Velia Vidal
22 Julio 2023

Velia Vidal

Porque no quiere

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Los tres panelistas esperábamos para subir al escenario mientras nos instalaban los micrófonos inalámbricos. Éramos dos colombianos y una brasilera. El otro colombiano empezó a hablarle a ella en portugués y yo a intentar seguirlos con mi escucha atenta. Aunque uno logra comprender algunas cosas de ese idioma hermano, no es suficiente para sentirse incluido en la conversación. La autora brasileña exclamó ¡Ah, sabes portugués! y él respondió: “Es que en Colombia el que no sabe portugués es porque no quiere”. En ese instante me desconecté completamente de ellos, dejé de esforzarme para entender alguna cosa y me sumí en la búsqueda de oportunidades que hubiera tenido en mi vida de aprender portugués. No encontré ninguna. La autora notó mi exclusión de la conversación e incomodidad, pero antes de que pudiera hacer algo nos llamaron al escenario.

La primera vez que Chimamanda Ngozie Adichie visitó Colombia fui como una lectora fanática a Cartagena y compré mi boleta para verla. Preparé mi pregunta con dos noches de antelación, pero solo podía decirla en español. Me peleé el micrófono y corrí por las escaleras para lograr hablarle a una escritora africana que, para ese momento, admiraba muchísimo. Le tradujeron lo primero que dije y comprendí perfectamente cuando cálidamente me saludó diciéndome sista, eso ya pagaba mi viaje hasta allá, pero luego sentí que no lograron expresarle adecuadamente lo que pregunté y entonces su respuesta no tenía mucho que ver con lo que yo esperaba. Ese día me prometí que aprendería inglés. Pero dos años después, cuando tuve el privilegio de entrevistarla virtualmente durante una hora, aunque había hecho algunos intentos, mi capacidad económica del momento me impedía acceder a un programa que me diera las herramientas principales para luego avanzar en el aprendizaje autónomo. La entrevista salió muy bien y mis amigas me apoyaron mucho en la preparación, de modo que ella tenía mi cuestionario días antes, en inglés, y me había asegurado de que las traducciones fueran justo las que correspondían con lo que quería preguntar. De todos modos, me seguía quedando un pequeño malestar que llegó a su punto máximo en la entrevista con el jurado del premio Eccles, del que fui finalista en 2022. Me hicieron sentir cómoda y me pusieron una traductora maravillosa, pero también me sentí frustrada de que mis palabras quedaran separadas, de alguna manera, de la emotividad con la que suelo decirlas. También me sentí en desventaja frente a mis compañeros finalistas, por ser la única que no sabía inglés y no tenía las herramientas para acceder a las colecciones de la biblioteca británica plenamente.

Pero yo ya había determinado que vendría a Londres este año a estudiar inglés en una escuela que me recomendó un amigo con quien compartí viaje el año pasado, porque en ella estudiaron sus hijos hace años. No tenía el dinero para estar tres meses en Londres. Pero animada por mi círculo más cercano empecé a tocar puertas y finalmente, sumado el dinero de la beca por ser finalista del premio, ahorros y una red de apoyo enorme para encontrar los mejores precios y procurarme más ingresos en este tiempo, completé lo necesario para estar en la capital de Reino Unido durante tres meses y anotarme a diez semanas de clases semi intensivas. 

Ayer me dieron un diploma que certifica las horas de estudio y el nivel avanzado, aunque mi mejor evidencia ha sido mi capacidad de conversar con otros, de leer y de tomar el riesgo de responder eventos públicos o entrevistas en este idioma nuevo para mí. 

Volví a un aula de clases con cuarenta años, a estudiar con jovencitos y jovencitas de dieciséis a veintidós o veinticuatro, de todas partes del mundo. Me sentí lenta muchas veces, no tenía la agilidad de mis compañeros. Mi casa está a una hora de la escuela y tuve que combinar el tiempo con mis investigaciones, la escritura y mis responsabilidades en Motete que continúo cumpliendo en la distancia. Volví a vivir como una estudiante lejos de casa, que renta una habitación y se tiene que ocupar de todas sus cosas. Siento que apenas empiezo el camino de apropiarme de otra lengua, uno que no se acaba nunca y en el que avanzo despacio. Un camino que tendría que haber emprendido, en plena garantía de mis derechos, desde mis primeros días de escuela, pero estudié en colegios públicos del Chocó y del oriente de Cali, hasta donde no alcanzan a llegar estos derechos. 

Dentro de tres semanas empieza la gira de lanzamiento de mi primer libro en Brasil. Me refugio en la idea de que allá entienden bien el español. Solo hasta el año próximo tendré una estancia de un mes para aprender portugués en este país que amo y donde espero publicar más de un libro. 
Seré otra vez la señora de la clase y lo haré con gusto, feliz, asumiendo los retos que eso implica, y con la tranquilidad de que, si no viví todo esto antes, no fue porque no quise. 

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