El autoritarismo que nos espera
18 Junio 2022

El autoritarismo que nos espera

El autoritarismo que nos espera.

Crédito: Colprensa

En una sociedad extremista, intolerante y acrítica, personalidades de corte mesiánico se abren paso fácilmente. Pero no es una excepción: el 68 por ciento de la población mundial está hoy bajo un régimen autocrático.

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Por Miguel Bettin 

No obstante que en el mundo cerca de 1.300 millones de seres humanos viven bajo pobreza multidimensional y más de 500 millones carecen de agua potable, según el Instituto V-Dem el 68 por ciento de la población mundial está hoy en día bajo un régimen autocrático, en muchos casos elegido mediante voto popular.

Las conocidas hoy como “autocracias electivas”, o como las denominó el mismo Viktor Orbán: “democracias iliberales”, han empezado a ganar terreno en el mundo. Esta, que sería una especie de “tercera ola del autoritarismo”, casi a la manera del experimento de Palo Alto, irrumpe en los Estados, habiendo sido elegida por el propio pueblo como una salida a su desesperación. Vestida de gala, la autocracia electiva augura soluciones pero acaba por limitar libertades y aumenta los niveles de miseria y desigualdad.

Los estilos de gobierno parecen tener –y haber tenido siempre– una mayor relación con los rasgos de personalidad e incluso con las psicopatologías del gobernante, que con los supuestos modelos socioeconómicos y políticos que dicen profesar y en los que aparentemente fundamentan sus decisiones y sus políticas públicas.

Pero, además, la mayoría de esos modelos resultan anacrónicos y simplistas, capaces solo de explicar y mejorar las sociedades preindustriales y casi feudales en las que surgieron. Por ende, no son para nada cercanos a las nuevas tesis económicas, que reconocen la supremacía de las creencias, las emociones y, en general, de la psicología humana, sobre las “aparentes” leyes que –se supone– regulan los mercados, así como sobre la racionalidad humana en lo económico, como ya lo han expuesto Kahneman, Tversky y Thaler, entre otros. 

Sin embargo, algunos políticos actuales acuden a viejos economistas, brillantes en su tiempo e incluso en los posteriores, pero distantes como intérpretes de la ahora realidad postmoderna y cibernética. Otros, optan por la novel totémica de las redes para simplificar soluciones.

Lo importante es la personalidad

La personalidad, como ya lo vislumbraba Adorno, juega un papel determinante en las políticas de gobierno, entre otras cosas porque para el gobernante también aplican las teorías de la nueva psicología económica, orientadas a dilucidar, entre otros aspectos, el comportamiento humano en momentos de incertidumbre.  Pero además porque los rasgos narcisistas, maníacos o depresivos de un mandatario imperan sobre las razones económicas y políticas que deberían fundamentar sus decisiones en momentos particulares de duda o desasosiego, que los son casi todos cuando se gobierna.

Las personalidades y los pueblos con rasgos y necesidades tiránicas han existido a lo largo de los tiempos. Quizá es por ello que en épocas de crisis surgen con mayor facilidad dirigentes con características narcisistas y carismáticos en medio de sociedades desesperadas que anhelan una salida mágica, mesiánica.

¿Por qué buena parte de la humanidad opta por elegir gobernantes autoritarios, que obviamente terminan por conculcar sus derechos?

Las personas y sociedades a las que se les considera ideologizadas por concepciones políticas autoritaristas, es decir, como bien lo reafirma Altemeyer, con creencias, opiniones, valores y actitudes hacia el hombre y la sociedad en las que priman los convencionalismos y los valores tradicionales, con actitud acrítica ante los liderazgos de corte carismático, que tienden a rechazar las opiniones y creencias contrarias y opuestas a lo imaginativo, suelen elegir y dejarse embrujar indistintamente por líderes populistas de derecha o izquierda, para usar la vetusta clasificación de la Francia de 1700, y sucumbir con ello a catástrofes sociales que los retroceden décadas. 

El autoritarismo en Colombia

Un reciente estudio del Centro Nacional de Consultoría sobre el autoritarismo en Colombia, que hace parte del libro ¿Cómo conseguir el voto de los colombianos?, de Carlos Julio Lemoine y Pablo David Lemoine, pone de manifiesto que somos un país profundamente ideologizado por este tipo de concepciones y, en consecuencia, que somos una nación proclive a dejarnos embarcar en naves mesiánicas que no discriminan barlovento de sotavento. 

El estudio del Centro Nacional de Consultoría nos muestra curiosamente que la costa Atlántica colombiana parece ser la región con una mayor caracterización autoritaria, con una tasa del 80 por ciento, en aparente contradicción con la percepción acerca de la idiosincrasia del Caribe que se tiene en el resto de Colombia: de apertura, liberalidad, desparpajo, etc. Los rasgos autoritarios en la región Caribe estarían por encima del promedio nacional, que son de un 60 por ciento, y de los del Eje Cafetero y Antioquia, que se evidencian en un 50 por ciento de la población.

A partir de Adorno y Altemeyer y siendo fieles a ellos ¿deberíamos concluir entonces, que la sociedad Caribe colombiana sería la población que en el país es menos dispuesta a los cambios, más rígida y conservadora y más tendiente a desear liderazgos carismáticos y populistas? Seguramente muchos estarán en franca oposición a esta clasificación. 
El estudio refiere que los colombianos con mayor nivel de vida, de estratos altos y medios y, por ende, con un alto nivel educativo, tienden a ser más liberales frente a asuntos como equidad de género y otros temas que generan opiniones diversas; también son críticos y defensores del medio ambiente.

El nivel de autoritarismo es menor en la medida en que se asciende en la escala socioeconómica y en el nivel de educación, nos dice el estudio. En el estrato 1 se presenta una tasa de 79,4 por ciento (autoritarismo alto), en el estrato 2, el 59,4 por ciento, en el estrato 3, el 42,8 por ciento, en el estrato 4, el 36,2 por ciento y en los estratos 5 y 6, el 34,6 por ciento. 

Otro dato curioso del estudio señala que en la población joven de Colombia, el nivel de autoritarismo en el grupo de 18 a 25 años presenta una tasa de autoritarismo elevada, de 46,2 por ciento; y en el grupo de 26 a 40 años, una tasa de 54,9 por ciento, lo cual permite concluir que la población juvenil colombiana tiene una fuerte tendencia a ideologías de corte autoritario, es decir, a seguir a líderes carismáticos, populistas.

En Colombia hombres y mujeres son igualmente autoritarios, tanto pasivos como activos. Es de anotar que, aunque las anteriores cifras parecen desnudar la realidad del auroritarismo nacional, es menester que las categorías para la medición del mismo deban ser revisadas de cara a la idiosincrasia colombiana y con base en evidencia. Ya Adorno había sido muy criticado por los conceptos definitorios de auroritarismo.

Una de las mayores consecuencias de la ideologización autoritarista, tanto en el líder autoritario como en la sociedad receptora e impulsora del modelo autoritarista, es la generación de procesos de desconexión moral con respecto al diferente, al adversario, al competidor, con lo cual logran deslegitimarlo, no sentir culpa ni remordimiento por las acciones descalificadoras y agresivas que se emprenden contra él o ellos, porque además llegan a considerar que es necesario actuar así porque la ideología contraria debe ser repudiada, proscrita, negada, desaparecida. 

En fin, si bien no siempre la llegada de los populismos autoritaristas a un país no conduce necesariamente a procesos extremadamente violentos, el autoritarismo, en tanto que es una ideología excluyente, es violenta y generadora de más violencia y nuevas formas de violencia.

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