Antonio Caballero
20 Junio 2021

Antonio Caballero

Santos y Uribe

¿Con qué clase de gente se mezcla Álvaro Uribe? Y hay que preguntarse también: ¿Por qué han terminado asesinados tan numerosos testigos de las actividades de Uribe?

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Es muy importante, y muy valiente, la declaración del expresidente Juan Manuel Santos sobre los millares de falsos positivos, de asesinatos de civiles inocentes disfrazándolos de guerrilleros, cometidos por el ejército cuando él era ministro de Defensa del gobierno de Álvaro Uribe. Puede compararse, en su valor histórico para la paz, con el reconocimiento por los jefes de las Farc del horror de sus secuestros.

Y es muy cobarde la respuesta del uribismo en pleno, empezando por su jefe, negando la existencia de esos crímenes, y asombrosa la negativa del autoproclamado "frentero" expresidente Uribe a declarar ante la Comisión de la Verdad que investiga los hechos más atroces del conflicto armado. Ese es el más atroz, del lado del Estado. Y quien debe responder en primer término no es Santos, quien detuvo ese horror destituyendo de un golpe a una treintena de altos oficiales, sino su predecesor en el ministerio de Defensa, Camilo Ospina, quien fue el que lo inició con una "directiva" que hay que calificar de criminal: el conteo de cadáveres, fueran de quienes fueran. Pero Ospina guarda silencio. Una pregunta: ¿tampoco él va a declarar ante la Comisión de la Verdad para explicar los motivos que tuvo para dictar esa directiva? ¿Ni los del entonces presidente Uribe para aprobarla? ¿Ni los de los generales para aplicarla?

Uribe responde en una entrevista con la periodista Vicky Dávila negando sus responsabilidades y acusando a Santos de mentiroso y de traidor. Sin mencionarlo. A imitación del presidente Iván Duque (o en cumplimiento de la orden que él mismo le dio a Duque), sin siquiera nombrarlo: llamándolo simplemente "ese señor".

Pero es que Uribe no ha reconocido nunca, no digamos los excesos, sino la existencia misma del conflicto armado que llevó finalmente a la paz, o a la tentativa de paz, del gobierno de Santos. Lo suyo era la guerra, al mismo tiempo que la negaba. Y de ahí sus excesos, que ahora niega también, achacándoselos al que fue su ministro, y sin mencionar de pasada a su ministro anterior, el de la ahora famosa directiva sobre la conveniencia de matar gente indiscriminadamente. Para Uribe lo que hubo aquí fue una insurrección narcoterrorista contra su democracia. Como si los narcotraficantes, que en efecto tienen gran poder en Colombia, no hubieran sido sus socios desde sus tiempos juveniles en que era director de la Aeronáutica Civil, y a través de sus travesuras en la gobernación de Antioquia con las Convivir, esas organizaciones de autodefensa narcoparamilitar que en realidad eran Conmorir, hasta llegar a sus indultos, traicionados luego con extradiciones, para los más importantes jefes del narcoparamilitarismo cuando fue presidente. Incluyendo su instigación de entonces a los parlamentarios uribistas para que (cito de memoria) apoyaran en el Congreso los proyectos de su gobierno antes de que los jueces los metieran a la cárcel. A donde es posible (aunque no probable) que vaya también él en compañía de su abogado Diego Cadena, defensor habitual de narcotraficantes.

¿Con qué clase de gente se mezcla Álvaro Uribe? ¿Aquel Job que lo visitaba en el palacio presidencial entrando por los sótanos, y que poco después fue asesinado? Y hay que preguntarse también: ¿Por qué han terminado asesinados tan numerosos testigos de las actividades de Uribe?

Pero vuelvo a Santos.

Juan Manuel Santos tiene, como presidente, el inmenso mérito del acuerdo de paz logrado con la guerrilla de las Farc. Ese acuerdo que el partido ultraderechista Centro Democrático que encabeza Álvaro Uribe quiere "hacer trizas"; y lo está logrando a fuerza de la inercia de su gobierno de Iván Duque, indiferente o impulsor del recrudecimiento de la violencia.

En resumen: por esa declaración de culpa y petición de perdón ante la Comisión de la Verdad Santos merece una felicitación.  Y puede estar, esta vez sí, tan satisfecho de sí mismo como se muestra siempre.

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