Marisol Gómez Giraldo
2 Octubre 2023

Marisol Gómez Giraldo

¿Un Acuerdo Nacional a punta de discursos?

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El llamado de Gustavo Petro a construir un Acuerdo Nacional ―el pasado miércoles en la Plaza de Bolívar― no es el primero desde que comenzó su Presidencia. Hasta ahora, sin embargo, la iniciativa ha nacido muerta porque no ha pasado del discurso.

Es más que obvio que un acuerdo de esa naturaleza no se logra a punta de retórica en una plaza pública. “Yo le propongo al establecimiento, desde esta plaza llena, desde este pueblo movilizado, llegar a un Acuerdo Nacional sobre la tierra para encontrar los caminos de la paz”, dijo, por ejemplo, el mandatario.  

Pero para aterrizar un Acuerdo Nacional necesita, además del llamado público, una operación de gestión política permanente y coordinada con representantes de todos los sectores del país, sin excepción. 

Porque, además, Petro da por hecho que todo el que no pertenece a lo que él llamó la “oligarquía colombiana”, está con él. Y eso no es necesariamente cierto.

Por eso, en un Acuerdo Nacional deberían entrar, además del empresariado, los trabajadores. Además de la oposición, los partidos políticos de todas las tendencias -incluidos los que lo apoyaron para llegar a la Presidencia-. También, los campesinos, las organizaciones sociales, los grupos étnicos. Es decir, la mesa debe ser más grande de lo que el presidente ha sugerido acerca de quienes se deben sentar en ella.

A esa mesa, claro está, hay que ponerle agenda temática y metodología. El presidente ha mencionado que el eje serían sus reformas sociales, pero para que estas formen parte de un Acuerdo Nacional hay que ponerlas en una agenda que sea compartida por quienes van a discutirla.

Ese trabajo necesita, incluso, un líder con trayectoria que haga el papel de coordinador, sea el canal oficial y evite las dispersiones que hemos visto en distintos sectores. ¿Un Iván Cepeda?
Finalmente, la búsqueda de un consenso como el que plantea el presidente Petro para poner en marcha reformas estructurales como la laboral, la educativa, la pensional o la de salud, requiere disposición para negociar. 

Y requiere, sobre todo, voluntad de diálogo. Porque no se trata de una conversación para que aquellos a los que él llama “oligarquía” -y tampoco el resto de los sectores del país- acojan tal cual lo que el Gobierno pone sobre la mesa. 

No hay que pasar por alto que el pasado miércoles, al hablar ante sus seguidores en la Plaza de Bolívar, hubo una variación cualitativa en el discurso de Petro con respecto al que hizo el día de su posesión como presidente de Colombia, el 7 de agosto de 2022. Ese día, Petro afirmó: “Vamos a construir un gran Acuerdo Nacional para fijar la hoja de ruta de la Colombia de los próximos años. El diálogo será mi método, los acuerdos, mi objetivo”.

Pero el pasado miércoles no habló del diálogo como método. De hecho, durante toda su intervención no mencionó una sola vez la palabra “diálogo”. 

En cambio, dijo: “Verdad y movilización son la estrategia, ¿para qué? Para poner a quienes siempre han dominado a Colombia, a quienes tienen el poder económico hoy, a dialogar con el pueblo, a realizar un acuerdo, no en beneficio del que tiene ya el poder, no en beneficio del que tiene ya la riqueza, sino en beneficio del que nunca ha tenido ni poder ni riqueza y ha sido excluido o excluida en la sociedad colombiana”.

¿Cómo entender esa manifestación del presidente?  Más que un llamado a construir un Acuerdo Nacional mediante la búsqueda de consensos parece un mecanismo de presión.

Está muy bien que el punto de partida sea la verdad, porque la verdad y la justicia son las primeras condiciones para que Colombia emprenda el camino de un cambio. Tarde o temprano el país tendrá que asumirlas para darle gobernabilidad a cualquier tipo de proyecto político que llegue al poder.   

Lo que por ahora resulta llamativo es que Petro sugiera la movilización, y no el diálogo, como parte de la estrategia para conseguir el Acuerdo Nacional. 

Es un hecho que Colombia votó por el cambio y que el país, uno de los más desiguales del planeta, urge reformas que incluyan en el desarrollo a enormes sectores urbanos y rurales que todavía viven en la marginalidad.

Pero la estrategia, si el Gobierno se pone de verdad en la tarea de articular un Acuerdo Nacional, no puede ser la de traer a Bogotá 280 chivas llenas de gente de distintos lugares del país para obligar a sus contradictores políticos, ideológicos y económicos a aceptar a rajatabla las reformas que propone.

Mejor sería que el presidente retomara el llamado de su discurso de toma de posesión y hablara del diálogo, como su método, y de lograr acuerdos, como su objetivo.

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