El pueblo pescador de La Mojana que se convirtió en un desierto
5 Mayo 2024

El pueblo pescador de La Mojana que se convirtió en un desierto

Crédito: CAMBIO-Pía Wohlgemuth

Los corregimientos de Sucre han sufrido El Niño como pocos. Mientras el hambre acecha, sus habitantes anhelan la llegada de las lluvias, que traerán otros problemas. ¿Cómo se vive en una tierra donde el agua y las sequías son implacables?

Por: Pía Wohlgemuth N.

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Por las grietas del suelo, gris y roto como el de los desiertos más áridos, emergen algunas plantas que comienzan a tragarse los cascarones de las conchas secas. Las aves se reúnen sobre el único rastro de agua que se encuentra después recorrer más de 3 kilómetros en moto por esta ciénaga seca. Es un oasis engañoso. Sus aguas, que se mueven con cualquier ventarrón, sacan a flote docenas de peces muertos. El sol, ardiente y bochornoso, acentúa el olor a podrido y quema con una furia que parece intencional.

peces muertos

Hace dos años o menos, este lugar se recorría en chalupa y las señalizaciones improvisadas -palos de madera enterrados en lo que hoy es suelo seco, con una bolsa de color rojo colgada en su parte superior- les servían a los pescadores para encontrar el camino de regreso. El agua era abundante; los peces, grandes y gordos. Hoy no queda rastro de ellos por cuenta del fenómeno de El Niño. Según Corpomojana, murieron por la falta de oxígeno en su hábitat. Los peces que quedan, dicen, son pequeños y se alimentan de barro.

La aridez en la Ciénaga grande, un cuerpo de agua de La Mojana que comparten Sucre y Bolívar, suele ser navegable, y los límites entre un departamento y otro son imperceptibles. La sequía en esta zona cambió la vida de los habitantes de corregimientos como San Mateo, Campo Alegre y Orejero, del municipio de Sucre. Allí, más de 2.000 familias de la región que viven de las pesca no tienen trabajo: ya no hay nada que pescar. 

Del bocachico, una de las especies más comunes en la región, no quedan ni las espinas. Algunos habitantes dicen que no ven uno hace ocho meses; otros, hace tres. Pero irónicamente, esta tierra que le sirvió a Gabriel García Márquez de inspiración para Los cuentos de la mamá grande y Crónica de una muerte anunciada, también teme el comienzo de la temporada de lluvias.

Unas cuantas gotas alcanzan para transformar en barro denso y movedizo las vías sin pavimentar de las afueras de Sucre. Esas gotas, por ahora, no bastarán para que sus ríos vuelvan a ser navegables. Por eso, quienes viven en este pueblo atraviesan su momento más difícil: están atrapados entre la tierra y el fango, y sus ingresos se han reducido casi a cero, pues no solo no pueden pescar sino que sus cultivos de yuca ya no crecen como antes. 

El Programa Mundial de Alimentos determinó en un informe reciente que Sucre es uno de los departamentos con situación severa de inseguridad alimentaria aguda. Es decir, que las personas no tienen acceso regular a suficientes alimentos nutritivos “para un crecimiento y desarrollo normales y para llevar una vida activa y saludable”, dice la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Según el mismo estudio, 1.6 millones de residentes en Colombia están en la misma situación, y las zonas rurales son las más críticas. Por un lado no tienen comida por el clima y, por otro, reciben poca ayuda estatal.

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A Sucre, en el departamento de Sucre, se puede llegar por tierra y, en tiempos normales, por agua. Pero con la sequía, llegar en chalupa es imposible: la trocha es la única opción. Desde Sincelejo, el transporte cuesta entre 40.000 y 70.000 pesos, mientras que el viaje tarda cuatro horas. Hay pocos que hacen el trayecto y casi nadie puede pagarlo.

