Venganza, justicia, utopía y ética

Crédito: Reuters

7 Mayo 2024

Venganza, justicia, utopía y ética

El escritor Azriel Bibliowicz reflexiona sobre la realidad del Medio Oriente, dolorosa y cargada de resentimientos y de odios, y propone la única solución viable: que esos pueblos, que habitan dentro del mismo territorio, tengan ambos un Estado y vivan uno al lado del otro.

Por: Azriel Bibliowicz

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En el Medio Oriente se vive una realidad terriblemente dolorosa, cargada de resentimientos, odios y desconfianzas para los dos pueblos que habitan entre el Jordán y el Mar. Lo que ha sucedido a partir del octubre 7, quedará marcado en la historia tanto del pueblo palestino como de Israel. 

Los dos pueblos habitan dentro del mismo territorio. Por lo tanto, ambos merecen tener un Estado y vivir uno al lado del otro.  No hay otra solución viable. La tragedia de Gaza, en gran, parte es consecuencia del hecho de que tanto Hamas como el gobierno de Netanyahu se niegan a reconocer la existencia del otro. Están convencidos de que cada cual puede destruir a su considerado enemigo. Netanyahu, con el doble juego de dividir para gobernar, apoyando soterradamente y favoreciendo a Hamas frente a la Autoridad Palestina, para evitar con ello que se consolide un Estado Palestino. Por el otro lado, Hamas gobernaba Gaza utilizando los millones que le enviaba Catar para la construcción de túneles para la guerra, en vez de desarrollar y generar un bienestar para su pueblo. Ambos mantienen la equívoca idea de que el uno puede acabar con al otro, lo que no deja de ser un supuesto fatal, trágico y un propósito totalmente irreal. 

La tragedia que se vive desde hace más de 6 meses, comenzó con un ataque cargado de sevicia por parte de Hamas, patrocinado por Irán, en el que asesinaron a 1200 Israelíes; muchos de ellos se encontraban en medio de un concierto festivo. Los acribillaron, mataron niños, violaron mujeres y secuestraron a 257 civiles, de los cuales 133 todavía continúan cautivos, y no es claro cuántos de ellos estarán muertos. Esta acción no deja de ser un crimen de lesa humanidad. 

La retaliación vengativa y brutal del gobierno de Netanyahu no se hizo esperar. Optó por bombardear de manera indiscriminada y hacer tierra arrasada en Gaza. Se calcula que hay más de 34 mil muertos entre niños, mujeres y hombres civiles, de acuerdo con el New York Times.  

Los colombianos sabemos que cuando los ejércitos deciden conquistar a sangre y fuego, no hay forma de pararlos. Fuimos testigos de la masacre que se vivió en el Palacio de Justicia, en la que no importó quiénes eran los civiles que se encontraban ahí. Se echó a un lado la justicia, la majestad de los jueces de la República y en ese momento sólo primó la lógica de la fuerza bruta que arrasó con buena parte de los profesores de la facultad de derecho de la Universidad Externado de Colombia que formaban parte de la Corte Suprema y de la Corte Constitucional del país. Acribillaron y desaparecieron tanto a magistrados como a trabajadores humildes que laboraban en la cafetería y otras dependencias. Fuimos víctimas de la lógica perversa de las armas y de la forma como los ejércitos atentaron contra los civiles y la democracia. 

No podemos tapar el sol con las manos y desconocer el terrible genocidio que ocasionó el gobierno de Netanyahu con sus bombardeos y su decisión de mantener a la población civil y a los niños de Gaza al borde de una desalmada inanición, que también constituye un crimen de lesa humanidad. Los odios parecen no tener compasión con nada ni con nadie. 

Sin duda, esta tragedia nos confronta y obliga a reflexionar sobre los dilemas éticos y humanos que las guerras producen, porque en últimas no hay guerras justas y siempre la mayoría de las víctimas pertenecen a la población civil.

En mi novela Migas de Pan, escrita en 2013, me refiero al duro trauma que genera el secuestro y al almanaque de las rupturas, que también forma parte de la novela, en el que describo cuáles fueron los grandes genocidios que llenaron la trágica historia de la humanidad durante el siglo XX. Sin embargo, investigando sobre los genocidios, encontré que no hay ni un solo día en el almanaque de la historia de la humanidad, en el que no se haya perpetrado un exterminio de vidas inocentes. Y lo peor viene a ser el olvido y cómo el último genocidio siempre parece borrar e ignorar al anterior. 

Estos olvidos también los padecemos en Colombia ante las continuas masacres que sufre la población rural, generadas por los diferentes actores armados de nuestro conflicto, que está a punto de cumplir, en seis años, un siglo.

