Marisol Gómez Giraldo
23 Octubre 2023

Marisol Gómez Giraldo

Los radicales, una tragedia para Colombia y para el Medio Oriente

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Si hay algo que se ha ratificado en la más reciente escalada del conflicto palestino-israelí, es que las partes más radicales de dos bandos en pugna se parecen más de lo quisieran y, por más que se desprecien, actúan de manera tan similar, que terminan produciendo el mismo impacto.  

Así lo demostraron en su momento en Colombia el uribismo, que se opuso a la negociación con la antigua guerrilla de las Farc en La Habana, y la disidencia de ese proceso de paz encabezada por Iván Márquez.

Quizás nada más ofensivo para uno y otro extremo que se dijera que se oponían a la paz. Cada una de estas facciones antagónicas se apuraba a corregir diciendo que querían la paz, pero no como se estaba haciendo, en el caso de los uribistas. O decían que no les gustaba como se estaba desarrollando lo pactado en La Habana, en el caso de la disidencia de Márquez. 

A pesar de las razones distintas que argumentaban esas dos partes radicales, produjeron el mismo resultado: el menoscabo del acuerdo de paz.  Empezando, por supuesto, por el golpe que le dieron a la credibilidad de una difícil negociación de cuatro años en La Habana.

La oposición política, encabezada por el expresidente Álvaro Uribe, tendió un manto de duda sobre ese pacto de paz al vender la historia de una supuesta impunidad, que radicalizó a la opinión colombiana frente a lo acordado.  Y la disidencia de las Farc sembró dudas sobre la solidez del acuerdo de La Habana, al insistir de manera temprana en que había incumplimientos. 

Por distintos caminos, cada parte radical debilitó la ilusión que había creado originalmente en Colombia el acuerdo de paz con las Farc.

Eso es lo que han hecho, en sus propias dimensiones, claro está, los radicales de los bandos palestino e israelí: el grupo terrorista Hamás, que postula la destrucción de Israel, y el primer ministro de ese país, Benjamín Netanyahu, que hizo gobierno con los pequeños partidos religiosos de extrema derecha, los cuales impulsan una política violatoria del derecho internacional: nuevas ocupaciones de territorios palestinos. 

Como en Colombia, en Medio Oriente, el efecto de las acciones de los grupos más radicales ha sido el mismo: han puesto en vilo el trabajo de años de los sectores moderados israelíes y palestinos que, con apoyo de una parte de la comunidad internacional, le han apostado a una salida negociada del conflicto entre los dos pueblos.

Los Acuerdos de Oslo de 1993 entre la Organización para Liberación de Palestina (OLP), que lideraba Yasser Arafat, y el Gobierno israelí, que encabezaba el entonces primer ministro Yitzhak Rabin, abrieron el camino para una convivencia pacífica entre las partes. 

Pero Hamás, grupo fundamentalista islámico, emprendió entonces una serie de ataques suicidas en territorio israelí que causaron la muerte a decenas de personas. Su objetivo era dinamitar los Acuerdos de Oslo e impedir que avanzaran las negociaciones entre la OLP y el gobierno de Rabin.

La extrema derecha israelí, por su lado, salió masivamente a las calles para rechazar esos acuerdos y acusó a Rabin de “traidor”. Uno de los líderes de esas protestas fue el actual primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. 

El 4 de noviembre de 1995, Rabin fue asesinado en Tel Aviv por el extremista de derecha Yigal Amir. Un año después, Netanyahu se convirtió en primer ministro de Israel. Su gobierno continuó la ocupación de territorios palestinos. 

Es decir, acabaron por imponerse los radicales de ambos bandos.
Esos son algunos antecedentes del masivo ataque terrorista que emprendió Hamás contra Israel el pasado 7 de octubre, cuando esa milicia yihadista asesinó a unos 1.400 civiles israelíes y de otras nacionalidades, en una abierta provocación a Israel. 
Y Netanyahu respondió con bombardeos masivos sobre Gaza que han causado la muerte, hasta ahora, a unos 3.000 civiles, la mayoría niños y mujeres.

Con cada acto de guerra, con la escalada de violaciones al derecho internacional humanitario y con la acumulación de delitos de lesa humanidad, los radicales pretenden cerrar los resquicios que pudieran quedar para buscar una solución política a un conflicto que ya cumple 75 años. 

Dinamitar los esfuerzos para alcanzar la paz termina siendo el punto que une a los extremistas de bandos opuestos, cuyas acciones de guerra siempre acaban por afectar principalmente a los civiles. 

La historia demuestra no sólo el daño que hacen los radicales, sino que las partes más extremas de un conflicto suelen tener más en común de lo que ellas mismas quisieran. 
También muestra que la gran mayoría de los conflictos armados no tiene solución militar. Es decir, que no pueden ser resueltos mediante la aniquilación del adversario, porque ese escenario resulta muy improbable.

En Colombia, las Farc no fueron aniquiladas por la vía de las armas y Juan Manuel Santos, que las había combatido con dureza como ministro de Defensa de Uribe, entendió que se necesitaba una negociación política para poner fin a ese conflicto de más de medio siglo.

La vía para encontrar una solución sostenible y duradera al conflicto palestino-israelí no es tampoco la militar, como lo entendieron varios exjefes del Shin Bet, el servicio de seguridad interior de Israel.

Así lo afirman en el documental de  2012 The Gatekeepers (Los Guardianes), que recoge su experiencia como líderes de la lucha contra las facciones terroristas palestinas.

Uno de ellos recuerda en ese documental lo que le dijo Yitzak Rabin al Shin Bet cuando comenzaron los ataques para desprestigiar los Acuerdos de Oslo: “Combatiremos el terrorismo como si no hubiera proceso de paz, y seguiremos en el proceso de paz como si no hubiera terrorismo”.

A pesar de que The Gatekeepers fue realizado en 2012, las conclusiones de varios exjefes del Shin Bet --Avraham Shalom (1980-1986), Yaakov Peri (1988-1994), Carmi Gillon (1995-1996), Ami Ayalon (1996-2000), Avi Dichter (200-2005) y Yuval Diskin (2005-2011)-- siguen siendo válidas y vigentes. Todo ellos coinciden en que la única salida es una negociación política.

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