Marisol Gómez Giraldo
19 Febrero 2024

Marisol Gómez Giraldo

La doble moral de todos

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En solo dos días, dos personajes colombianos se nos ofrecieron en bandeja de plata como desafortunados ejemplos de la doble moral que reina en el mundo político. 

Primero, el exvicepresidente Francisco Santos (a quien en lo personal le tengo cariño porque me parece una buena persona y fue un buen jefe para mí en El Tiempo) dijo que si fuera presidente en 2026, lo primero que haría sería “cancelar la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos” de la ONU en Colombia, pues según él, “no sirvió para un carajo”. En la misma entrevista con Semana, el miércoles 14, habló de “alineación ideológica” de la CIDH “con la izquierda latinoamericana”.

Luego, presuroso como de costumbre, el presidente Gustavo Petro salió a contraatacar en la red social X.  El mismo día, al referirse a lo dicho por Santos, escribió que quienes “excluyen a la CIDH y a la ONU de sus países” son los nuevos Videla, Netanyahu y Pinochets de hoy (…), los aprendices de Hitler”.
Y como la realidad es cruda y, al final de cuentas tozuda, tanto Santos como Petro quedaron fuera de lugar al día siguiente, cuando el gobierno de Nicolás Maduro le dio 72 horas al personal de la Oficina de Derechos Humanos de la ONU “para abandonar” Venezuela. 

Esto, tras acusar a esa dependencia de Naciones Unidas de ser instrumento de “los golpistas y terroristas” que quieren sacarlo del poder, entre otras cosas, porque el organismo manifestó preocupación por la detención de la conocida y respetada defensora de derechos humanos venezolana Rocío San Miguel, ocurrida el pasado 9 de febrero.

En una evidencia de clara incoherencia, Petro no ha salido a decir todavía cuánto le recuerda Maduro a Videla, a Pinochet y a Hitler, por expulsar a la Oficina de Derechos Humanos de la ONU de Venezuela, lo que en cambio sí salió rápidamente a decirle a Santos. 

Y es obvio que al exvicepresidente le queda muy difícil ahora decir algo de Maduro -de quien con toda razón ha sido crítico- por expulsar a la Oficina de Derechos Humanos de la ONU del vecino país, pues, como él dijo un día antes, si fuera presidente, haría lo mismo.

En medio de esa sucesión de hechos, Santos  lució igual a Maduro y Petro: se vio más distante de su colega venezolano de lo que ha querido parecer, a juzgar por el inexplicable silencio que ha guardado ante el encarcelamiento e inhabilitación que ha ejercido el mandatario de Venezuela sobre sus opositores políticos y defensores de derechos humanos.

El momentáneo trastoque de la realidad para Santos y Petro, que con seguridad ni el exvicepresidente ni el presidente provocaron de manera consciente, fue producto de las expresiones veloces y cargadas de sesgo ideológico que cada uno tuvo al calor de las reacciones que provocaron los pronunciamientos de la Oficina de Derechos Humanos de la ONU y de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) sobre la tensión que ha rodeado la elección de la nueva fiscal general de la nación.

En un hecho inusual, pero no ajeno a su naturaleza, los dos organismos instaron al Gobierno a dar garantías para que la Corte Suprema de Justicia concluya su elección “sin interferencias”, y le pidieron al alto tribunal terminar ese proceso “en el menor tiempo posible” -la ONU- y “a la mayor brevedad” -la CIDH-.

Todos sabemos que cuando se sube la temperatura política saltan como sapos los juicios de valor inspirados casi siempre en el sesgo ideológico y en los intereses políticos, y muy pocas veces en la realidad de los hechos. Pero lo ocurrido con el presidente Petro y con el exvicepresidente Santos ratifica una vez más la validez de la frase de Aristóteles que nos recuerda que “el hombre es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras”. 

En el mundo político se corre todos los días el riesgo de convertirse en esclavo de las palabras, y por eso mismo hay que cuidarlas. 

Sobre Maduro ya no cabe siquiera sugerirle eso, pues con los hechos ratifica cada día que ya, sin pudor alguno, entró al club de mandatarios dispuestos a anular a sus contradictores políticos para mantenerse en el poder, como lo han hecho en Nicaragua, Daniel Ortega, y en Rusia, Vladimir Putin. 

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