Jaime Garzón: un hombre sin partidos ni fanatismos

Crédito: Colprensa

28 Abril 2024

Jaime Garzón: un hombre sin partidos ni fanatismos

El presidente Gustavo Petro criticó las marchas del 21 de abril contra sus reformas con un video del humorista de 1997: ¿es correcto hacer uso de su imagen cuando una de las fortalezas de Garzón fue mantenerse fuera de la política y conversar con personas de todos los extremos e ideologías?

Por: Germán Izquierdo

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Un día antes de morir, Jaime Garzón se puso una boina roja, un traje verde oliva y una banda tricolor para representar a Hugo Chávez Frías, quien 9 meses atrás había sido elegido presidente de Venezuela. Fue su último sketch, su última imitación, su último personaje. Cuando terminó de grabar, el humorista se cambió de ropa y, un rato después, convertido de nuevo en Garzón, en tono resignado le dijo a Mery, su maquilladora y confidente: “Me van a matar... Me van a matar. Hasta mañana tengo plazo de vida”.  

Al otro día, antes de las seis de la mañana, a la altura de la carrera 42B con calle 22F de Bogotá, un sicario lo asesinó de cinco tiros a quemarropa. Garzón murió de inmediato, mientras que su camioneta Cherokee rodó hasta estrellarse contra un poste frente a la panadería Golconda. Pronto los primeros curiosos llegaron a rodear el carro, sobre el que tendieron una sábana blanca de rombos verdes. Poco a poco la noticia se difundió, primero desde la emisora Radionet y luego en toda Colombia. En las tiendas, en las casas, en las oficinas, en las universidades, en las calles; en todas partes se oía la misma frase: “¡Mataron a Garzón! ¡Mataron a Garzón!”. A partir de ese día, el 13 de agosto de 1999, Jaime Hernando Garzón Forero dejó de ser solo un gran humorista para convertirse en un mito, en una figura única e inspiradora que hasta hoy representa valores como la paz, igualdad, la libertad y la rebeldía.

Cada 13 de agosto, el nombre de Jaime Garzón figura en las tendencias de las redes sociales. Su rostro sigue presente en todas partes: estampado en camisetas, tejido en muñecos de hilo, pintado sobre el suelo de pavimento y en los grandes muros de las calles de Bogotá. En YouTube, sus videos suman visitantes a diario. El más popular de ellos tiene 6 millones de vistas. Cada tanto, el genial humorista vuelve a ser viral: una palabra que, cuando él murió, se reservaba sólo para referirse a los virus. Garzón no conoció Facebook ni Twitter ni Instagram. Y, aunque Internet ya existía, apenas era una cosa rara y nueva, como una suerte de experimento inacabado.

Durante las marchas del pasado 24 de abril contra las reformas del Gobierno, Garzón volvió a ser tendencia. Esta vez por un mensaje que el presidente Gustavo Petro publicó en su cuenta de X. El mandatario escribió la frase “la clase dominante” acompañada por un video del programa Quac, el recordado noticiero de mediados de los años noventa que parodiaba la realidad nacional. En el video, Garzón interpreta a Rudolf Hommes, por entonces candidato a la alcaldía, encabezando una famélica marcha de protesta neoliberal. 

El trino de Petro tuvo cerca de 29 mil me gusta, y muchos seguidores y miembros de la Colombia Humana lo replicaron en sus propias cuentas. Lo cierto es que arrogarse el derecho a apropiarse de la imagen de Garzón, como si se tratara de uno más de un partido político, es una gran equivocación, atravesada por una total descontextualización, pues si algo distinguió a Jaime Garzón durante su vida fue su inteligencia para mantenerse al margen y no pertenecer a ningún partido político. Esto le permitía satirizar a toda la sociedad y así poder dar “garrote democrático”.

Mural
Mural sobre Jaime Garzón en Bogotá. Crédito: Colprensa

Garzón registró mordazmente, con ingenio, ironía y humor, esos complicados años noventa, que empezaron con la gran esperanza de que el país podía refundarse en los cimientos de otras creencias y otros ideales. Vino entonces el movimiento de la Séptima Papeleta, la paz con el M19, que pasó de ser un grupo guerrillero a un partido político, y una nueva Constitución que reconocía a los indígenas y los afro. Después de 105 años, el país dejó atrás la Constitución de 1886, envuelta en la camándula de Miguel Antonio Caro y compañía

Garzón participó activamente de esa transformación al trabajar como facilitador en la traducción de la Constitución de 1991. Conoció a los inga y a los kamsa, a los cubeo y a los wayuu. Aunque la Constitución fue un gran avance, poco a poco el país volvió a sus andanzas de siempre. Vinieron el Apagón, el asesinato de Carlos Pizarro, la violencia desatada por Pablo Escobar, el Proceso 8000, el recrudecimiento de la violencia de los paramilitares. Luego el frustrado proceso de paz en El Caguán. Y finalmente la muerte de Garzón.

