Velia Vidal
17 Junio 2023

Velia Vidal

Selva, lluvia, río y mar

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

Nací, crecí y vivo en el Chocó biogeográfico, igual que mis padres y mis abuelos. No tengo bisabuelos extranjeros y a veces, conversando con mis primas, estimábamos que Mamá Ana, tatarabuela de nuestras madres, debió ser africana porque, según las cuentas, ningún otro negro había llegado antes a Juradó y llevamos el apellido de aquel que retó al líder indígena de ese poblado para poder quedarse ahí con su familia. Hasta los ocho años no conocí un paisaje diferente a ese donde se conjugan la selva, la lluvia, los ríos y el mar. A esa edad fui a Cali y a los nueve a Medellín, en viajes breves durante los que mi mayor inquietud era cuándo iba a llover, porque siempre he amado la lluvia y la extraño, casi tanto como el mar. Sin embargo, no conocía tanto el Chocó, mi vida había estado entre Bahía Solano y Quibdó, y se extendía a Jurubirá y las muchas playas que hay desde Nuquí a Punta Ardita, casi donde empieza Panamá. Así que, en 2015, cuando dejé todo lo que tenía en Medellín y regresé a vivir a mi departamento, me propuse conocer más, navegar por el Atrato, el San Juan, el Baudó y visitar los lugares a los que no había ido.

Desde hace un año, cuando empecé a escribir Chocó: selva, lluvia, río y mar. El libro informativo que acabo de publicar con Lazo Libros, me di cuenta de que mi experiencia y mis lecturas se habían quedados cortas en la comprensión de lo que ese, que es mi lugar en el mundo, significa para el planeta. Profundicé en los detalles de la biodiversidad, en las cantidades de agua que se produce por cada kilómetro cuadrado, en las especies de aves y plantas que, combinadas con factores climáticos y geológicos, hacen un pedazo de Tierra excepcional. Quizá por eso no me sorprendió que esta semana, entre las diez nuevas reservas de la biósfera declaradas por la Unesco, estuviera Tribugá-Cupica-Baudó, la región donde tomé mi aliento de vida y a la que debo todo lo que soy.

Esta declaración es un logro de investigadores y servidores del Ministerio de Ambiente muy comprometidos, en especial del Instituto de Investigaciones Ambientales del Pacífico John Von Neumann (IIAP).

Según la noticia publicada en El Espectador, la declaración de estas áreas es uno “de los pilares del mandato de la Unesco”. A través de estas zonas se promueve soluciones locales innovadoras, con el fin de conservar la biodiversidad, preservar los ecosistemas y hacer frente al cambio climático, mejorando al mismo tiempo los medios de subsistencia de la población, por ejemplo, a través del desarrollo de la agroecología, las fuentes de energía renovables y las industrias ecológicas.

Las reservas de biósfera también actúan como una estrategia para alcanzar los objetivos fijados en diciembre de 2022 en el marco del Convenio sobre el Marco Mundial Kunming-Montreal de la Diversidad Biológica. Allí, 196 países, incluido Colombia, se comprometieron, entre otras cosas, a la designación del 30 % de la superficie terrestre como zonas protegidas y la restauración del 30 % de los ecosistemas más degradados del planeta de aquí a 2030.

Cito justo este fragmento porque detrás de estas buenas noticias, a quienes ya estamos acostumbrados a esta riqueza constantemente amenazada y en disputa, donde los únicos perdedores hemos sido los habitantes en su mayoría afros e indígenas y las miles de especies animales y vegetales que carecen hoy de su hábitat natural o que incluso podrían haberse extinguido antes de ser descubiertas por científicos, nos surge la preocupación sobre las formas en las que se van a materializar estas intenciones, si es que llegan a materializarse.

Estamos acostumbrados a sentir que, desde afuera, se espera que seamos habitantes pasivos, solo en función de la conservación de unos recursos al servicio de la humanidad. Nosotros aspiramos y tenemos derecho, así se nos haya negado siempre, a la calidad de vida. Nos interesa, por supuesto, la conservación y una existencia armónica con el lugar que habitamos y sus recursos, lo que no debe ser, jamás, en detrimento de nuestro derecho al trabajo, a la salud, a la paz, a la vida.

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí

Más Columnas