Yezid Arteta
16 Noviembre 2023

Yezid Arteta

Banderas en El Plateado

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Leyendo Sables sin vainas, un extraordinario libro escrito por Rodrigo Mezú-Mina —coronel activo de Fuerza Aeroespacial Colombiana— topé con una cita del extinto sociólogo barranquillero Orlando Fals Borda con relación al papel del ejército como agente de cambio social y económico activo. Fals Borda ingresó a la Escuela Militar de Cadetes en 1943 junto con Gabriel Puyana García y Fernando Landazábal Reyes, dos oficiales que años después alcanzaron el generalato. El barranquillero se apartó de la vida cuartelaria, emigró hacia los Estados Unidos, y años después volvió al país como un intelectual en toda regla, debutando con un opúsculo que tituló La subversión en Colombia (1967), dedicado al cura guerrillero Camilo Torres Restrepo, con quien fundó la facultad de sociología de la Universidad Nacional.

En mi época de guerrillero se combatía menos, pero se leía más. La lectura, como parte de la cultura guevarista, era más importante que el arma misma. Para organizar una liga campesina era más eficaz la palabra que la carabina M-2. Fue para esa época que leí en un campamento guerrillero cercano al corregimiento de La Mesa, Patía, los cuatro tomos de La historia doble de la Costa de Fals Borda. Lo hacía por las noches, alumbrado con una vela que chisporroteaba sobre una mesilla de astillas de guadua sostenida sobre cuatro horcones empotrados en la tierra. Leyendo a mi paisano comprendí a plenitud el método de Investigación-Acción Participativa (IAP). Una metodología necesaria para cualquier organización que esté pensando en la transformación y el progreso de un territorio. La ideología se vuelve una trampa si no se transforma en política.

Fals Borda, represaliado durante el gobierno presidido por Turbay Ayala, no fue un mero intelectual teorético, sino un hombre de acción que se involucró en la organización y la lucha campesina a través de la Asociación Nacional de Usuarios Campesina (Anuc). Formó a generaciones de sociólogos, inspiró a cientos de activistas sociales y hasta el último día de su vida no dejó de pensar en la transformación de Colombia a partir de lo territorial y raizal. Inspirado en las leyendas vernáculas describió al “Hombre Anfibio” que vive del agua y la tierra, y el “Hombre Hicotea” que se entierra para sobrevivir al mal tiempo y la escasez. En un prólogo que escribió para una reedición de La subversión en Colombia demandó un mayor estudio de los autores latinoamericanos como Mariátegui y Arguedas. Menos eurocentrismo. Reclamo que también hizo suyo el recientemente fallecido Enrique Dussel.

Durante las fallidas negociaciones del Caguán y el Sur de Bolívar, Fals Borda escribió un artículo que tituló Paz y Ordenamiento Territorial en el que aboga por una “paz generalizada” y una “paz territorial”. La paz grande y la paz pequeña que esbozó años después Gustavo Petro en una nota similar. Para recuperar la identidad y los proyectos de las comunidades es menester que los partidos políticos y las organizaciones armadas las respeten y las dejen trabajar, comentó el extinto sociólogo. Los grandes pensadores, como Fals Borda, se destacan por su atemporalidad, por desarrollar unas ideas que nada tienen que ver con el ensordecedor ruido de los medios y la mezquindad de quienes tratan de sacar partido de un hecho coyuntural.

Un hecho coyuntural como el que ocurre en el Cañón del Micay donde pareciera que lo menos importante es la suerte de quienes lo habitan desde principios del siglo pasado. Colocar o quitar una bandera es un acto irrelevante cuando está en juego el pan y el agua de miles de personas. El filme Flags of our fathers (Banderas de nuestros padres) dirigido por Clint Eastwood, recrea un cruento capitulo de la Guerra del Pacífico en la que murieron 27.000 soldados sólo por clavar una bandera en un atolón en el que no había vida. La icónica fotografía en la que un grupo de soldados izan la bandera americana sobre un roca, no fue más que una previsualización propagandística para continuar la guerra, proseguir con el baño de sangre. Ningún colombiano, en su sano juicio, puede pensar que la endémica problemática del Cañón del Micay se resuelve clavando una bandera en el corregimiento de El Plateado.

La pausa de las negociaciones entre el Gobierno y los hombres que dirige Iván Lozada, debería servir para retomar el sentido común, aparcando las recriminaciones y el lenguaje bronco. La realidad colombiana va más allá de los campamentos guerrilleros y los cuarteles de las fuerzas armadas. El país, retomando el pensamiento de Fals Borda, se construye con las ideas y las manos de muchísimas personas e instituciones, incluyendo a una nueva generación de militares que no quieren “repetir los errores del pasado”, como acota el coronel Mezú-Mina en su texto Sables sin vaina.

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