Made in China: Ai WeiWei en Colombia
Esta serie colorida del artista chino Ai WeiWei, proveniente directamente de su estudio en Nueva York, es una muy buena noticia para los bogotanos. Después la muestra seguirá a la Galería La Cometa, en Medellín.
Crédito: Galería La Cometa
El chino Ai WeiWei se ha convertido en uno de los artistas más importantes del mundo en los últimos años. Su primera exposición en Bogotá es una oportunidad para adentrarse en un trabajo muy prolífico.
Por Diego Garzón Carrillo, codirector Feria del Millón
Si tocara definir el arte contemporáneo en un ejemplo, ese sería el artista chino Ai WeiWei, quien nació en Pekín en agosto de 1957. Su obra es inclasificable: es activista, fotógrafo, arquitecto, performer, gestor cultural, bloguero, cineasta, escultor, escritor y dibujante. “Las habilidades como dibujante que había desarrollado tempranamente en mi vida me permitieron copiar las entradas originales (al cine) con tanta precisión que, para los demás, era imposible distinguir las verdaderas de las falsas”, confiesa en sus memorias 1.000 años de Alegrías y Penas, al referirse a su adolescencia antes de partir a Estados Unidos donde estudió arte a comienzos de los años 80.
Intentar definir su trabajo en una sola actividad sería imposible. Así como hizo parte de la fundación de los Archivos y Depósitos de Arte de China –la primera galería independiente de su país– también participó en el diseño del Estadio Nacional de Beijing para los Juegos Olímpicos de 2008. Él representa, en el mejor sentido, la ruptura de los límites del arte. No hay que llegar a ver su obra como si una fuera un Picasso o un Botero en busca de una admiración netamente estética. Esa no es su principal preocupación.
En 2010, por ejemplo, llenó el piso de la Sala de Turbinas de la Tate Modern de Londres, con cien millones de semillas de girasol hechas de porcelana. Más de mil metros cuadrados y 150 toneladas de peso invitaban a ver un “terreno uniforme”. Cada una de ellas fue elaborada por artesanos chinos que las pintaron a mano con la particularidad de que cada una es diferente a las demás. La instalación Sunflower Seeds se hizo con métodos tradicionales de Jingdezhen, una ciudad china que se destaca por su pulcritud en el trabajo de este material, y que representa los lujos de la corte imperial. Más allá de que el público pudiera pisarlas y oír su crujido, las interpretaciones eran múltiples: el mundo mismo, donde todos parecemos iguales en medio de masas y masas de personas pisoteadas -inocentemente en este caso por el público- hasta alusiones al propio Mao Zedong, que muchas veces se representaba como un sol mientras que el pueblo eran los girasoles siempre mirando hacia su figura. Justamente su papá, el poeta Al Quin fue expulsado de China, por Mao, acusado de anticomunista.
Ai WeiWei siempre ha sido crítico del gobierno de su país y no en vano tuvo que emprender una nueva vida a comienzos de los 80. “No me fui a Estados Unidos porque anhelase vivir el estilo de Occidente, lo hice porque no podía seguir en Pekín. Poco antes de mi marcha, mi padre me dijo que, en su época, cuando la gente se iba al extranjero para estudiar, casi nadie se quedaba una vez concluidos sus estudios. 'Los tiempos han cambiado', dije para mí”, cuenta en sus memorias. Su relación con China es de amores y de odios. Esto último, más que todo, por las políticas de gobierno que limitan la libertad de expresión. Él estuvo en prisión poco menos de 90 días, además de que las autoridades le revolcaron su estudio y revisaron sus computadores como si se tratara de un delincuente.
Vivió en Nueva York 12 años y allí conoció obras que fueron fundamentales en su trabajo, principalmente de Marcel Duchamp y Andy Warhol. Y así como el primero planteó los “ready mades”, objetos cotidianos que podían ser arte por el simple hecho de que el artista así lo señalara —el famoso orinal, firmado con su seudónimo, por ejemplo—, este artista chino piensa que esos objetos cotidianos deben tener, a su vez, una carga cultural.