El humorista parodió toda esa década convirtiéndose, luego de largas sesiones de maquillaje, en alguno de los variopintos personalidades de esos años: Álvaro Gómez Hurtado, Antonio Navarro Wolf, el embajador Myles Frechette, Horacio Serpa,  Rudolf Hommes, y todos los presidentes de aquellos años: César Gaviria, Ernesto Samper y Andrés Pastrana. También creó, en conjunto con el equipo de Quac, varios personajes que representaban a un grupo específico de la sociedad como el estudiante de izquierda radical John Lenin, el empresario Carlos Mario Sarmiento Ganitsky, el sacerdote Pastor Rebaño, el militar llamado el Quemando Central. 

Aparte de su ingenio y su inteligencia extraordinaria, la grandeza de Garzón se basó en criticar a unos y otros, sin sumarse a ningún partido.  Por eso, si hoy estuviera vivo, habría hecho las delicias de los gobiernos de Uribe, Santos, Duque y Petro. Seguro habría imitado a Maduro y sería un gran crítico de la dictadura de Venezuela, que lleva más de un cuarto de siglo en el poder. 

Eso sí, seguro habría apostado todo por la paz: un anhelo que persiguió sin descanso, tanto que se aventuraba a viajar para reunirse con la guerrilla. En un artículo de Rafael Pardo publicado en El Espectador dos días después del asesinato de Garzón, el exministro escribió que “familiares angustiados lo buscaban y Garzón, la estrella de televisión, tomaba un viejo campero y se internaba días enteros en los caminos hasta cuando llegaba con la persona liberada”. Cuando murió, dejó a guardar con Wilson y Luz Marina, quienes cuidaban el parqueadero del vecindario, unas medicinas y unas cartas que se quedaron sin entregar a unos secuestrados

En la sala de su apartamento de La Macarena se reunieron personas de orillas políticas opuestas: Jaime Castro y Navarro Wolf, Horacio Serpa y Myles Frechette. Garzón creía en que hablando y dejando hablar construía. Aunque la mayoría de sus amigos eran de izquierda, Garzón cultivó amistades de centro y de derecha. Garzón creía en una paz sin bandera política, con la plena consciencia de que para propiciar cambios se necesitan reunir voces diversas y no posturas rígidas, únicas, que desoyen a los opositores.

De haber entrado en la política, entonces, Garzón habría perdido la independencia que le permitía criticar sin ambages a toda la sociedad, en especial a los políticos. Vestir la camiseta roja, amarilla, verde o azul le habría quitado el poder, como la kriptonita a Superman, a Heriberto de la Calle su más recordado personaje: el poder de burlarse por igual de alcaldes, candidatos a la presidencia, congresistas. Si hubiese entrado en política, Garzón, no cabe duda, sería otro Garzón. 

Estatua
Estatua de periodista Jaime Garzón. Crédito: Colprensa.

En tiempos como los que corren en Colombia, en los que de lado y lado se alimenta el radicalismo y se quiere dividir a la sociedad entre buenos y malos, pobres y ricos, en los que se compite por cuál marcha es más grande, sería más acertado recordar a Garzón por su postura demócrata, su capacidad de criticar y, al mismo tiempo, de escuchar todas las  postura: algo que ciertamente se ha desdibujado en los últimos años

Hace un par de días, en el foro del partido En Marcha, el congresista Iván Cepeda criticó al gobierno por su incapacidad para llevar el acuerdo nacional al que se comprometió: “Si hay alguna crítica que yo creo que es válida para el Gobierno actual —dijo Cepeda— , es que no ha sido lo suficientemente perseverante en lograr ese acuerdo, a pesar de que el presidente ha planteado que es para eso que es este Gobierno. ¿Por qué nos pusimos Pacto Histórico si no es para eso?... Entonces no es posible hacer dos cosas al tiempo: ser absolutamente radical en el Congreso, en las calles y en el debate político, y buscar el acuerdo nacional”.

Lograr el acuerdo supone sentarse a pesar de las diferencias y no a propósito de las coincidencias.  Eso lo sabía Garzón, que reconocía en el humor la herramienta más pacífica y a la vez más efectiva para que la sociedad se diera cuenta de cuán frágiles y contradictorios somos.

Ya que Garzón es uno de los pocos muertos que el país no ha echado al olvido, recordémoslo como un hombre que creyó en el diálogo entre posturas opuestas,  y que habría celebrado la firma de los acuerdos con las Farc y la llegada del primer gobierno de izquierda al poder. Y que habría tenido millones de seguidores en sus redes sociales, donde seguiría criticando a unos y otros, burlándose de tirios y troyanos, con la seriedad de quien escoge el humor para propiciar un cambio. 

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