Velia Vidal
11 Noviembre 2023

Velia Vidal

Lo común de la delincuencia

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He tenido tres años de viajes intensos que agradezco y celebro porque están relacionados con mi trabajo, el que soñé y me apasiona. Hablo de libros, de niños y niñas, maestros del Chocó y Urabá con quienes hacemos promoción de lectura, hablo de nuestra Fiesta de la Lectura y escritura Flecho, hablo sobre racismo, investigo y escribo, eso especialmente, escribo ficción y no ficción, para lectores menores y adultos. Cuando viajas tanto, más de ochenta vuelos en un año, ciertas cosas que antes eran extraordinarias se vuelven comunes, como estar en aviones largas horas. Algunos trámites y procesos se automatizan, no necesitas pensar mucho en ello. Y paulatinamente notas que los pormenores de un trayecto, los pequeños retrasos, entre otros detalles, ya no son tema de conversación ni razón para quejarse. Ya hace parte de tu vida cotidiana. Creo que es una forma de disminuir la tensión o los nervios que, de todos modos, están asociados a tanto movimiento. Convertirlo en algo común, adaptarse, como una forma de protegerse, quizá.

En estos mismos tres años de viajes, tal como he escrito con cifras e historias en esta columna, he visto crecer la violencia en Quibdó hasta niveles asombrosos que jamás imaginamos quienes crecimos en el Chocó. Duele decirlo, pero parece que los humanos nos adaptamos también al horror y las violencias, quizá como una forma de protegernos, o porque no tenemos otro camino. Nos toca seguir viviendo. Por los días de las fiestas de San Pacho me dijo una amiga que vive en Estados Unidos que no sabía cómo la gente estaba bundeando con normalidad, mientras la violencia se comía la ciudad. Le respondí que eso me parecía formidable, que yo celebraba que, a pesar de todo, tuviéramos la chirimía y la música se tomara las calles y la gente saliera por montones a disfrutar. Que después de quitarnos tanto, conserváramos nuestras fiestas como un espacio de encuentro y alegría.

Pero esa naturalización que puede protegernos también permite que la delincuencia común avance ante los ojos de unas autoridades inmóviles o partícipes, hasta niveles que superan lo absurdo. 

En la vía Quibdó-Medellín, por la que se llega al corregimiento de Tutunendo, donde solemos ir a pasear los fines de semana, o a la Ciudadela MIA, se ha hecho habitual que una banda de atracadores robe las motocicletas y todas las pertenencias a los transeúntes con fines exclusivamente extorsivos. A tal punto que, quienes circulas regularmente por ahí, como habitantes de los corregimientos La Troje, Tutunendo, del Barrio La Platina, la misma Ciudadela, o los maestros y maestras que prestan sus servicios en esta zona, conocen las tarifas asignadas y los teléfonos a los que deben comunicarse para negociar la liberación de vehículos, celulares y documentos personales. 

La víctima más reciente fue una de las docentes de apoyo de nuestro programa Selva de Letras en la Escuela, que adelantamos en la Institución Educativa Jorge Valencia Lozano. Iba a atender el programa dentro de la biblioteca escolar y la despojaron de su moto y absolutamente todas las pertenencias que llevaba. Su compañero de trabajo, otro de los docentes de apoyo, la encontró a orillas de la carretera llorando y desorientada por el golpe emocional. Cuando llegaron al colegio y contaron la situación, todos sabían a dónde debían comunicarse. Pronto supieron también que le exigían un millón y medio de pesos para devolverle la moto. 

En esta ocasión acordaron, al menos por ahora, no pagar, los docentes de la institución declararon un paro para exigir que se detengan los atracos. Es decir, ahora los niños y niñas no están recibiendo sus clases como consecuencia de los hechos delictivos. No sé si esto sea una cura, pero en caso de serlo, es tan grave como la enfermedad. 

No toda adaptación es positiva, que la delincuencia común se haya convertido en el diario acontecer de los quibdoseños, que a pesar de eso no se paren las fiestas y la gente siga bundeando, no exime a las autoridades de buscar soluciones de fondo para estos problemas. 

Sobre los robos y los asesinatos, sobre la violencia sistemática sí tenemos que seguirnos quejando, porque a la vuelta de ellos solo hay más muerte, y efectos tan nefastos como dejar a más de quinientos niños y niñas sin escuela.

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