Daniel Samper Ospina
10 Diciembre 2023

Daniel Samper Ospina

SI EXISTIERA EL PETRO FEST

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A las oficinas de esta columna llegó la siguiente queja que publicamos por considerarla de interés general: 

Yo fui uno de los muchos que no consiguió boleta para el Mañana Será Bonito Fest, el festival de Karol G, y terminé comprando para el otro, el tal Petro Fest, pero les quiero contar cómo me fue, porque resultó un engaño.

Supe del Petro Fest porque vi la publicidad en el canal RTVC de Hollman Morris y en el Canal Trece del profesor Tejada, y porque sigo la cuenta de varios influenciadores que son muy independientes y ellos mismos lo recomendaban; lo vendían como el festival para vivir sabroso, y yo les creí porque ellos siempre han dicho la verdad, esa es la verdad, y en ese momento todos invitaban a que celebráramos las cosas buenas que están pasando en el gobierno del cambio: que ya no haya masacres; que la gasolina está barata; que el gobierno ya no reparte mermelada para que le aprueben las leyes. Y que Rey Barreras presentó credenciales ante el roy. O al revés.  

Las boletas eran caras porque el gobierno tenía que financiar el viaje de las trescientas personas que fueron a Dubái y eso lo pude comprender. Me animé a pagarlas porque el cartel era impresionante. Como teloneros aparecían Doctor Krápula y Conchita Baracaldo. Luego cantaban Marelbys, Daysuris Vásquez; Nicolás & el Hombre Marlboro Band. La primera dama iba a bailar un porro; Susana Boreal se lo iba a fumar… Y ya de fondo se presentaría la voz número uno de Colombia, el Roger Waters de Ciénaga de Oro: el doctor Gustavo Francisco Petro Urrego en persona con un show de luces organizado por los comisionados sin nombrar de la Creg, aprovechando que aún no hay apagón. 

Imaginaba el ambiente, las graderías a reventar con banderas de Palestina —algunas puestas al revés en honor a como las usa Roger Waters—: dos días de júbilo y fiesta, y de cierre la presentación del presidente mismo, del presidente en persona, interpretando sus mejores éxitos: No me inviten a grandes bacanales con banqueros: yo no voy; En tres meses se acaba el ELN y, claro, el de Expandir el virus de la vida por las estrellas del universo. Iba a ser un deliro.

Recuerdo que al comienzo pensé: con esta moda retro del gobierno del cambio, en que parece que resucitan el Seguro Social, las pescas milagrosas y tantas cosas que estaban de moda en los años ochenta, a lo mejor también toquen grupos de esa época: no digo que Lokillo y los Trogloditas, porque parecería una forma de hablar del Gobierno. Pero sí Los Toreros Muertos, por ejemplo, ahora que reabren los mataderos; al menos Café Tacuba, como homenaje a la adicción presidencial. Pero no pudieron confirmar a ninguno, solo a Los Prisioneros que prefirieron no venir por temor a que Juan Fernando Petro les ofreciera regalos, y apareciera después en Los Informantes diciendo que él los maneja, que él es mánager. Supe también que a los de Pasaporte los contrataron y les pagaron el anticipo, pero el canciller Leyva les canceló el contrato a los gritos y dijo que cualquier cosa demandaran al Estado o le reclamaran a su tumba. 

El primer problema fue saber dónde sucedería el festival. Al comienzo habían dicho que en la Plaza de Bolívar; después, que frente el balcón de Palacio. Al final se decidieron por el conjunto Santa Ana de Chía. Cuando llegué, ya no quedaba puestos: todos —incluyendo los diplomáticos— se los habían repartido a activistas digitales o a políticos de partidos tradicionales: ¡hasta Juan Manuel Corzo quedó con puesto! ¡Hasta el sobrino de Alfredo Saade!

El festival empezó con un ligero retraso de quince horas porque el presidente estaba con agenda privada. Cuando finalmente apareció, la gente estaba de mal genio y algunos comenzaron a gritar “Fuera Petro”, pero en ese momento una de las presentadoras, Cielo Rusinque, tomó el micrófono y se sumó al coro diciendo “Fuerza Petro, fuerza Petro” y en la transmisión de RTVC agregaron una ovación a favor. 

El escenario tenía la forma de una gigantesca letra en forma P, como la de Barranquilla: un montaje espectacular que así, a primera vista, debió costar unos quince mil millones de pesos. Había una zona VIP en la que estaban los cacaos que fueron a la Casa de Huéspedes, y al lado de ellos pude ver a Laurita Sarabia, muy elegante, con el vestido ese que llevó a Cartagena, parecido al de las meninas de Velásquez. Era como la menina de Velasco.

En esa zona VIP estaban desde Venus Armando Silva hasta Alfonso Prada. Alcancé a ver a Armando Benedetti, a Euclides Torres. A las hermanas Pizarro. Al Pastor Saade con una pelota de caucho a la que depilaba mientras lanzaba oraciones al cielo para que no lloviera. Al otro Nicolás. Al otro Gustavo. A la directora de Artesanías de Colombia que le daba carterazos a un acomodador. A Mario Fernández Alcocer con sombrero vueltiao, a Eva Ferrer. A Daniel Quintero, a quien le asignaron a dedo el manejo de la enfermería. Y ahí mismo, en la enfermería, estaba el ministro de Salud alquilando camillas por negocio y diciendo que todos estábamos siendo víctimas de un gran experimento por culpa de las vacunas, aunque el que ponía las vacunas era Antonio García, del ELN, fan de Los Prisioneros (a quien no permitía llamar Los Secuestrados).

El presentador, Agmeth Escaf, anunció a doña Verónica que apareció en el escenario con el vestido ese como del papa que usó en la posesión: bailó un tremendo bullerengue con el mismo presentador. La cosa se estaba calentando, pero después hubo una pausa como de tres horas. Nadie decía nada. La gente no sabía si irse. Ahí apareció otra presentadora, Cony Camelo y anunció que El Otro Nicolás ya no iba a cantar, que se había arrepentido.  

Tratamos de ponerle buena cara al asunto porque finalmente lo interesante era escuchar la voz líder del país: al hombre que le canta la tabla a todos los neoliberales que viajan en avión. Iba a estrenar el bajo que le regaló Rogelio Aguas y todo.

Lo esperamos. Pasaron dos horas, tres horas, pero nada. En este punto la decepción era como la paz: total. Sobre todo porque mis expectativas eran como las Cortes: altas.

Nos fuimos cuando empezó a amanecer porque nunca llegó. Muchos quisimos quejarnos. Yo mismo le pregunté a una organizadora dónde podíamos hacerlo y me mandó a la tumba del canciller.
 


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