La plaza principal de Sucre es larga y colorida. El profesor Isidro Álvarez, un estudioso de la vida de García Márquez que vivió unos años en el pueblo, la describe como un lugar de encuentro. “Tiene el muelle, el puerto, que la conecta; todo el que llega a Sucre tiene que llegar al puerto y se encuentra con la plaza”, dice el académico.

Álvarez habla de la migración de libaneses y europeos que cruzaron el Atlántico para llegar a Colombia y más adelante entrar a la región de La Mojana. Un tránsito fluvial que hoy sería imposible en la zona de Sucre. El puerto está seco y ninguna canoa alcanza a navegar por sus aguas tan disminuidas y estáticas.

chalupa

El calor antes de las diez de la mañana alcanza  30 grados. Las personas se protegen de los rayos con sacos, chaquetas y camisas de manga larga, que en pocos minutos se empapan de sudor. El camino hacia los corregimientos del norte, los más afectados por la sequía, es en moto. 

La primera parada es en San Mateo, un corregimiento que no es sino unas casas sobre una calle. Una de esas viviendas es la del profesor Hermes Reyes, que lleva 45 años enseñando en el centro colegio local. Es de los pocos que tiene un salario casi asegurado en medio de la escasez de comida y, siempre, de agua potable.

“Ha sido terrible, con dificultades en todos los sentidos, para la alimentación de las personas, para la alimentación de los animales. Cultivos y todo, todo se acabó, todo se perdió con ese fuerte verano que tenemos y los animales sufriendo”, explica el profesor, que se refiere también a los cultivos de maíz y arroz que perdió su familia.

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Ni él mismo tiene claro cómo han hecho para alimentarse estos meses. “Eso es lo que nos preguntan todos, cómo se sobrevive en esta región. Por aquí donde no hay nada que hacer -asegura-. No hay quien coma tres comidas, porque la situación no deja”.

Las paredes de su casa están manchadas por las inundaciones de 2021 y 2022, cuando el río Cauca se desbordó y rompió el dique en el punto de Caregato: el río San Jorge, también conectado a La Mojana, e inundó todo. En ese entonces, muchos otros corregimientos de Sucre, Antioquia, Bolívar y Córdoba pasaron casi un año con el agua hasta el cuello. La Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres sigue reparándolo.

Ahora que se avecina un fenómeno de La Niña, el fantasma de esas inundaciones le preocupa a Hermes Reyes. Teme una nueva creciente llena de sedimentos que acabe con la vegetación y aísle su tierra todavía más. Esto terminaría de bloquear la salida por tierra a la cabecera municipal, en donde se consiguen todavía algunas cosas para abastecer las tiendas y las neveras de las casas. Por eso, dice que tener vías sería la solución ideal y más deseada.

Más adelante, luego de andar unos 20 minutos en moto por vía destapada, queda Campo Alegre, el único corregimiento pavimentado de la zona. Algunas personas caminan por la calle;  la mayoría permanece en sus casas, con la puerta cerrada a pesar del calor.

Nilson Alberto Gómez, pescador del pueblo, cuenta que no es fácil sobrevivir en medio de una ciénaga seca. Su voz se entrecorta. Desde enero dejó de pescar. Ya no hay agua. Vive de lo que le fían en las tiendas, aunque algunas ya están al borde del colapso, en una zona en donde todos se dedicaban a pescar. 

Su infancia fue muy distinta. Todo abundaba en su territorio, que estaba lleno de vida, de agua, de vegetación. Hoy extraña el bocachico, que por muchos años dio por sentado, como un bien infinito. “Aquí se almuerza lo que se pueda, lo que uno logre conseguir -dice Gómez-. A veces no da para ni una comida: no le miento”.

Estaba acostumbrado a vivir en el agua -a los habitantes de Sucre, Sucre los llaman “patadeagua”-, pasar las horas de luz pescando en la ciénaga. Hoy pasa días enteros estresado, buscando alguna otra forma de recoger algún dinero.

