Yohir Akerman
27 Agosto 2023

Yohir Akerman

Durmiendo sobre otro volcán

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El más reciente libro del excandidato presidencial, Alejandro Gaviria, es una clara radiografía para entender la desconexión que existe dentro del gobierno de Gustavo Petro y la falta de capacidad del presidente para mostrar resultados a la sociedad colombiana. 

Esta columna no es una crítica literaria o un análisis del texto titulado La explosión controlada. No. No tengo autoridad alguna para hacer eso. Simplemente es una apropiación abusiva de algunos de sus conceptos. Elementos que explican la encrucijada en la que está el gobierno por realizar grandes promesas de cambio, y ahora encontrarse en la contradicción entre las expectativas de la sociedad, y las posibilidades reales del ejercicio de gobierno. 

La primera de esas ideas es la que establece que, las variables de la ecuación anteriormente descrita, nos desembocan irreversiblemente a la consecuencia del populismo. Esa enfermedad de la democracia que se genera, y se ha dado en Colombia desde varios sectores políticos, como respuesta a las expectativas frustradas de los votantes, a la incapacidad de comunicar o ejecutar medidas de cambio, o al simplismo del atajo político en donde es más eficiente prometer sin cabida alguna de realización. 

Ya empezamos a vivir una ensalada de todos estos ingredientes. Y aunque ese mal del populismo que parece un cáncer metastatizándose no es un tumor que se inició con este gobierno, es un tema que nos pone en alerta máxima actual por vivirlo desde la primera administración realmente de izquierda. Hemos visto las consecuencias en la región de eso, por eso la decepción y alarma para muchos es mayor con el presidente Petro, ya que esto ha hecho que el existente gobierno parezca basado en la constante oposición al status quo y al sistema actual, y no en la construcción sobre las bases democráticas. 

Entonces volvamos al texto de Alejandro Gaviria que describe, casi de manera exhibicionista, sus pensamientos antes, durante y después de hacer parte de ese experimento. Esto gracias a sus libretas de notas que le dibujan un sendero recorrido, una línea de tiempo, un diario en el que se ve una parábola que pasa de la quimera y la esperanza de hacer parte de ese cambio, desembocando en su desilusión al ver que el presidente Petro está más interesado en los grandes discursos, que en las políticas y los planes de ejecución encaminados a lograr esa prometida transformación. 

En su libro se para en los hombros de otros valiosos autores, y uno de esos es el intelectual mexicano Jesús Silva-Herzog Márquez y en su ensayo La casa de la contradicción, para mostrar las similitudes y afinidades entre el fenómeno de Petro y lo que se está sucediendo en México con el mandatario Andrés Manuel López Obrador. 

Según el autor, sus parecidos obedecen a una forma de hacer política y concebir el cambio social en donde ambos aspiran a romper con el pasado con su llegada mesiánica, reinventar la política y construir lo que para ellos es, la verdadera democracia. Esto sin entender que fue esa misma democracia, y un fenómeno social particular, lo que los llevó al poder y que son esos mismos factores los que también los sacarán de esa silla dejándolos como un punto importante más en la historia, pero no como el cambio de la historia per se. 

Para Gaviria, Petro y López Obrador son tercos, perceptivos, audaces, imaginativos y misteriosamente elocuentes. Apuntan con el dedo acusador al orden oligárquico. Comparten un diagnóstico certero, aunque no particularmente minucioso, sobre los problemas sociales. Son intelectuales habilidosos pero carentes de rigor. Son idólatras de sí mismos, convencidos de que ellos son la solución a los problemas más profundos y las injusticias más duraderas. Creen que la política consiste sobre todo en voluntad y la vuelven casi un espectáculo. Piensan que para lograr el cambio basta con desearlo y anunciarlo y ahí está uno de sus mayores problemas. Dicen representar una ruptura histórica, pero terminan reproduciendo algunos de los mismos problemas históricos como el nepotismo o la corrupción. Y los dos tienen el riesgo de la ineficacia en donde la ruptura termina siendo un simulacro, y la inclusión se convierte en una farsa. 

Para explicar esto, Gaviria señala como paradójico que el gobierno del cambio nunca haya articulado una idea clara sobre las posibilidades y dificultades del cambio social y las estrategias para potenciar las primeras y contrarrestar las segundas. En eso Gaviria deja claro que el cambio no es cuestión de voluntad, o buenas intenciones, o declaraciones reiteradas. Es de acciones contundentes basadas en políticas claras. 

Y es ahí donde el gobierno de Petro ha mostrado las dificultades del cambio. Ha expuesto que el cambio ha resultado más difícil o complejo de lo que visualizó en la euforia de la campaña o en el entusiasmo de las primeras semanas de gobierno. Por eso describe al presidente Petro tanto como el director que se encarga de la puesta en escena de una obra de teatro, como el personaje principal, y el antagonista, que no pueden controlar el desarrollo de la obra. Esa es su principal tragedia, que termina siendo él mismo. 

Y para explicar esto utiliza dos ejemplos. El primero es cuando el presidente Petro habló valiente y elocuentemente del fracaso de la guerra contra las drogas en el discurso ante las Naciones Unidas. Pero la política de drogas ha sido tímida, casi irrelevante durante el primer año de gobierno limitándose al presidente publicando unas incautaciones de droga sin importancia en sus redes sociales. 

