Johana Fuentes
29 Febrero 2024

Johana Fuentes

Verdad.

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“Un día llevé a mi hija de 12 años al colegio y cuando fui a buscarla no estaba. Se la llevaron y nunca más la volví a ver. Desde ese momento mi vida cambió completamente, es más, desde ese momento no he tenido vida”. 

Carlos Becerra es una de las miles de víctimas que dejó el paramilitarismo en el país. Desde hace 25 años, no hay un día en el que no se pregunte dónde está su hija. Carmen tenía 12 años cuando se la llevaron los miembros del Bloque Catatumbo de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). “Había uno de ellos que la acosaba, por eso yo la llevaba y la traía del colegio, pero como  aquí no había ley, la ley eran ellos, la sacaron de ahí”. 

Juan Frío es un pequeño corregimiento que hace parte del municipio de Villa del Rosario en Norte de Santander, en 1999 los paramilitares llegaron allí y convirtieron al pueblo en uno de sus centros de operaciones. Llenaron de horror y muerte una tierra campesina y pacífica. La vida de los habitantes de Juan Frío quedó marcada para siempre. Las autodefensas no sólo asesinaron y torturaron a gran parte de la población, sino que también instalaron unos “hornos crematorios”, viejos trapiches que usaron para desaparecer cualquier rastro de sus víctimas, calcinándolas completamente. 

“Uno de ellos me dijo que la asesinaron y la tiraron a los hornos, no tengo certeza, pero la esperanza uno nunca la pierde”. Carlos no carga únicamente con el dolor de la pérdida de su hija, también le desaparecieron a dos hermanos y un sobrino. 

Aunque los jefes paramilitares acogidos a Justicia y Paz han entregado diversas versiones sobre lo que pasó en ese entonces, los habitantes de esta región aún siguen esperando la verdad de lo sucedido con sus familiares. 

Ruth Cotamo fue desplazada por las AUC en el año 2000, también vivía en Juan Frío y tres años atrás había sido víctima de abuso sexual por parte del ELN. “En el transcurso que estuvieron los paramilitares acá asesinaron a un hermano en Ocaña y lo hicieron pasar como guerrillero, un falso positivo. Después del asesinato de mi hermano mayor, reclutan a mi hermano menor, lo hacen parte de las autodefensas y luego lo desaparecen en 2002, también nos dijeron que fue un enfrentamiento y no nos entregaron el cuerpo, pudieron haberlo desaparecido en el horno, que era el mecanismo que ellos tenían”. 

Tanto Carlos como Ruth tuvieron la oportunidad de preguntarle a Salvatore Mancuso qué pasó con sus familiares, pero ninguno tuvo respuesta contundente. Mancuso fue uno de los fundadores de las autodefensas, junto a los hermanos Castaño. Pasó de ser un ganadero a convertirse en uno de los jefes paramilitares más crueles y sanguinarios. Su actividad está ligada a una de las épocas más violentas de Colombia: masacres, desapariciones forzadas, despojo de tierras e incontables acciones delictivas. Se desmovilizó en 2004 y pagó una condena de más de 15 años en Estados Unidos por narcotráfico. 

Esta semana regresó al país, tiene cuentas pendientes con la justicia, pero al mismo tiempo el Gobierno lo ha designado como gestor de paz dentro del proceso de paz total que se adelanta con los grupos al margen de la ley. No se tiene claro cuál será su rol, lo que sí es claro es que antes de eso, el exparamilitar no había dado muestras reales de querer reparar a sus víctimas. Incluso, llegó a solicitar su deportación a Italia, país donde también tiene nacionalidad. 

Detrás de Mancuso hubo otros actores poderosos, y es por eso que Colombia necesita conocer esa verdad que ha estado oculta hace tantos años, pues aunque hemos vivido un extenso capítulo del paramilitarismo, aún queda camino por recorrer. ¿Quiénes permitieron, colaboraron, callaron u orquestaron esa barbarie? 

“A mí me gustaría tenerlo de frente y decirle señor póngase la mano en el corazón y díganos la verdad”, lo dice Ruth, y lo esperan no sólo las víctimas como ella, sino un país herido que merece cerrar uno de sus capítulos más oscuros y dolorosos.
 

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