Velia Vidal
26 Noviembre 2022

Velia Vidal

Guerras impuestas

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Cambio Colombia

El recinto estaba casi vacío, los espectadores de esa hora en la que Quibdó arde bajo el sol sin disminuir su humedad, no llegábamos a ocupar ni una quinta parte de la capacidad de la sala. En todo caso las familias que había me permitieron la dicha de la presencia infantil y sus comentarios: ¿Y esos azules quiénes son? ¿Cómo es que se llama papá? ¿Namor? ¿Y el por qué se llama así? Efectivamente, estábamos viendo Black Panther: Wakanda Forever. Una película de la que, a decir verdad, me quedo con el bello tributo a Chadwick Boseman.

No pretendo entrar en valoraciones técnicas en las que no soy experta ni me voy a referir a la representación afro, de lo que ya bastante se ha hablado, incluso, hasta alcanzar un consenso sobre su importancia que, en esta versión, además, incluye lo indígena.

Cabe precisar que no tengo una expectativa particular con la profundidad conceptual o apuesta antirracista de este tipo de películas, entiendo que se trata, principalmente, de un producto comercial. En este caso, sin embargo, la película plantea un conflicto que no se puede pasar por alto no solo por el grave impacto que ha tenido históricamente en nuestras comunidades, sino porque este tipo de películas sí tienen una repercusión en las lecturas y discursos de muchos públicos.

La situación es esta: los gringos invaden el territorio de los indígenas en busca de sus recursos y estos creen que quienes los atacaron fueron los wakandianos, es decir, los afros. Los responsabilizan del problema, aunque luego se dan cuenta de que no fue así, y entre una cosa y otra terminan en guerra afros e indígenas. Y los gringos prácticamente no se enteran de esta guerra y solo siguen pensando estrategias para quedarse con los recursos de unos y otros. Es decir, asistimos a la reproducción de lo que una y otra vez ha ocurrido con nuestros pueblos.

Nada más distante de la ficción que las múltiples guerras entre pueblos hermanados por su territorio e historia de opresión, impuestas por los imperios que, en todos los casos, son los únicos ganadores. Hay casos de esto en todos los continentes.

Estas guerras ajenas no solo nos han costado muertos, sino que han instalado enemistades, odios y rencores que han pasado de generación en generación, condenando a los pueblos a la incapacidad de construir juntos alrededor de propósitos que evidentemente son compartidos.

De esto sabemos mucho en el Chocó, donde coexistimos los afros y cinco pueblos originarios; no vivimos una guerra, pero para nadie es un secreto que los esclavizadores y los colonos nos heredaron un conflicto que ha marcado nuestro destino. Ante los indígenas se sembró la idea de que los afros eran invasores que llegaron y, posterior a la esclavización, se fueron quedando con las mejores tierras y desplazando a los emberas, wounan y tules. Al calificativo de invasores se sumaron los estereotipos de toda clase que indicaban (y lo siguen haciendo) que los afros ni siquiera eran dignos de ser opresores.

Por el otro lado quedó sembrada en los afros la idea de que los indígenas eran inferiores a ellos, derivada quizá de esta idea muy colonialista de que ni siquiera servían para ser esclavizados. Una idea de inferioridad que justifica toda clase de exclusiones que perduran al día de hoy.

Todo esto ocurrió mientras la realidad exigía una vida compartida, mientras los saberes iban de un lugar a otro y se mezclaban en función de lo que, a fin de cuentas, es lo que hermana a estos dos pueblos: la necesidad de sobrevivir en un ambiente hostil bajo el sometimiento, la victimización y la ausencia de las instituciones que no han garantizado los derechos de unos ni otros.

Es comprensible que en contextos donde se cree que los afros y los indígenas somos seres casi mitológicos, que no existimos, que desaparecimos o quedamos borrados por la hegemonía del mestizaje, parezca irrelevante cuestionar lo que nos muestra esta película. Pero aquí, al menos en nuestro territorio, esa misma niña que preguntó por quién era Namor y por qué llevaba ese nombre probablemente comparte el espacio de la escuela con varios compañeros emberas, wownan o tules que, en la mayoría de los casos, no tienen cómo acceder al cine.

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