Chocó: miserable paraíso

Imagen referencia: Río San Juan, Chocó

Crédito: Colprensa

4 Abril 2024

Chocó: miserable paraíso

María, una bogotana aventurera, recorrió algunos ríos del Chocó para sumergirse en la belleza natural de estas tierras del Pacífico colombiano. En contraste con lo anhelado, vivió en carne propia la experiencia miserable y aterradora a la que son sometidas día a día las comunidades que habitan esta región abandonada, sin presencia de autoridades y sometida por grupos armados ilegales.

Por: Olga Sanmartín

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María, una intrépida viajera bogotana de más de 50 años, no dudó en aceptar la invitación de Diego Rosselli para explorar las subregiones del Baudó y del San Juan, en Chocó, durante los días de Semana Santa. Para ella, la idea de adentrarse en los ríos del Pacífico, rodeada de bosques densos y selvas húmedas, resultaba irresistible, a pesar de que Chocó es una zona tradicionalmente azotada por la violencia. El propósito de Rosselli, neurólogo y profesor, era llegar a Sipí para sumar 1.092 municipios visitados a lo largo de 20 años. No había razón para temer, Rosselli conocía el país mejor que muchos colombianos, ya había estado en Chocó y nunca había sido asaltado por las malas sorpresas.

Sin embargo, lo que prometía ser una experiencia sublime en un santuario natural, se convirtió en una odisea marcada por el pánico, la indefensión y la ausencia del Estado. Las lanchas en las que viajaban fueron cinco veces retenidas por grupos armados ilegales, a lo largo del río San Juan.  

En esta crónica, María entrega a CAMBIO su versión detallada de lo sucedido, cuando en busca del paraíso se topó con el infierno.  

Día 1

El escenario: Quibdó, la bulliciosa capital chocoana, donde la vida se despliega en un caos aparentemente organizado. Al descender del avión, el aire húmedo y cargado la envolvió. Su destino era un hotel cercano a Istmina, donde la esperaban Diego Rosselli  y su hija Paula. La ciudad misma le ofreció un preludio de lo que le esperaba en las selvas del San Juan. Las calles estrechas tejían un laberinto caótico que desafiaba cualquier intento de orden. El tráfico era un enjambre de vehículos. 

En el avión, Maria entabló conversación con un profesor chocoano en Tumaco. Le habló de las elevadas expectativas de los chocoanos respecto al cambio anhelado que traerían consigo las obras gubernamentales. Pero también mencionó una realidad más cruda: el descenso en el precio de la cocaína, lo que ha impactado los cultivos de coca en Cauca y Nariño, donde un número importante de los cultivos se quedan sin cosechar. Un fenómeno atribuido por el profesor a la estrategia de las autoridades, que parecían apuntar más hacia los grandes comerciantes y dueños del negocio que a los humildes cultivadores. Recordó María otra teoría, según la cual drogas químicas como el fentanilo, cuya producción es menos engorrosa, habían comenzado a desplazar la cocaína.

Con estas reflexiones, María continuó su camino hacia el hotel, consciente de que ese primer día en tierras chocoanas apenas era un preludio de las emociones y desafíos que aguardaban en las profundidades de la selva.

Día 2

A las seis de la mañana, el ruido del motor del Land Rover de Rosselli anunció el inicio de un nuevo capítulo en la travesía. El destino: Puerto Meluk, sobre el río Baudó, un lugar marcado por la decadencia. "Envuelto en un caos tumultuoso de decenas de viajeros y poblado por una multitud que luchaba por subsistir en medio de la precariedad, allí nos embarcamos en una lancha desvencijada y sin techo, junto con unos 30 pasajeros. Durante aproximadamente tres horas enfrentamos las inclemencias del sol agotador hasta alcanzar Pie de Pató, la cabecera municipal de Alto Baudó. Toda incomodidad se diluyó cuando el río Baudó se desplegó majestuoso ante sus ojos, "rodeado de una selva exuberante donde coexisten comunidades afro e indígenas embera. Pero tras la belleza natural, se evidencia la pobreza extrema y el abandono estatal. Yo no había conocido lugar más pobre que Pie de Pató".