Las guerras pueden ser eternas porque se alimentan de venganzas y, con ellas, se entra en un círculo vicioso que difícilmente se puede detener. Por ello, vale la pena volver a Esquilo y recordar la Orestíada porque las Erinias o las Furias, esas diosas de la venganza, eran divinidades infernales que imponían la locura. Aullaban y vomitaban sangre y su cabellera era un manojo de serpientes. Cuando la Diosa Atenea decide salvar a Orestes, a partir de la creación de un tribunal de justicia, por el hecho de que la venganza lo enfrentaba al máximo dilema insoluble debido a que Orestes debía vengar la muerte de su padre matando a su madre, y por ello sería perseguido por la Erinias de su padre, Atenea decide crear un gran tribunal de justicia con jueces y jurado. Al final, será ella quién romperá el empate y absolverá a Orestes, buscando así acabar con el interminable ciclo de las venganzas.  A su vez transformará a la Erinias, desarticulándolas y con ello la ley del Talión, cambiando su función y confiriéndoles un puesto de honor en la ciudad. Pero también deberán dejar la maldad y comenzar a dialogar con los ciudadanos, y se transformarán, volviéndose gentiles, se vestirán con túnicas y renunciarán a toda venganza. Ya no serán las Furias o Erinias sino que pasarán a ser las Euménides que significa las benévolas. 

Ojalá Atenea volviera a bajar al Medio Oriente con las Euménides, acabara con este ciclo de venganzas e impusiera de nuevo los tribunales, la justicia, la benevolencia, a cambio de las retaliaciones y la sangre.

Como ven, quizás sea yo un escritor utópico, pero prefiero la utopía al apocalipsis. Y, por lo tanto, voy a formular lo que también pueden parecer unas preguntas utópicas, pero en este momento creo que son convenientes y merecen tenerse en cuenta, porque la utopía y la ficción siempre nos ayudan a pensar. ¿Qué hubiera sucedido si el gobierno de Netanyahu, en vez de lanzarse a una brutal retaliación y venganza, después del 7 de octubre, hubiese recapacitado y pensado en la lección que nos han dejado líderes como Martin Luther King, Nelson Mandela y Mahatma Gandhi?  Estos prohombres entendieron que la no agresión, el dejar a un lado la venganza, la retaliación, la sangre, el no atacar, sino dialogar y aceptar la existencia del otro, son los únicos caminos posibles para la resolución de los conflictos. Gandhi logró hacer ceder a un imperio fuerte e implacable como el Británico. Mandela luchó contra el injusto apartheid que los ahogaba y, cuando llegó al poder, en vez de vengarse contra quienes crearon esta desigualdad y miseria, terminó por unir en vez de fragmentar a su país; y Martin Luther King, con sus sueños y la no violencia, acabó siendo el gran líder y héroe de los derechos civiles en los Estados Unidos. Hasta hoy continúan sus sueños y discursos resonando. 

Nadie duda que Israel es un país militarmente fuerte, con un ejército y un armamento implacables.  Pero, como bien lo explicaron King, Mandela y Gandhi, el dilema, en últimas, no es de fuerza sino ético. Y el pueblo judío históricamente venía acompañado de una ética que el actual gobierno de Israel parece haber olvidado, y que se resume en la famosa frase del Rabino Hillel: “No hagas al prójimo, lo que no quieres que te hagan a ti”. 

Este mundo está lleno de crisis y guerras en cada esquina y a punto de estallar, con unos líderes cuestionables de lado y lado, en donde priman los fundamentalismos religiosos, con sus odios y resentimientos, tanto por parte del gobierno encabezado por Netanyahu con sus colonialistas mesiánicos asesinos, como de Hamas con su reprobable celebración del martirologio, que solo conduce a La Muerte Como Forma de Vida, como bien tituló uno de sus libros de ensayos el lúcido novelista israelí David Grossman, sobre este conflicto que ya cuenta con 76 años.

Nos existe otra solución que la de los dos estados entre el mar y el Jordán. 

Primo Levi, en su libro Si Esto es un Hombre, nos recuerda que generalmente estamos convencidos de que nuestras acciones siempre las hacemos de buena fe, pero que las acciones del otro, el enemigo, siempre son el producto de la maldad y la mala fe. Este prejuicio nos conduce inevitablemente a la deshumanización del otro, lo cual nos permite atentar contra la vida sin mayores remordimientos. Por ello, insiste Primo Levi, debemos comprender que la naturaleza humana es compleja porque nadie es totalmente bueno ni totalmente malo. Nuestra condición termina por ser intrincada y, en últimas, es una mezcla de bondades y maldades, que forman parte de todo ser humano. Es fundamental que nos miremos y nos encontremos en el rostro del otro, como bien lo señalaba el filósofo Emmanuel Levinas, para reconocernos en nuestra compleja condición de seres humanos y empezar a romper con los estereotipos y odios y a abrir los caminos de la convivencia. 

Vale la pena recordar que la paz no se hace con los amigos sino con los enemigos. Y la paz pude ser fría, pero lo importante es que persista y sobreviva, como la que se ha mantenido entre Egipto y Jordania e Israel desde hace más de 3 décadas. 

Si se continua en la lógica de las venganzas, represalias y guerras, solo se conquistará la paz, pero la de los muertos y no la de los vivos, que es la que, en últimas, merecen ambos pueblos. 

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