benedetti como embajador en la FAO, para que protesten en su nombre: “¡Por Armandito Benedetti, presente, presente, presente!” podrá corear  incluso el canciller Leyva, que hasta hace pocos meses calificaba a su nuevo funcionario como drogadicto. 

Pero ninguna manifestación resultaba tan apocalíptica como la metamorfosis de Bogotá en la Corozal del altiplano, mientras yo somatizaba entre sudores mi nueva condición de hombre de tierra caliente. Esa misma tarde -recuerdo- comencé a comerme las eses y dejé de pedir la gaseosa al clima, y me acomodé a  una vida en la que me vestiría con sandalias franciscanas con media oscura cualquier mañana de martes; destinaría la mitad del salario a pagar la factura de la energía, y esperaría los días de febrero para desatar la locura reprimida en un el festival de la Gata Golosa, un festejo catártico que nos permitiría a todos bailar bambucos y pasillos en la carrera quince, todos en pantaloneta, en medio de una guerra de harina. 

En esa ensoñación me sumergía cuando se hizo el milagro: a mitad de la semana se cerró el cielo y cayeron unas gotas tímidas que a las dos horas se transformaron en un aguacero sideral, torrencial, bogotano, que al fin puso las cosas en orden. Llovió sin tregua tres días. La aguja del termostato cayó tan bajo como el representante Polo Polo cuando comparte memes de Petro. Y en apenas una tarde Bogotá volvió a ser Bogotá.

No niego que mis días como calentano me estaban transformando en una persona mejor, más fresca: al menos con la franela por fuera de los calzoncillos. También reconozco que regresar a mi parsimoniosa vida de cachaco, atrapada por siempre entre mantas, lanas y sinusitis, no ha resultado fácil. Pero, como están las cosas en este agónico mundo, en cualquier momento sube la temperatura y los mediodías bogotanos serán tan acalorados como los trinos de Petro cuando convoca a las calles. En ese momento desempolvaré mi indumentaria veraniega y esperaré a que Daysuris prenda el ventilador para refrescarme de nuevo.

¡VUELVE CIRCOMBIA A BOGOTÁ EN MARZO! 

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