Helena Urán Bidegain
8 Abril 2024

Helena Urán Bidegain

Historia de una gata y las formas en la democracia

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Este no es un texto sobre política, memoria o construcción de paz, aunque quizás sí refleje porque en Colombia todas ellas son tan convulsas y hostiles. Todo empieza cuando noté que ella siempre estaba ahí, en el mismo lugar, el antejardín de mi edificio.

Algunos días no la veía porque se escondía entre los arbustos, pero la gatita no salía de ese espacio que adoptó como su casa y de donde está impedida para moverse muy lejos porque tiene la columna lastimada; no puede trepar árboles ni meterse debajo de los carros cercanos con agilidad.
 
Los residentes del edificio, todos la conocían o, al menos, forzosamente han tenido que verla ahí. No sé si a alguno le molestaría el simple hecho de que ella existiera y permaneciera allí. Una mujer de otro edificio cercano le traían agua y comida. Ella me contó que la gata se llama Oreo; asumo que porque es negra y tiene la cara chata como una galleta. 
 
También yo empecé a involucrarme en la supervivencia del animalito que siempre cuando llego está ahí, sin molestar a nadie, sin exigir nada de nadie; pero me preocupó verla sin techo; sobre todo últimamente, que las lluvias han sido tan fuertes. El portero me contó que a la una o dos de la madrugada llora de frío. Conversando con una de las vecinas que le traen comida, decidí consultar con el resto de los residentes si estarían de acuerdo en que hiciera una casita para que ella pudiera albergarse del helaje y la lluvia.
 
El portero, que no llega a los 25 y comparte mi preocupación, me ayudó realizando la encuesta entre los residentes. De 20 apartamentos solo tres personas estuvieron en contra, y una de ellas se quejó por la encuesta, e incluso regañó al portero por ayudarme tomando nota de los votos. Incomprensible que alguien pueda oponerse a algo que nada le afecta y sí ayudaría al animalito.

Me generó profunda contrariedad la situación, la ausencia de sensibilidad frente a un ser vivo y por el que nadie está pidiendo que hagan nada más que tolerar que otros lo hagan. Me pregunto si son conscientes de que se considera maltrato animal a toda acción u omisión que provoque daño, dolor o sufrimiento a un animal.
 
Estos días de pascua he sentido mucho cómo la confrontación en Colombia no está solo en el campo como muchos afirman. Es claro para mí cómo décadas de guerra se traducen en desconfianza e intriga, cómo estos comportamientos se convierten en casi una norma en esta sociedad, en donde se señala con el chisme sin fundamento al otro, e incluso, se busca cómo acabarlo bajo la lógica de que porque no me gusta lo merece; así que la actitud frente a la gatita la entendí como parte de la misma cultura dura, y en muchas ocasiones poco amable, que nadie cuestiona porque es como siempre ha funcionado todo. Con ello se sostiene y sobrevive la guerra de las armas. 

Pensé que no podía simplemente permanecer pasiva frente a esa actitud apática y de desprecio, así que contacté a la senadora Andrea Padilla para que me diera asesoría jurídica. Ella no solo me alentó a seguir con el plan, sino que me apoyó con una carta para que aquellos residentes de mi edificio y su junta pasen la vergüenza de saber que su actitud no es solo deplorable, sino que va en contra de la ley, pues en su artículo 3 la Ley 1774 reza: El Estado, la sociedad y sus miembros tienen la obligación de asistir y proteger a los animales con acciones diligentes ante situaciones que pongan en peligro su vida, su salud o su integridad física. Y esto es bueno que lo sepa el resto de la sociedad también.

Fui a una tienda de construcción, compré una caja de plástico con tapa, le puse adentro una caja de cartón, una camita y la sellé. Anoche durmió la gatita ahí por primera vez y eso me alegró.

Escribí esto porque quería agradecer a la senadora su difícil tarea en una sociedad muchas veces tan dura, y también para exponer algo que parece simple, pero que refleja mucho de lo que somos como sociedad: una que en muchas ocasiones pareciera no estar dispuesta a ser mejor, que insiste en la crueldad y la hostilidad, pero que quizás por eso y con más razón hay que insistir en cambiar; es por eso por lo que decidí contar mis días de Semana Santa en la capital del país. 

Y al final me di cuenta de que sí es un asunto de política y que, una vez más, la naturaleza y los animales nos obligan a trabajar para ser más humanos y construir una cultura de paz en el país.

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