Describe ese, y otros grandes discursos, como una excelente introducción para un documento oficial sobre una nueva política de drogas, pero faltan, y siguen faltando, los capítulos principales de ese libro. De esos discursos solo salen mediáticos titulares o anuncios virales en las redes sociales sino están acompañados de juiciosa metodología. 

En eso, dice acertadamente Gaviria, las palabras grandilocuentes contrastan con la ausencia de un trabajo colectivo, y una estrategia de gobierno. Los discursos terminan siendo proezas individuales, mientras que las políticas públicas requieren, sin embargo, ese compromiso, negociación y trabajo grupal. Y la realidad del país, sigue siendo indiferente a esos discursos por el individualismo del presidente Petro. 

El otro ejemplo es la propuesta de salvar el medio ambiente dejando de explorar petróleo o carbón y reemplazar esos ingresos del producto interno bruto por aumento en el turismo. Todos estamos de acuerdo en la lucha por el medio ambiente, pero aclara Gaviria que la suspensión unilateral de las exploraciones de petróleo y gas no tendrá ningún efecto práctico, pues será rápidamente compensada por un aumento de las exploraciones y la producción de petróleo en otros países, lo que deja esa decisión como un mensaje simbólico más que una medida real con implicaciones tangibles. Con la grave consecuencia de perder el 50 por ciento de las exportaciones y prácticamente todas las regalías.

Un simple análisis de oferta y demanda advierte que, en un país como Colombia, el aumento sustancial del turismo puede ser más perjudicial en términos del deterioro ambiental que la continuidad en la exploración y producción de hidrocarburos. Gaviria explica de manera simplista que ningún avión lleno de turistas, por ahora, puede despegar sin gasolina. Y el desarrollo energético termina siendo un motor grande de trabajo y si escasea ese compromiso, los que sufren son los más débiles, los más vulnerables. Esa población que Petro aclama proteger. 

Por eso habla del fracaso de esos intentos o políticas, con un componente que viene acompañado a menudo de la victimización. El mesianismo ineficaz conduce, por una especie de mecanismo de defensa psicológico, a un relato reiterado que puede resumirse en echarle la culpa a los demás: no me dejaron. Este relato puede ser conveniente en la política, sin embargo, la victimización como sustituta de la acción termina siendo una renuncia, una abdicación. 

“En el mismo instante en el que uno les echa la culpa a los otros, uno menoscaba la voluntad de cambio [...] que quizás nunca fue lo suficientemente grande desde el comienzo”, escribió el poeta Joseph Brodsky en un discurso que Gaviria cita para describir esta situación.

Y lo hace sin cuestionar las acertadas intenciones de Petro, no solo su acertada mirada a repensar la guerra contra las drogas o su conveniente discurso del cuidado del medio ambiente, sino su preocupación por los excluidos de ahora y siempre. 

Pero el problema es que eso lo hace con preocupación de la ausencia de métodos y la facilidad con la que parece instalarse en un relato autoexculpatorio. En la imagen de un héroe romántico que dio una pelea imposible y fue derrotado por unos poderes reaccionarios dispuestos a todo, con vastos recursos y mínimos escrúpulos.

Por eso es inevitable lo que está pasado. Los aplausos emocionados por las palabras de Petro han ido apagándose rápido gracias a la ausencia de métodos y resultados. Eso parece confundir al presidente, como si hubiese perdido un superpoder o un atributo esencial. Dice Gaviria que es como un equipo de fútbol que, primero construye una gran hinchada y después no logra complacerla porque rechaza el concepto de todos los goles, excepto los olímpicos. 

El peligro es que Petro parece dispuesto a hacer todo lo posible para recuperar ese fervor. Y la exacerbación en su discurso es la innegable consecuencia. Algunos de sus seguidores seguirán celebrando los excesos retóricos y la épica personal del héroe que enfrenta un mundo hostil. Pero otros, se quedan con la ausencia de táctica y estrategia para lograr resultados materiales sobre sus propias metas. 

Y no es coincidencia. Gaviria cita la capacidad de predicción de Alexis de Tocqueville, el escritor y político francés, considerado como uno de los fundadores de las ciencias sociales, ya que este anticipó la revolución socialista de 1848 en Francia. Meses antes de la revuelta, ante la incredulidad de sus colegas en el Parlamento francés, señaló que la gente estaba dispuesta a todo para cambiar el orden social y que quienes detentaban el poder no parecían haberlo advertido, seguían como si nada, ocupados en asuntos triviales. “Estamos durmiendo sobre un volcán”, escribió meses antes de la revolución, en una nota publicada en octubre de 1847. 

Es claro, que ese fervor social fue lo que llevó al presidente Petro al poder en la revolución de hoy, cuando él logró reunir y aglomerar la indignación de una parte de la sociedad generalizada. Un volcán que estaba a punto de estallar. La ironía es que ahora la otra parte del país, es la que demanda otra cosa, a tan solo un año de gobierno y genera otro cráter también con el riesgo de erupción. 

Y como dijo el candidato Alejandro Gaviria en su campaña: Colombia quiere el cambio, pero no un suicidio. Por eso es irónico que parte de la sociedad, incluso una que apoyó a Petro en su momento, se pregunta si esto es lo primero o lo segundo. Con el gran riesgo de que su efecto posterior sea regresar al mismo status quo anterior, o un volcán más de derecha, con todas esas piedras y lava ardiendo que nos condujeron hasta acá. 

@yohirakerman; [email protected]    

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