Marisol Gómez Giraldo
27 Noviembre 2023

Marisol Gómez Giraldo

Las lágrimas de Rodrigo Londoño (Timochenko)

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“Valió la pena”, dijo con lágrimas en los ojos y la voz entrecortada el antiguo jefe de las Farc y hoy presidente del partido Comunes, Rodrigo Londoño, al hacer el balance de los siete años del acuerdo de paz que firmó en nombre de esa exguerrilla el 24 de noviembre del 2016. 

En entrevista con el periodista Yamid Amat, Londoño acababa de hablar sobre los 406 firmantes de la paz asesinados desde entonces.

La inspiración de la sobrecogedora pero contundente conclusión del exjefe guerrillero, a pesar de los muertos durante estos siete años, fue, según dijo, el Coro Hijas e Hijos de la Paz de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, que cantó durante la conmemoración del séptimo aniversario del pacto de paz, el pasado viernes, en el Centro de Memoria Paz y Reconciliación. 

Todos esos niños, 50 en total, son hijos de antiguos guerrilleros de las Farc que viven o trabajan en la capital del país. Sus cantos en esa ceremonia emocionaron a todos los asistentes, pero, especialmente, a Londoño y al expresidente Juan Manuel Santos.

Ese coro, que nació por iniciativa del director de la Filarmónica de Bogotá, David García, y que tuvo su lanzamiento oficial el 18 de agosto del año pasado, no aparece en los balances que se hicieron sobre los siete años de la paz con la exguerrilla, pero es, como quedó en evidencia, un poderoso símbolo del fin de una guerra que duró más de medio siglo. 

Sin el acuerdo de paz, probablemente esos niños no habrían nacido -la mayoría está entre los 4 y los 8 años-. Y mucho menos habría sido posible que estuvieran juntos durante las presentaciones públicas que han hecho en los últimos tres meses en la capital colombiana.

Son entendibles entonces las lágrimas del antiguo jefe de las Farc, a quien el país conoció como Timochenko. Su propio hijo de 4 años es producto de su vida fuera de la guerra. Y es apenas lógico que los padres de esos niños los asuman como frutos de la paz que no habrían sido posibles sin el fin del conflicto armado.

Las Hijas e Hijos de la Paz, que ya comenzaron clases de violín y de otros instrumentos para dar el salto a Orquesta Filarmónica de la Paz, son, al fin de cuentas, el resultado de la valiente decisión de dialogar que tomaron en su momento el exjefe guerrillero y el expresidente Santos, para quien la negociación con las Farc tuvo un alto costo en popularidad. En las encuestas llegó a tener una desaprobación superior al 70 por ciento.

Para avanzar hacia los diálogos, Londoño (a quien no le gusta ser llamado hoy  por su nombre de guerra, Timochenko) también tuvo que sobreponerse a sí mismo y al segundo al mando del grupo guerrillero, Iván Márquez, quien se opuso a mantener los acercamientos con el Gobierno tras la muerte durante una persecución del Ejército, el 4 de noviembre del 2011, de quien era entonces el máximo jefe de las Farc, Alfonso Cano. 

No se podía dialogar “sobre la sangre caliente de Cano”, decía Márquez.

Pero la convicción de Santos y el entonces Timochenko de que las circunstancias históricas estaban dadas para lograr la paz, sacó adelante ese propósito. 

Ya el 27 de junio del 2017, durante el acto de dejación de armas de las Farc en una vereda de Mesetas (municipio del Meta), Santos había ratificado que no se arrepentía de haber hecho de este tema la bandera de su gobierno. 
“Por lograr este día ha valido la pena ser presidente de Colombia”, dijo. 
Si bien al entonces jefe de las Farc le tomó tiempo creer en la voluntad de paz de Santos, como me lo dijo durante una entrevista en La Habana, no ha dudado en mantenerse firme en el acuerdo, como lo prometió también ese 27 de junio. 

“Adiós a las armas, adiós a la guerra, bienvenida la paz”, afirmó ese día.  

No hay que pasar por alto que Colombia no estaría siendo testigo de esta historia de paz, si el jefe de las Farc en su momento hubiera sido Iván Márquez, quien desertó de los acuerdos porque siempre vio el vaso medio vacío ante las dificultades para la puesta en marcha de lo pactado.

La implementación del acuerdo de paz ha sido accidentada y difícil. Particularmente en el Gobierno de Iván Duque, un enemigo declarado de ese pacto. 

En materia agraria, por ejemplo, la entrega de tierras a campesinos que no la tienen para subsistir, y cuya meta en el acuerdo final de paz fueron 3 millones de hectáreas, va quedada. El gobierno de Gustavo Petro, el que más ha avanzado en este punto, ha entregado 28.000 hectáreas en el año y medio que lleva, según la Agencia Nacional de Tierras. 

Duque entregó 13.706 hectáreas en cuatro años y Santos, 3.543 hectáreas en año y medio.

Por otro lado, las antiguas Farc, como Partido Comunes, son una fuerza política marginal en la vida pública del país. Aunque avaló a 299 candidatos para las elecciones regionales del 29 de octubre y 79 excombatientes aspiraron a cargos de elección popular como parte de coaliciones, solo uno llegó a ser alcalde para el período 2024-2027: Armel Caracas, elegido en Cumaribo (Vichada).

Pero, a pesar de todo esto, las lágrimas de Londoño son producto de la certeza de que el acuerdo de paz valió la pena. 
 

*Nota al margen: Desconcertante que el  presidente Gustavo Petro, cuya llegada a la política y a la Presidencia de Colombia se deben a un acuerdo de paz, no asistiera a la conmemoración del séptimo aniversario de la paz con las Farc.

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