“¿Presidente, por qué nos quitó las ayudas, que eran las que más nosotros usábamos en estas calamidades? Nos quitó Familias en Acción, Ingreso Solidario, y otros programas que beneficiaban mucho la región. Estamos molestos con él”, dice el pescador. La misma queja se repite una y otra vez en la región, en donde la pobreza es visible.

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En diciembre, el Departamento Nacional de Planeación actualizó la información de 2 millones de hogares en toda Colombia. Entre ellas la construcción del Registro Social de Hogares. Se compone del Sisbén y de cerca de 50 bases de datos que permiten “focalizar y acercarse de una forma más detallada la información de los hogares”, según explica la entidad. Para los habitantes de la región, estas palabras no explican por qué los cambiaron de categoría, si tienen hambre, sed y están casi atrapados por la falta de vías terrestres y fluviales.

El trayecto sigue hacia el norte, por un camino usualmente rodeado de agua y hoy de sequía. Cerca de la frontera de Sucre con Bolívar está Orejero, un corregimiento cuya iglesia tiene techo de lata. Unos cuantos niños y niñas corren por ahí, un joven se balancea en una hamaca y una mujer mayor camina en cámara lenta por la vía principal. 

La tienda de Argélida Acuña está vacía. No hay huevos, ni plátanos. No hay nada que vender. “Es primera vez en la vida que yo veo está sequía -dice Argélida, profesora del corregimiento que lleva 59 viviendo allí-. Puede mirar, en ninguna parte de la comunidad encuentra usted para comer un huevito. Si la persona tiene el arroz solito, con ese será... Y el que no tiene, pues no come nada”.

argélida

Para conseguir el suministro de su tienda tendría que ir hasta Magangué, pero es costoso y queda lejos, más si es por trocha. De vez en cuando, llega un carrito que trae productos de la canasta familiar, y los que pueden compran algo.

Desde ahí, comienza la búsqueda por un oasis prometido en medio de una ciénaga seca, en la región de Pansegüita bajo: un vasto territorio antes navegable. Las conchas blancas y brillantes son la prueba de que ese suelo alguna vez fue la profundidad de una ciénaga llena de peces. Después de andar en moto por varios kilómetros, se ve cómo las gaviotas blancas se reúnen al borde de un cuerpo de agua llamado La Tortuga. 

Los montones de peces muertos que salen a flote no les apetecen ni siquiera a las aves. Los cadáveres de los animales decoran de forma grotesca el borde del agua, que se evapora ante una temperatura que roza los 40 grados centígrados.

agua

María Inés García mira el pedacito de agua y a las aves que tiene enfrente. Piensa en su esposo, pescador, que antes recogía la comida para toda la casa. Con ellos viven otras ocho personas de tres familias. Por eso, les ha tocado buscar formas de ahorrar y hacer rendir lo poco que tienen: “El jabón que utilizamos para lavar es el mismo que utilizamos para bañarnos. Para dirigirme a la cabecera municipal el transporte es moto, si yo no lo tengo propio me tocaría pagarlo y no hay recursos para pagar eso”. Las mujeres tienen que improvisar las toallas higiénicas y su aseo personal.

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De regreso a Orejero, Yaira Alean Acuña, concejala del pueblo, cuenta que muchas personas están pasando hambre y le piden comida, algo para parar el ruido insoportable de sus estómagos vacíos. “Yo siento a veces que Sucre, Sucre no se encuentra en el mapa de Colombia porque lo tienen muy abandonado”, dice. 

Acuña espera la llegada de las lluvias, aunque sabe que con ellas vendrán complicaciones ya conocidas. “Orejero es el primer corregimiento que se inunda y el último que sale. Los habitantes nos inundamos casi tres metros y quienes nos quedamos aquí cuando son las inundaciones, tenemos que salir por el techo”. Sin embargo, nadie quiere que lo reubiquen, esta es tu tierra, que conocen como la palma de su mano y les ha dado todo.

