5 Septiembre 2022

El triunfo de los desconocidos

Superando las 100 funciones, se encuentra en la cartelera teatral de Bogotá la versión colombiana de ‘Perfectos desconocidos’, una película italiana que ha atravesado las fronteras y de la cual se han realizado más de 20 versiones. La historia ha trascendido las pantallas y se ha llevado a las tablas con diversos resultados. La que presenta el Teatro Nacional La Castellana se ha convertido en todo un fenómeno de aceptación del público.

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Es un misterio, por fortuna, saber cómo se vuelve exitosa una película, una serie, una obra de teatro. Si el secreto se enseñase, no existirían los fracasos: todos asumirían la fórmula y el público acudiría en masa a los dispositivos de representación.

 

Entre los espectadores habituales a las salas de teatro de Bogotá, Jorge Hugo Marín representa un modelo de director de obras de cámara, a veces de corte naturalista, para pocos espectadores, potenciando la programación de su compañía que se llama pomposamente La Maldita Vanidad. De hecho, está en cartelera su nueva creación titulada Esta cabeza mía que no se puede callar. Sin embargo, Marín tiene una vasta experiencia en las salas de gran formato de la capital colombiana. Durante siete años fue asistente de dirección del Teatro Nacional y bebió de los secretos para hacer que el espectador con ganas de diversión y de huida de la realidad pueble las butacas. Quizás siguiendo el sentido común de la secretaria de Fanny Mikey, quien siempre le recomendaba a los directores: “Monten comedias y verán que las salas se les llenan”, Jorge Hugo Marín subrayó la danza de los malentendidos y ha convertido a Perfectos desconocidos en una pieza que no da tregua, con el ritmo frenético de un stand-up comedy, donde no se puede dejar respirar al respetable porque, de lo contrario, se le escapa. Y el recurso es el del humor desenfrenado.

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Las mentiras o las falsas verdades se ponen encima de la mesa y el público estalla en carcajadas porque, en el fondo, están dejando al descubierto sus propios pecados.

El llamado “nuevo teatro” le apostó en sus montajes a un vehículo de reflexión sobre la realidad directo, conmovedor, donde, a través de la emulación de la catarsis, el asistente vivía una suerte de sanación al encontrarse de frente con sus peores dramas sociales. El Teatro Nacional, por el contrario, en sus 40 años de existencia ha querido combinar las farsas con los conflictos psicológicos, los divertimentos con títulos que hayan funcionado en los grandes teatros del mundo y de los cuales realiza versiones con elencos locales. El espíritu de Fanny Mikey no desaparece y, a pesar de que ya han pasado 14 años de la fecha fatal de su muerte, los continuadores de su gesta siguen apostándole a esa pluralidad de formas para darle gusto a unos espectadores que no tienen rostro ni se adaptan a ninguna regla. La verdad es que el público sigue cambiando y ya hay toda una generación que no vivió el protagonismo de Fanny Mikey como gestora. Hay que seguir adelante sin su poderosa sapiencia para entender los gustos de los visitantes a sus tres teatros.

Jorge Hugo Marín, director del montaje


Perfectos desconocidos se encontró con el éxito y ha debido construir un dispositivo para mantener la obra con su eterna frescura. “Después de 100 funciones todo se complica”, afirmó Marín. “La obra hay que cuidarla no solo en el escenario sino, sobre todo, en los camerinos”. Así que, en el elenco, se han ido rotando algunos de los intérpretes, de tal suerte que no se trata de una obra sostenida tan solo por el reconocimiento de algunos actores, sino que allí lo esencial es la historia, no importa si una noche está Andrea Guzmán o Chichila Navia, Carlos Manuel Vesga o Rodrigo Candamil. El resultado es el mismo. La obra se ha construido con una relojería muy precisa, en la que las parejas sacan lo mejor y lo peor de ellos mismos. Las mentiras o las falsas verdades se ponen encima de la mesa y el público estalla en carcajadas porque, en el fondo, están dejando al descubierto sus propios pecados.

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Marín tiene una vasta experiencia en las salas de gran formato de la capital colombiana. Durante siete años fue asistente de dirección del Teatro Nacional y bebió de los secretos para hacer que el espectador con ganas de diversión y de huida de la realidad pueble las butacas.


En una línea similar, el Teatro Nacional de la calle 71 se está anotando un nuevo triunfo con otra comedia, titulada El plan, con tres estupendos intérpretes (Rafael Zea, Santiago Alarcón y Andrés Toro) bajo la dirección del efectivo Andrés Caballero. Escrita por el actor español Ignasi Vidal, se trata de una comedia de fracasados, donde el humor negro terminará conviviendo con inesperadas y terribles consecuencias. ¿Hacia dónde apuntan este modelo de experiencias escénicas? Hacia un juego en el cual el espectador necesita ser testigo de primera mano de lo que interpretan los actores en las tablas. Para el mundo del audiovisual ha sido muy difícil el regreso a las salas oscuras porque el público ya sabe que el cine, las series, internet o la televisión están convirtiéndose en una experiencia similar, gracias a la digitalización de los formatos. En el teatro, por el contrario, el contacto directo entre actores y testigos sigue siendo una comunión irreemplazable que, cuando se logra, se consiguen los aplausos cerrados.

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