Daniel Samper Ospina
28 Abril 2024

Daniel Samper Ospina

EN EL RETIRO DEL GOBIERNO

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Créanme: yo trato de tomar en serio las noticias por las cuales el país se divide, pero me cuesta trabajo. Ser humorista en Circombia es trabajar horas extras: esta semana, para no ir más lejos, el Tribunal de Cundinamarca ordenó desmontar todas las placas inaugurales que estrenó Barbosita, incluyendo la del baño que instaló en La Plata, Huila: al dilapidar el dinero que el país invirtió en tan imprescindibles obras de ingeniería, resultará imposible adivinar cuál inodoro fue inaugurado por Barbosita y cuál por Néstor Humberto Martínez, por ejemplo: ¿en el de Néstor Humberto el agua es saborizada? La ministra de Ciencias justificó haber inflado su hoja de vida por haber cometido lo que dio en llamar “un error de dedo”, con lo cual inauguró una nueva categoría de disculpa: ¿está la administración de Petro acaso allanando el camino para una candidatura de Vargas Lleras, quien jamás acudiría a semejante ocurrencia? Y la bancada liberal apoyó la reforma pensional porque el gobierno concedió bajar el umbral de 4 salarios mínimos a 2,3. El presidente les dijo:

—Voten, no se preocupen: tiene mi palabra.

Pero, una vez aprobada, y sin ningún rubor, anunció que la dejará en 4 (como a los senadores): la duda es si pone semejante conejo al Congreso por burro o por zorro. Y si lo hará a través de un mico.

(Esa misma reforma, no podemos olvidarlo, fue ambientada con un trino presidencial en que afirmaba —abro comillas, que quede claro— que “si se aprueba la reforma pensional, 2,500,000 millones tendrán un bono personal de 223 mil pedos”: lo lamento pero fue así: tengo la prueba, tengo el pantallazo de semejante “error de dedo”. ¡Dos billones y medio de personas no existen en toda la etnia cósmica! Y el contenido de semejante bono pensional justifica a quienes dicen que la reforma olía mal: con razón hacía ruido en tantos sectores.  Acá puede estar el origen del cambio climático. El bono pensional debe venir entonces con una importante provisión de brócoli para cada anciano. 

Y, con todo, la noticia cómica de la semana es el retiro espiritual del gabinete ministerial a un hotel en Paipa para aliviar las tensiones que dejaron las marchas de hace ocho días. Recordemos que un sector, encabezado por el ministro Velasco y Laurita Sarabia, pidió escuchar las protestas con humildad; y que otro, encabezado, ay, por el presidente, prefirió descalificarlas y decir que fueron protagonizadas por la clase dominante y uribista que sueña con derrocarlo (o, como menos, con que se quite la cachucha).

Siempre he detestado los retiros espirituales con que algunas empresas torturan a la plana directiva sometiéndola a convivir durante un fin de semana en un hotel de tierra fría bajo las órdenes de un “facilitador” que, a través de una serie de ejercicios lúdicos, enseña a trabajar en equipo con frases como “vamos a romper paradigmas y a generar procesos con mayor asertividad”.

Pero el gobierno del cambio ha resultado tan decepcionante que se lo merece.

Puedo imaginar lo que sucede. Francia Márquez aterriza en helicóptero. El ministro Velasco llega con dolor de muela. Guillermo Alfonso Jaramillo le revisa la muela coca. La ministra de Ciencias escribe un chat desde Papúa, porque por un error de dedo fijó otro destino en el Waze.

Cuando el evento está por comenzar, y a pesar de que hay servicio de greca libre, el presidente no aparece. Medio gabinete exige que despidan al consultor y lo reemplace un taita que dirija las dinámicas no con una exposición de Power Point, sino con un viaje con ayahuasca. Pero los ministros técnicos se oponen.

A la hora del almuerzo no saben si pasar al bufé o pedir a la carta. De nuevo se arman dos bandos: uno de activistas radicales, liderados por el ministro de Minas, que paradójicamente ordena un corrientazo; otro más mesurado que pide algo para compartir. El mesero avisa que ya mismo los marcha. El ministro Velasco dice que tiene todo el derecho a marcharlos, mientras el ministro de Salud acusa al mesero de ser de la clase dominante. En la tarde el facilitador hace una ronda para que cada uno se desahogue. La ministra de Trabajo elogia a Chávez. La ministra de Agricultura acusa de yupicito al ministro Umaña y dice que debe ser el típico gomelo que protesta por la pesca de tiburones. Laura Sarabia confiesa que está harta de ser la que sirve para todo, a diferencia del ministro de Defensa, que no sirve para nada. El ministro de Defensa se despierta. Hay llanto. El facilitador sugiere que los ministros se pongan el vestido de baño y pasen a las aguas termales. El ministro Bonilla sale con vestido enterizo y, como no toca el suelo, pide al ministro Osuna que lo alce. El canciller encargado se quema. 

En la noche, como sucede en estos eventos, la agenda permite un espacio social en que los presentes descaletan botellas de aguardiente. Litros de canelazo corren a raudales. El ministro de Cultura canta La maza en torno a una hoguera. El grupito de los activistas se acuesta a las cuatro de la mañana y al día siguiente deben soportar el resto de la jornada aturdidos por el guayabo. 

Contra todo pronóstico, el presidente aparece en la tarde, con su cachucha de siempre. Susana Muhamad rompe en llanto tan pronto lo ve. El presidente toma la palabra durante tres horas y media: le dice a la ministra de Deporte que su ministerio no sirve para nada, recorta el presupuesto de Ciencias y ordena, como directriz general, hablar más y ejecutar menos. Luego toma el celular para pelear en Twitter, pero Laura Sarabia se lo decomisa y sugiere que deben ser más autocríticos. El presidente le dice que, al revés, deben ser más autocráticos. Ambos discuten de forma airada:

—¡Si me sigue desobedeciendo, voy a terminar pidiéndole que salga del gobierno!
—Está bien, Laurita: te prometo que me mesuro. Tienes mi palabra.

La ministra de Ciencias aparece cuando ya todos se están despidiendo. El ministro de Defensa se despierta. Y el lunes el presidente vuelve a redactar trinos agresivos y Laurita Sarabia lo cita por Whatsapp a un conejo de ministros. Y lo dice así porque, al escribirlo, comete un error de dedo.

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