Yezid Arteta
9 Febrero 2024

Yezid Arteta

Eso es lo que da la tierrita

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Carol, te hace falta la cazadora de piel y el pañuelo rojo para ser una auténtica comisaria del pueblo, le dice Eduard Limónov a una activista que conoce en Nueva York durante un mitin. El polémico poeta ruso-ucraniano, hijo de un oficial del antiguo servicio secreto soviético, se mofa de su amiga. Para él que vivió revoluciones y contrarrevoluciones, la lucha no es un asunto meramente estético o poético. Luchar es una forma de vida, basada en el conflicto entre quien tiene el poder y el que resiste. 

La política, en este tiempo vertiginoso y efímero, se vive como una serie de televisión. Por capítulos. En un mismo día los protagonistas pueden pasar de lo sublime a lo ridículo. O viceversa. Como ocurrió ayer jueves 8 de febrero en algunas ciudades de Colombia. Alrededor del Palacio de Justicia de Bogotá hubo una especie de opereta de tres centavos que algunos medios la equipararon a un asalto, como el protagonizado por los bolcheviques contra el Palacio de Invierno, los seguidores de Trump hacía el Congreso de los Estados Unidos o el saqueo en Brasilia de la Presidencia, el Supremo y el Congreso por cuenta de las hordas bolsonaristas. Fue más brutal y sanguinario el enfrentamiento que, protagonizaron en noviembre pasado, las barras bravas de Millonarios y Nacional que el jaleo ejecutado por cinco loquillos junto al Palacio de Justicia.

En la trastienda, detrás de los celulares, están los operadores políticos. Jugando a las maquinitas. Incitando. Exagerando. Manipulando. Tergiversando. Operadores políticos sin capacidad de convocatoria. Propietarios de franquicias políticas sin gente o negocios electorales engrasados con dinero. El tiempo de los partidos de masas es historia. Están en crisis. Un youtuber reúne mas gente que un operador político tradicional. Una batalla de gallos entre raperos llena el Movistar Arena de Bogotá, mientras que una charla, por ejemplo, de los expresidentes Gaviria o Pastrana a duras penas reúne a cuatro gatos.
 
La regla general entre la ciudadanía es la apatía. A veces se juntan una serie de factores que desencadenan una reacción, en la que los individuos se fusionan en una sola masa furiosa que quiere cambiarlo todo. Colombia, entre finales de 2019 y comienzo de 2020, vivió algo así, un estallido social que hoy es historia. Hoy, febrero de 2024, la mayoría social del país no está indignada, no tienen un motivo para tomarse las calles o tumbar al gobierno. Lo que hay es una labor de sabotaje contra el gobierno, una ridícula batalla en las redes y una propaganda mediática que trata de forzar la realidad. El país necesita una pausa para que el gobierno pueda hacer su trabajo. La cuerda está muy tensa. Lo peor que le puede ocurrir a Colombia es que la cuerda se reviente.

Eso es lo que da la tierrita, dijo un labriego boyacense, mientras llevaba sobre sus hombros, un bulto de papa. No pidamos a la tierra lo que no nos puede dar.  

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