Marisol Gómez Giraldo
29 Enero 2024

Marisol Gómez Giraldo

Bogotá, ¿del robo armado al saqueo?

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Ha sido tal el nivel de autoconfianza que han ganado los delincuentes en Bogotá, que ya ni siquiera parecen sentir la necesidad de amedrentar a sus víctimas con armas. En una nueva modalidad, su arma de intimidación es la irrupción en ‘manada’ para apropiarse de lo que quieren en establecimientos comerciales.

Eso es por lo menos lo que revelan los asaltos secuenciales ocurridos la noche del 23 de enero en el norte de Bogotá, cuando una cuadrilla de 8 delincuentes, cuatro hombres y cuatro mujeres, colombianos y venezolanos, incursionó primero en una farmacia Cruz Verde de la Avenida 19 y luego en un D1 de la Calle 116.

No fueron saqueos por necesidad o hambre, como suele ocurrir cuando un grupo irrumpe en una tienda en busca de medicamentos o alimentos. De la farmacia se llevaron varios protectores solares y del D1 se llevaron una caja que contenía 38 cremas dentales. Es sabido que ese tipo de productos son revendidos por los delincuentes en el mercado negro.

Una aparente crisis de salud de una embarazada, que hacía parte del grupo delincuencial, fue el distractor en el D1. Dos mujeres jóvenes eran las cajeras de turno cuando ocurrió el asalto en ese lugar, entre las 7 y las 7: 40 de la noche. A esa hora estaban todavía muy asustadas, según constataron dos clientes que entraron a la tienda.

¿Durante cuánto tiempo ese grupo de 8 delincuentes habían observado los dos comercios para saber que podían entrar a ellos sin correr el riesgo de que los empleados de turno reaccionaran para impedir el asalto? ¿Por qué tenían la certeza de que no habría policías en un área en la cual son frecuentes los recorridos de agentes en motocicletas?

Son preguntas válidas porque, por la manera en la que actuaron los asaltantes, estaban seguros de que podrían robar no solo con impunidad, sino también prescindiendo del uso de armas para intimidar. Por lo menos en el caso del D1, los empleados no podrían asegurar que los delincuentes no llevaban armas, pero si las llevaban no las usaron.

Como es evidente, estamos frente a una nueva modalidad delictiva en la que no solo participan por igual hombres y mujeres, sino en la que la principal característica es el asalto en masa.

¿Qué pueden hacer uno o dos cajeros de un establecimiento comercial al sentirse rodeados por ocho personas que con actitud desafiante entran a robar de esos lugares los que les parece?

Según supieron luego en uno de los dos sitios asaltados, la Policía detuvo a cuatro de los ocho ladrones, pero los dejaron libres porque no tenían en sus manos lo que se habían hurtado en la farmacia y la tienda.

¿Los registros de las cámaras de seguridad de Cruz Verde y del D1 no servían como prueba contra los detenidos?

La liberación de los cuatro ladrones dejó en el empleado de una de las dos cadenas comerciales una sensación de miedo. “¿Para qué llamar a la Policía si dejan libres a los delincuentes y ellos pueden vengarse de nosotros?”, se preguntó.

El hecho es que los asaltos en masa sucedidos la semana pasada en el norte bogotano son una alerta para los servicios de inteligencia y de investigación criminal de la Policía Metropolitana de Bogotá (MEBOG) y para la Secretaría de Seguridad.

¿Qué han descubierto los agentes tras los asaltos en cuadrilla para saquear los establecimientos comerciales? ¿Hay nuevos actores en el mundo delincuencial de la capital del país o los mismos de siempre están cambiando su manera de actuar tras darse el tiempo para estudiar los territorios y los momentos en los que no correrán riesgo de ser atrapados?

En cualquier caso, lo que no puede pasar es que la inteligencia delictiva esté yendo más adelante que la de las autoridades que deben garantizar la seguridad de los ciudadanos, ya de por sí angustiados con la situación cotidiana de robos en la ciudad.

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