María Jimena Duzán
27 Noviembre 2022

María Jimena Duzán

Mis razones para ir a Caracas

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Acepté ser parte del equipo negociador con el ELN por varias razones que les quiero explicar. La primera de ellas tiene que ver con una precisión: voy a ir a la mesa de negociación no como parte del gobierno sino en representación de la sociedad civil y no pienso renunciar ni a mi voz ni a mi independencia.

Este peso que tiene la sociedad civil en esta mesa de negociación no es una interpretación mía. Eso fue lo que se pactó en la agenda de negociación acordada por las partes hace ya cinco años, en las postrimerías del gobierno de Juan Manuel Santos bajo la batuta de Frank Pearl y que Duque puso en el congelador desde que suspendió los diálogos con el ELN, tras el atentado a la Escuela de Policía General Santander en 2019. En el punto uno de esa agenda, que ha vuelto a ser reencauchada por este gobierno y que se ha convertido en la hoja de ruta para iniciar los diálogos en Caracas, se aborda la necesidad de que en la mesa de negociación haya representantes de la sociedad civil y no solo del gobierno.

Por eso iré a Caracas, en representación de lo que soy: una periodista que ha sufrido en carne propia la guerra y que, como a tantos, le tocó aprender a escribir, a pensar y a hacer su oficio entre las balas, el estigma y el miedo. 

Tengo un cuero duro, estoy curada de espantos y  no me deslumbra casi nada pero no me resigno a creer que Colombia no puede separar la política de las armas, ni de la violencia. Del ELN me desconciertan varias cosas: a pesar de que no tiene el poderío militar de las Farc, posee una capacidad de adaptación a los nuevos escenarios políticos y una habilidad para leer los procesos sociales desde las regiones que sorprende. De ser una guerrilla que nació con el propósito de tomarse el poder y que perpetró secuestros masivos como el de la iglesia La María en Cali, hoy es una organización política que se mueve por los territorios a donde el Estado nunca ha llegado y que usa las armas para respaldar su trabajo político. Sé que el ELN no es una guerrilla fácil de leer, que tiene más vidas que un gato y que estas negociaciones no van a ser fáciles.

Otra razón que me llevó a aceptar formar parte del equipo negociador con el ELN, fue el interés que le vi al alto comisionado de paz, Danilo Rueda, porque la mesa de Caracas no fuese solo de hombres. El peso del patriarcado en Colombia ha hecho que los procesos de paz hayan prescindido de la la mirada necesaria de las mujeres y que nos hayan ninguneado. A  pesar de que somos parte de la sociedad civil y de que hemos sido víctimas de muchas violencias por el hecho de ser mujeres, entre ellas el abuso sexual, la paz, o mejor, “las paces” que hemos logrado, las han firmado los hombres. El país no lo sabe, pero son muchas las mujeres que han contribuido callada y silenciosamente tras bambalinas a los procesos de paz y que han sido invisibilizadas por la historia.  A ellas, nuestro agradecimiento.

La tercera razón tiene que ver con un anhelo muy personal: sueño con un país en donde el conflicto armado sea cosa del pasado, en donde se pueda vivir en desacuerdo pero sin matarnos y en el que los cambios sociales no sean un anatema sino parte de lo posible. Dos hechos históricos nos han ido acercando a ese sueño: el  acuerdo de paz de La Habana y la llegada de Gustavo Petro al poder. El primero, a pesar de todos los problemas que ha tenido en su implementación, le ha devuelto a la política su razón de ser porque permitió que la guerrilla más poderosa del continente abandonara las armas y se reincorporara a la política nacional. El segundo hecho histórico, -la llegada al poder de un presidente como Gustavo Petro, de izquierda y exguerrillero y que además trae consigo una poderosa agenda de cambio-, debe tener muy pensativo al ELN, una guerrilla que justifica la lucha armada porque cree que es la única forma de hacer los cambios en Colombia. Para que Colombia cierre el ciclo de la lucha armada que comenzó en 1960, se necesitan dos cosas: que las reformas de Petro salgan adelante y no terminen frenadas como pasó con la Revolución en Marcha de López Pumarejo y que nos sentemos a negociar con el ELN, que es la última guerrilla que le queda a Colombia. Que me hayan invitado a ser parte de ese desafío histórico, es un privilegio que agradezco.

Sin embargo, eso no significa que vaya a renunciar a mi derecho a la crítica ni a mi independencia. Seguiré haciendo mis podcasts diarios para Spotify,  mis columnas de opinión y mis investigaciones, porque ese es mi  oficio, el oficio que me apasiona.  

Lo único que no voy a hacer es ser neutral. No me lo pidan. Siempre mantendré mi ojo crítico sobre el poder, sobre los poderosos, los corruptos y los violentos que creen estar por encima de la ley.

Ni lo duden.

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