La visita a la iglesia, donde Rosselli siempre inmortaliza su llegada con una fotografía, y el recorrido por el muelle, poblado por los embera, ofrecieron un vistazo a la cotidianidad de quienes habitan estas tierras. "En conversación con una joven indígena que cargaba a su bebé, confirmé lo que me había dicho el profesor de Tumaco. Ella se vio forzada a regresar a estas tierras sin oportunidades porque ya no había trabajo en Cauca ni en Nariño, donde era contratada para cosechar hoja de coca".

El almuerzo, un simple acto cotidiano, adquirió un significado especial en Pie de Pató, donde la falta de alimentos es una constante. La noche llegó con la certeza de que en esta tierra, la comida es un tesoro escaso. "No hay restaurantes y solo una pequeña tienda ofrece mecato de paquete. Sin embargo, la señora del hotel nos brindó una muestra de hospitalidad al prepararnos huevos con arepa". 

Día 3 

Bajo un aguacero torrencial que persistió sin tregua, antes de las seis de la mañana, emprendieron el regreso hacia Puerto Meluk, una vez más en lancha descarpada, expuestos a la inclemencia del viento y la lluvia. Ya en Puerto Meluk se embarcaron hacia su próximo destino: Pizarro, desembocadura del río Baudó y  cabecera municipal de Bajo Baudó. "Este municipio, más poblado, alberga alrededor de 20.000 habitantes. Es más turístico y próspero, cuenta con varios hoteles, restaurantes y establecimientos comerciales. Rosselli tomó la foto en la iglesia y luego la belleza del atardecer indescriptible me conmovió y me recordó el paraíso en el que estaba". 

Día 4

En la mañana, partieron del hotel de Pizarro en un pequeño carguero que los condujo por la playa hasta un riachuelo donde los esperaba un bote para atravesar el río. En la otra orilla, tres motos los llevaron al corregimiento de Pilizá, un lugar extraordinario, donde desayunamos una exquisita piangua con patacones. Fue un día privilegiado en una playa monumental, de hermosura infinita, donde en marea baja uno puede caminar unos 700 metros de playa para llegar al mar. Nos quedamos dos noches, fue muy bonito estar ahí".

Pizarro fue el único punto del viaje donde vieron presencia del Ejército colombiano. "En el puerto vimos a varios soldados. Rosselli y yo estábamos atareados con las maletas, cuando uno de esos soldados se aproximó a Paula y le solicitó la cédula, además de realizar una requisa. El soldado comenzó a mirar su celular y ella preguntó si en el dispositivo aparecía información sobre personas con antecedentes. Él respondió 'sí, sí, aquí aparece la gente que tiene algún asunto pendiente con la justicia. Y parece que usted sí tiene un asunto pendiente'. Muy alarmada y sorprendida, ella interpeló: '¿Yo? ¿Qué asunto pendiente?' A lo que el soldado replicó: 'Tiene pendiente darme su número telefónico'. Es totalmente inaceptable que se aproveche la autoridad conferida por un uniforme y un arma para coquetear con una joven. Desde ese incidente, no encontramos nuevamente presencia militar ni policial, a pesar de que la región está infestada de grupos armados ilegales".

Regresaron una vez más a Puerto Meluk para recuperar el Land Rover,  llegar a Istmina y abordar una lancha rápida que los llevaría por el río San Juan hasta el río Sipí. Un viaje de unas cuatro horas,    para conocer el municipio de Sipí. "El río San Juan, tristemente, es el más contaminado del Chocó. 

