Ana Bejarano Ricaurte
11 Diciembre 2022

Ana Bejarano Ricaurte

RAPIÑA MONUMENTAL

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Se acabó el año. Cuán necesario se hace un respiro y desconectarse del trajín de este país donde todos los días pasa algo importante. Se dispone entonces la gente ⎯la que puede⎯ a viajar, a visitar a sus familias, a cambiar de ambiente. Los centros turísticos  atestados, en especial los de trascendencia histórica como Cartagena, Villa de Leyva, Honda, Mompox o Barichara. Una cerveza helada en la muralla, un canelazo en la plaza, un pescado fresco en cualquier costa ribereña.  

Además de ser frecuentadísimos balnearios, son centros de enorme importancia para la memoria colonial y republicana. Lugares que sirvieron de tarima para sucesos que debemos recodar y repensar, para entender el presente. 

Pero desde hace décadas se viene gestando un desastre urbanístico, con enormes consecuencias para la memoria histórica en Colombia. La ley ha reconocido la importancia de ciertos lugares como bienes de interés cultural (los BIC). Para preservarlos se crearon los planes especiales de manejo y protección (los PEMP). Siglas y burocracia que designan al Ministerio de Cultura como guardián y veedor de estos escenarios. 

Lamentablemente su supervisión ha sido, por decir lo menos, insuficiente. Ya son numerosas las denuncias en medios regionales y ante organismos de control por la expedición de permisos, sellamiento de planos y otro tipo de aquiescencias por parte del Ministerio, al dar vía libre a la realización de cambios estructurales, vertimientos dañinos y simple destrucción de espacios emblemáticos. 

Claro que el MinCultura es apenas el que pone el sello final a elaboradísimos esquemas de corrupción, en especial de los clanes regionales que han hecho negocio con la destrucción de los tesoros históricos. Por ejemplo los intereses del Clan Aguilar en Barichara, que ha utilizado varios de sus alfiles políticos para estructurar cuestionables proyectos de vivienda y otorgar permisos de renovación a personas no calificadas. O la destrucción de la plaza de mercado en Villa de Leyva para cambiarla por un centro comercial con parqueadero subterráneo. Cada uno de estos casos es una telenovela aparte que ameritaría otras columnas.   

Y qué le va a importar a la clase política llenarse los bolsillos a costa de la historia y los lugares que la representan, si se pasan por la faja las instituciones; un par de piedras coloniales no serán obstáculo para que sigan trabajando para ellos mismos y nadie más. 

O la gente elegantísima que contrata a cualquier charlatán para que les reforme sus casas, sin ningún cuidado por el patrimonio histórico que tienen el privilegio de habitar. Es tal vez una categoría distinta de la misma indiferencia de los terratenientes que vacacionan dichosos en las esquinas preciosas de cualquier casco histórico mientras en la periferia se muere la gente de hambre. (Y en esa hipocresía hemos participado todos). 

Además en este caso les queda facilísimo porque montan en sus terruños las corruptelas y solo tienen al frente al Ministerio de Cultura para detenerlos. Muchos de estos permisos irregulares y cuestionables, que sin duda desprotegen los bienes públicos, se otorgaron en administraciones pasadas. Pero dos altas fuentes confirman que la ministra actual, Patricia Ariza, parece no estar consciente la gravedad de la materia y ha dejado el asunto en manos de funcionarios que pretenden convencerla ⎯contra toda lógica jurídica⎯ de que ya no se puede hacer nada para corregir el error. 

Es que la ministra está atareada con asuntos estéticos, como el cambio del nombre de su cartera. Imagínense gastar los dos centímetros de capital político que tiene el Ministerio de Cultura para alargar su título y no para detener el crimen contra la memoria regada en monumentos, plazas y edificaciones. ¿Acaso en el gobierno del Pacto Histórico no hay nadie que se dé la pela por la preservación de los sitios históricos? ¿Nadie que los salve de la rapiña salvaje de los clanes regionales que los ven como simples cajas registradoras?   

Claro que los maleantes repudian la recordación histórica; prefieren la intrascendencia, pasar desapercibidos. Porque en la oscuridad es donde mejor hacen de las suyas. Así que si salen por ahí estas vacaciones y visitan algún lugar viejo e importante que todavía sigue en pie, tómense un momento para admirar la gesta que es resistir a una clase política indolente que trabaja arduamente para convertirlos en parqueaderos.


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