En Tirando al suelo una urna de la dinastía Han, de 1995, una de sus obras más famosas, optó por dejar caer al piso un objeto de 2.000 años de antigüedad, volviendo en mil pedazos un elemento icónico de un periodo fundamental de la historia de ese país. Tal y como se vivió durante “la revolución cultural” en la que Mao Zedong quería eliminar de un solo tajo alusiones capitalistas e incluso simbología tradicional que antecedía su llegada al poder. “El presidente Mao solía decirnos que solo se puede construir un nuevo mundo si destruimos el viejo”, dice Ai WeiWei en sus memorias, y aquí no solo dejaba en evidencia con ese gesto la fragilidad de las tradiciones, de la cultura, de la historia, sino también del poder económico: la urna no solo era testimonio de la dinastía, sino que estaba avaluada en millones de dólares.
Su activismo se ha visto en muestras artísticas como Documenta, en Kassel, Alemania. En su blog abrió una convocatoria para llevar 1.001 ciudadanos chinos a la importante exhibición. Esa fue su propuesta: literalmente llevó a vendedores ambulantes, policías, estudiantes, escritoras, profesoras, campesinos, entre tantas profesiones más, a conocer Kassel. Su obra era más una labor de agencia de viajes, tramitando permisos y pasaportes. Convirtió una antigua fábrica textil en una especie de hotel para todos sus invitados y los entrevistó a cada uno en video. Su propósito era simple: cómo desde el arte también se pueden cumplir los sueños, en este caso de cientos de personas que nunca habían podido salir del país, pero también la posibilidad de crear una nueva comunidad, una sociedad unida por un proyecto artístico.
En 2016 forró las columnas de ingreso del Kozerthaus, de Berlín, con los chalecos salvavidas de color naranja usados por miles de refugiados que buscan llegar a tierras europeas atravesando mares, huyendo de la guerra. Ha hecho un mapa de China con latas de leche, tras la noticia de que más de 300.000 niños habían enfermado por tomar este producto contaminado; y en otro de sus proyectos, Study in Perspective, se ven fotografías de su antebrazo y mano izquierda haciendo “pistola” con lugares icónicos de fondo que para él simbolizan opresión: desde la Plaza de Tiananmen hasta la Casa Blanca. Desde el Palacio de San Marcos hasta la Torre Eiffel.
La muestra que se podrá ver desde esta semana en la galería La Cometa, de Bogotá, hasta el 30 de marzo, se llama El banquete del emperador. En estas obras hechas con cubos de Lego las protagonistas son las doce cabezas de animales que pertenecen al zodiaco chino. Es un homenaje al calendario de su país, pero también alude al saqueo que Occidente hizo en China en el siglo XVIII. Aquí no se ve su mano haciendo pistola, se ven las cabezas de dichos animales, pero también ciertos lugares reconocibles de Occidente, como el parlamento inglés, con el Big Ben de fondo, a espaldas de la gran rata que recibe a los visitantes de la exposición.
No es la primera vez que él trabaja con Lego, ni tampoco es el único artista que lo ha hecho. Valga decir que Nadín Ospina, en Colombia, tiene un trabajo muy interesante con este producto. Es un material que para WeiWei tiene mucha carga simbólica. Desde su apariencia infantil, inocente, como si se tratara de un relato de la infancia, hasta una señal más de la dimensión capitalista de Occidente. La historia, el pasado que se quiso borrar, él lo trae a colación con un material muy presente. En 2014 hizo una serie de retratos de 176 prisioneros de la isla de Alcatraz también con Lego.
Esta serie colorida, proveniente directamente de su estudio en Nueva York, es una muy buena noticia para los bogotanos. Después la muestra seguirá a la Galería La Cometa, en Medellín.
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