Después de más de una hora de navegación, en medio de las vastas y solitarias aguas del río San Juan, divisaron una lancha anclada en una de las orillas, con seis hombres vestidos con uniformes de camuflaje. Nuestra lancha se acercó, obligada por la presencia del retén. Un joven, apenas de unos 20 años, anunció ser parte del Ejército de Liberación Nacional (ELN), y explicó que harían una requisa por seguridad. Todos ellos portaban armas y lucían los distintivos rojos con negro, característicos del ELN en sus brazaletes y gorras. Un escalofrío recorrió mi espalda, el pánico me invadió, y en un instante me pregunté: ¿Por qué carajos estoy aquí? ¿Qué me llevó a buscar lo que no se me había perdido? A pesar de su falta de violencia o rudeza, su mera presencia, frente a nosotros, sembraba el miedo".
"Nos exigieron las cédulas, revisaron meticulosamente nuestras maletas y bolsos de mano, y comenzaron a interrogarnos sobre nuestras ocupaciones. Éramos los únicos turistas a bordo, y alrededor del 80 por ciento de los pasajeros afirmaron estar involucrados en la minería. Después de un lapso, devolvieron las cédulas, pero las nuestras no estaban entre ellas. El joven, que supongo era un subcomandante, nos llamó por nuestros nombres. Los tres levantamos la mano y nos indicó: ´Por favor, vengan a esta lancha´. Nos trasladaron a su embarcación, encendieron el motor y avanzaron lo que me parecieron 100 metros, aunque tal vez fueron apenas 30 . Para mí, cada segundo se alargaba como una eternidad. Sentí un terror profundo y temí que nos llevaran secuestrados. Nos preguntaron qué hacíamos en la zona y cuándo pensábamos regresar. Rosselli, con la voz ligeramente temblorosa, les explicó que éramos simples viajeros y que él quería mostrarnos la belleza de la región a su hija y a mí. Con los boletos de vuelta en mano, explicó que teníamos previsto regresar al día siguiente. El joven del ELN nos informó que no estaba autorizado para dejar pasar a la gente. Después de buscar en vano una señal de celular, presumiblemente para llamar o enviar un mensaje, decidió tomar fotos de nuestros documentos de identidad. Luego nos llevaron de vuelta a nuestra lancha y nos permitieron continuar nuestro camino".

A pesar de haber sido liberados, María no experimentó ningún alivio. Por el contrario, relata que fue entonces cuando comenzaron las horas de incertidumbre, "estaba bloqueada y en pánico. Uno no sabe qué puede pasar. No se puede preguntar, no se sabe qué nos espera. La mujer que estaba en nuestra banca, la misma que le ordenó a Paula guardar el celular al ver el retén, me increpó: "¿En serio, decidieron venir de vacaciones a esta zona? Este es el último lugar al que alguien debería venir en busca de unas vacaciones. Aquí hay enfrentamientos constantes entre grupos paramilitares y guerrilleros, y la población queda atrapada en medio del fuego cruzado. Antes no nos detuvieron los paramilitares, los del otro bando, que siempre se sitúan más arriba".

No habían pasado ni 40 minutos cuando vieron otro grupo del ELN en la orilla, justo en el momento en que se adentraban en el río Sipí, un afluente más pequeño del San Juan. "Allí nos tocaba hacer un trasbordo para navegar por el Sipí. Rápidamente tomamos nuestras maletas mientras la guerrilla nos pedía las cédulas con voz firme pero amable a la vez: 'Somos del ELN. Por favor, sus documentos'. Me sorprendió ver cómo uno de los guerrilleros se dirigió a Rosselli con un tono amistoso, casi cariñoso: 'Cucho, el comandante le envía saludos y espera que tenga un buen viaje'. Quedé perpleja y comprendí que habían buscado en internet a Rosselli, y que no representaba amenaza para ellos, sino más bien era un aventurero, un profesor.

Una hora después, hacia las cinco de la tarde, finalmente llegaron a Sipí, luego de 11 horas de travesía desde Pie de Pató. Con un silencio sepulcral a cuestas, se dirigieron de inmediato a la iglesia católica del municipio e ignoraron la paradoja de su pequeño tamaño en contraste con la presencia de ese templo católico y tres cristianos, además de una estación de policía notablemente grande (aunque curiosamente no vieron a ningún agente),  un restaurante, parques y  hotel. Llegó la noche y con ella el miedo y la incertidumbre se instalaron cómodamente. "Cuando cada uno se encontraba en su habitación, los nervios se apoderaron de mí, anticipando lo que podría depararnos el día siguiente, a nuestro regreso".

