Gabriel Silva Luján
25 Septiembre 2023

Gabriel Silva Luján

Ahora o nunca

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Es usual que los políticos digan que es ahora o nunca. La mayoría de las veces es solo una frase de cajón para tratar de convencernos de que si no votamos por ellos viene una debacle ineludible. Sin embargo, el comportamiento demográfico y la educación de los jóvenes son dos de los pocos procesos sociales en que los que el “ahora o nunca” es totalmente válido. Los bebés que dejaron de nacer hoy ya no podrán nacer mañana. Los niños que no reciben educación inicial hoy o que no ingresan al colegio cuando corresponde o que no acceden a la educación superior, arrastrarán un déficit educacional que los acompañará el resto de sus vidas.

Según el más reciente informe de estadísticas vitales del Dane, Colombia tiene ya el “comportamiento demográfico de un país desarrollado”. Es decir que el número de niños que nacen, y por lo tanto los futuros jóvenes, es cada día menor. Buena parte del país se encuentra ya por debajo de la tasa de fertilidad de reemplazo de la población. Este año se observa una caída particularmente aguda. En 2023 se alcanzó el número de nacimientos más bajo en décadas, 297,756 niños en el periodo enero-julio. Esto representa una reducción del 13,7 por ciento frente a lo observado en igual periodo en 2020.

En 1982 la población entre 15 y 24 años representaba el 22,5 por ciento del total de los habitantes de Colombia. Cuarenta años después es el 16,2 por ciento. Además, para echarle sal a la herida, el porcentaje de niños nacidos con bajo peso -un fuerte indicador de posibles problemas de salud y de desarrollo- pasó de 9,1 por ciento en 2020 a 11,1 por ciento en el presente año.

Colombia enfrenta una crónica reducción del segmento de jóvenes, haciendo que la carga de pensiones y salud que tendrán que sobrellevar estos futuros ciudadanos va a ser mucho más significativa que la de hoy. El drama se agudiza cuando además de los factores de carácter cultural, social y estructural que han transformado las realidades demográficas para que nazcan menos niños, la juventud de hoy, la que ya está aquí presente, (definida como la población entre 0 y 28 años) la estamos matando, entregando al crimen organizado o encarcelando.

El número de fallecidos de este grupo por causas violentas (homicidios, accidentes, suicidio) en los primeros siete meses de 2023 alcanzaron la cifra de 7,962, un incremento de 2 por ciento frente al año anterior según las estadísticas de Medicina Legal. Además, según el Inpec, al cierre de agosto se encontraban privados de la libertad 29,414 adultos jóvenes -entre 18 y 28 años- en todas las cárceles del país. Para no hablar de los por lo menos 100.000 jóvenes vinculados directamente a la guerrilla, la economía de la coca, a actividades delictivas, y a las organizaciones criminales. Estamos ante una combinación trágica: disminuyen los nacimientos; 11 por ciento de los que nacen tienen vulnerabilidades de salud; aumentan los jóvenes muertos por causas violentas; y cerca de 130.000 jóvenes están en las cárceles o están reclutados por los violentos y las economías ilegales.

Además de estos perturbadores factores que disminuyen sensiblemente el tamaño de la población joven del país, la pregunta siguiente es si la juventud actual estará preparada adecuadamente para que de manera productiva asuma las responsabilidades que les van a recaer en el futuro. La población que está en edad de asistir a la educación superior (18-24) y no lo hace representa el 45 por ciento. Es decir, prácticamente uno de cada dos jóvenes de hoy se está quedando sin preparación profesional o técnica para enfrentar el futuro. Además, los jóvenes están desperdiciando la ventana de oportunidad para adquirir las habilidades para enfrentar los desafíos de la vida. El 31,5 por ciento de los muchachos está en la categoría de los ninis, es decir que no trabajan pero tampoco estudian.

Hay momentos en la vida de los países que son encrucijadas históricas. En Colombia estamos atravesando uno de ellos. El cambio demográfico que está viviendo Colombia significa que si no logramos en la próxima década y media hacer una revolución en la protección de la vida de los jóvenes y darles oportunidades reales ya los habremos perdido para siempre.

Estamos desperdiciando a la juventud. Una juventud que ya no volverá en un país que envejece aceleradamente. Es indispensable hacer otra revolución profunda en el acceso, en la calidad y en la pertinencia de la educación superior, sin la cual, al país le quedará prácticamente imposible lograr alcanzar niveles de desarrollo que le permitan escapar la pobreza y sostener adecuadamente a la masa de mayores y ancianos que tendrá a su cargo.

Tienen razón el presidente Petro y la señora ministra de Educación sobre la urgencia de realizar una transformación profunda de la educación superior. Esto no solo colaboraría a prepararnos para la transición demográfica y al desarrollo del país, sino a reducir dramáticamente los factores de violencia e ilegalidad que están robándonos miles de jóvenes todos los años.

Sin embargo, no se podrá lograr solo apostándole a que el presupuesto nacional y las entidades públicas sean capaces por sí solas de transformar las realidades de la educación superior y de la juventud. La universidad privada ha jugado un papel fundamental no solo en proveer educación de calidad sino también en la innovación y la adaptación a los cambios en el mercado de trabajo y en las necesidades de los estudiantes. De allí que si de construir un acuerdo nacional se trata, arranquemos por volver la educación y la protección de la vida de los jóvenes el eje de ese acuerdo. Sin ello, estaremos condenados a un crecimiento modesto, a un ingreso insuficiente y a un atraso estructural, típico de un país que lo dejó el tren de la historia. Ahora o nunca.

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