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El camino de regreso a la cabecera del pueblo toma una hora.  Las miradas curiosas se asoman por el zumbido de las pocas motos que pasan. Obman Campo, veedor del pueblo, camina por el borde del brazo La Mojana, un río parte de la ciénaga. Antes tenía un caudal poderoso, hoy parece un hilo delgado en el que a duras penas se encuentra un pez. Por eso, anhela la llegada de las lluvias, aunque sabe que con estas vendrán otros grandes líos.

Días atrás, el presidente Gustavo Petro anunció un plan de cerca de 4 billones de pesos para La Mojana. Dijo que el ordenamiento de la zona de Sucre y Córdoba tenía que pasar por “ordenar la gente alrededor del agua, liberar los espacios del agua”. Pidió no construir más muros para frenarla y habló, incluso, de no cerrar Caregato, pues “el río Cauca rompe por otro lado”.

Campo no está de acuerdo con esto. “Definitivamente la vida de nosotros es el agua, pero el agua tiene su hábitat normal, pero cuando llega a nuestras calles y casas, trae miseria”, sostiene. Por eso, piensa que la clave es dragar el río, que trae sedimentos y provoca verdaderas tragedias. No es el único que lo dice; es un pedido frecuente de la comunidad. Insiste en la necesidad de tener vías adecuadas, tener comunicación terrestres con Managué y con Majagual.

“El problema es que sin vías las personas siembran, cultivan y al momento de recoger su cultivo no tienen por dónde sacar el producto. Entonces mejor se abstienen de cultivar. Al pescador se le seca la ciénaga y hasta ahí llegó, no tienen otra forma de vida -explica Obman Campo-. El ganadero se ve obligado a sacar su ganado, cuando vienen las olas de inundaciones. La pobreza nuestra no es pobreza de nacimiento, sino que es sufrida como consecuencia de olas invernales, olas de resequedad, falta de vías”.

El alcalde del pueblo, Assad Cure, atiende una entrevista desde su despacho, en donde el aire acondicionado disimula el calor húmedo de la mañana. Cuenta que ha pedido al Gobierno un enfoque diferencial en el tratamiento de Sucre, que es diferente a otras áreas de La Mojana. "Lo peor está por comenzar -explica-. Los niveles del río son muy bajos para navegar y los caminos, las trochas que tenemos, lógicamente se van a dañar por el agua”.

barro

Cure resalta que el municipio no está conectado de ninguna manera, ni siquiera con sus propios corregimientos y esto afecta a los estudiantes, que llegan hambrientos al colegio, a los agricultores y a todos los habitantes. 

A pesar de esto, a mediados de abril hubo fiestas en el pueblo y se gastaron algunos millones entre sector privado y público. El municipio está en calamidad pública, pero no falta el tiempo para enfiestarse. El mandatario local considera que esto no se contradice con la crisis, que las personas tienen derecho a disfrutar, a pesar de su dramática situación. Otros cuestionan el manejo que se le ha dado a la crisis, aunque difícilmente los recursos del municipio podrían costear todo lo que necesita el pueblo.

No obstante, Cure recalca que los habitantes no quieren que los reubiquen, como se intentó fracasadamente en el pasado, y quieren que se refuerce el cierre de Caregato, distinto a lo que ha promovido el presidente.

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Salir de allí por el camino a Majagual puede costar hasta 50.000 pesos en moto, pues ya no se puede ir a otro lado en chalupa. Desde ahí, en donde hay vías y comercio excesivo, quien quiera llegar a Sincelejo debe pagar unos 60.000 pesos adicionales. 

No está claro el trabajo de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo para traer agua potable a quienes la necesitan y atender las necesidades de la sequía, porque la entidad no entregó información a pesar de que este medio la solicitó por más de una semana.

Mientras tanto, salir de Sucre es una odisea. Sus habitantes viven a merced de un clima que en invierno arrasa sus casas y en verano mata a sus peces. Desde este rincón de La Mojana, piden que el Gobierno active la construcción de vías para no seguir aislados: sin nadie que los escuche. 

 

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