Dia 5

"A las cinco de la mañana, ya me encontraba lista para partir. Tomé un café reconfortante y, puntualmente a las seis, nos embarcamos en la lancha de retorno a Istmina. Después de unos 45 minutos, en el mismo lugar donde nos topamos con el segundo retén del día anterior, justo en el punto de unión entre el río Sipí y el San Juan, nos encontramos con otro retén del ELN, que siguió el mismo protocolo de los anteriores. Cambiamos de lancha para continuar por el río San Juan. Durante el trayecto reinaba un silencio pesado, interrumpido solamente por la ocasional maquinaria que se divisaba en la orilla del río, presumiblemente utilizada para actividades mineras.

Avanzábamos en nuestro viaje, cuando el bote fue nuevamente interceptado por el ELN, siendo esta la cuarta vez que nos detenían en dos días. Se repitió el proceso, nos organizamos en filas para facilitar la inspección de nuestras identificaciones y el registro del equipaje. En medio de esta rutina, me percaté de que Rosselli se alejaba unos metros hacia el monte, hasta que lo perdí de vista por algunos minutos. Una vez que nos permitieron continuar, Rosselli me comentó que el comandante lo había llamado para indagar sobre cómo había sido su viaje y para asegurarse de que hubiera recibido los saludos que le envió la tarde anterior. Le expresó su deseo de que hubiera tenido una buena estadía en la región y le manifestó: "Profesor, me alegra haberlo conocido". A pesar de que Rosselli extendió su mano para despedirse, el comandante lo sorprendió con un abrazo. Esta escena nos dejó desconcertados, a él y a mí, sin comprender del todo su significado.

Incluso ante ese gesto que aparentaba ser amistoso, María no pudo tener tranquilidad. Las palabras de su excompañera de lancha resonaban en su mente y advertían lo que faltaba: la presencia de paramilitares, río arriba. Sus temores no eran infundados; apenas media hora después del último retén del ELN, divisó a diez hombres en la orilla del río, vestidos con uniformes de camuflaje y portando brazaletes de verde oscuro o negros. "Somos las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (Clan del Golfo). Realizaremos un rápido procedimiento de control. Estos retenes son tanto para nuestra seguridad como para la de los viajeros", recuerda María. Solicitaron que todos los pasajeros descendieran  de la lancha, entregaran sus identificaciones y sus  maletas, en un operativo similar al del ELN. "No hicieron preguntas e indicaron que las personas de la tercera edad podían permanecer a bordo. Al concluir la inspección, nos autorizaron regresar a la embarcación y continuar nuestro viaje. Fue hacia las diez de la mañana cuando, finalmente, sentí alivio al llegar a Istmina. Unas horas después, agradecí el regreso a casa".

María aún lleva consigo el peso de esta experiencia brutal. Siente que durante esas horas vivió la misma pesadilla que enfrentan día tras día, y por años, las comunidades de esta y otras regiones del país, "cada vez más regiones", enfatiza. Son pobladores que no pertenecen a ningún bando, sin riqueza ni negocios, y que habitan en tierras donde el abandono estatal y la ausencia de la fuerza pública permiten que cualquiera con un arma se erija como autoridad. La desolación y la desprotección son extremas; una sensación de orfandad inexplicable se apodera de todos, dejando la vulnerabilidad expuesta y el terror latente que deben ocultar estos pobladores tras el silencio y la sumisión. "Sentirse a la deriva, a merced del capricho de aquellos que detentan el poder de las armas, sentir que no hay nadie que venga a salvarte es una experiencia miserable y desgarradora. Los piratas aún existen y yo pensaba que eran de otros tiempos", concluyó María.
 

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