Los trasteos de la espada de Bolívar
7 Julio 2022

Los trasteos de la espada de Bolívar

Aunque parezca increíble, el traslado de durante la posesión presidencial no ha sido el más difícil ni el más peligroso de la espada de Bolívar. Conozca la historia de los viajes de la icónica arma desde el robo del M-19, hace 50 años, hasta hoy.

Por: Patricia Lara Salive

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Un estropicio de vidrios interrumpió el silencio que invadía la Quinta de Bolívar de Bogotá a las cinco de la tarde del 17 de enero de 1974, cuando ya no quedaban visitantes y el personal del museo estaba haciendo las cuentas de la jornada.

Álvaro Fayad, el tercer hombre del Movimiento 19 de Abril, M-19, que salía a la luz ese día, con otros compañeros, provistos de una varilla terminada en forma de pata de cabra, rompieron el candado y la cerradura del cuarto donde dormían Bolívar y Manuelita, y atravesaron la habitación hasta que llegaron a la salita contigua, donde estaba la urna de vidrio que contenía la espada y los espolines del Libertador. 

Álvaro Fayad, quien sustrajo la espada del Libertador de la urna que la contenía en la Quinta de Bolívar.

Fayad se detuvo frente a la urna, se arregló los guantes de caucho blanco, tomó la varilla con las dos manos y la dejó caer sobre el cristal. “En el silencio del salón, asustaba el ruido de los cristales al romperse”, relató en el libro Siembra vientos y recogerás tempestades. “Tuve que romperlos otra vez: por encima no cupo la espada. La saqué por un lado… La espada de Bolívar era pequeña… La empuñadura era dorada. Estaba desenvainada. La vaina se veía envejecida. (Su espada ya era nuestra)”, agregó. 

“Cogimos los espolines del Libertador”, continuó. “También estaban en la urna. Eran dorados, pequeños… Uno estaba roto. Ello aseguraba que eran los legítimos. Se los entregué al Mono Pedro, el compa que entró conmigo. Regresamos nuevamente a la alcoba. Con cuidado, sobre la cama de Bolívar y Manuelita, dejamos las proclamas”.

Esa proclama, si bien la habían inspirado varios militantes del M-19, la redactó finalmente el poeta Nelson Osorio, quien la tituló “Bolívar, tu espada vuelve a la lucha”.

En el libro, Fayad explicó la razón de esa acción: “Bolívar había asumido la guerra de la independencia como una tarea del pueblo en armas. Él llamó a combatir a los esclavos, a los mulatos, a los mestizos, a todas las clases sociales… El pueblo entero conformando el ejército libertador… Nuestra revolución, la de Colombia (…) será una revolución inspirada en Bolívar… De ahí que su espada, en nuestras manos, se haya convertido hoy en un mito no solo para nuestro pueblo sino para los militares que nos torturaron durante horas, durante días, seguido, sin dormir, sin comer, preguntándonos dónde está la espada, quién la tiene…“Dónde está la espada… Dónde está Pablo, dónde está la espada, Pablo, la espada, Pablo…”

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Pablo, como le decían a Jaime Bateman, fundador y jefe del M-19, hacía tiempo que les había propuesto a las Farc, guerrilla a la que había pertenecido, que se apoderaran de la espada de Bolívar y la convirtieran en el símbolo de su lucha. Pero a las Farc les pareció una locura la idea. Sin embargo Bateman siguió con su obsesión, y cuando reunió al primer núcleo que conformó el M-19, compuesto además por Iván Marino Ospina, Álvaro Fayad, Carlos Pizarro, Luis Otero y otros, les hizo la propuesta y comenzaron a trabajar en ella.

Jaime Bateman Cayón, comandante general del M-19 desde su fundación, en enero de 1974, hasta su muerte, en abril de 1983, aparece en esta foto en atuendo de guerrillero, con el escudo del M-19 detrás de él, que tiene estampado un mapa de Colombia sobre el que reposa la espada de Bolívar. De la espada del Libertador, dijo Bateman en el libro <em>Siembra vientos y recogerás tempestades</em>:

Primero realizaron la inteligencia del lugar: Bateman fue varias veces a la Quinta de Bolívar para observar todos los detalles. Varios militantes, entre quienes se encontraban Edy Armando, director del teatro La Mama, y María Eugenia Vásquez, autora del libro Escrito para no morir, Premio Nacional de Testimonio del Ministerio de Cultura, verificaron en múltiples ocasiones las horas de entrada y de salida del personal, las de mayor afluencia de gente, en fin, obtuvieron toda la información necesaria para que con el robo de la espada se corrieran los menores riesgos. 

Luego decidieron ambientar la operación y, cuatro días antes, Luis Otero, disfrazado de agente vendedor de vermífugos, con saco y corbata, llenó de remedios un maletín Samsonite, llevó unos artes a los periódicos, dijo que trabajaba para los Laboratorios Oscar G, pidió que le publicaran cuatro avisos y pagó la publicidad en efectivo. Entonces, a partir del día siguiente, los principales diarios del país publicaron avisos que decían: “M-19… ¿Falta de memoria? ¿Falta de Energía? Espere… Ya viene…” Y el último aviso anunciaba: “Hoy llega el M-19”.

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Ese día, Fayad se disfrazó para que nadie lo reconociera. Pero cuando salió de la Quinta de Bolívar con la espada del Libertador oculta bajo una maxi ruana de colorines, que parecía un zarape mexicano, el camarógrafo Carlos Sánchez Méndez, hermano del famoso actor Pepe Sánchez, que debía manejar el carro donde se montarían Álvaro con la espada, el Mono Pedro, y una francesa novia de Carlos, le dijo, “Qui’hubo, Fayad”. 

Hacía cerca de ocho años que no se veían.

“No puede ser que duré como siete horas disfrazándome y usted me reconoce de una”, le contó Sánchez a Cambio que le dijo Fayad.

Ambos soltaron la carcajada.

Fayad relató en Siembra vientos… que Bateman estaba esperándolos. “De afán, con la espada de Bolívar bajo la ruana y con los espolines entre una mochila de fique”, -dijo-, “nos montamos en el Renault 6 que nos aguardaba a la salida de la Quinta de Bolívar. El carro era prestado. Como ya oscurecía, intentamos encenderle las luces. Hacíamos funcionar los limpiaparabrisas. Los deteníamos. Hacíamos saltar el agua sobre los vidrios. Pitábamos… Movíamos todas las palanquitas, y las luces no prendían… Por eso una de las primeras tareas que nos pusimos en la organización fue la de aprender a manejar. Solo Pablo y dos o tres más sabían hacerlo entonces… Sin luces, casi de noche, corriendo el riesgo de que nos detuviera la policía de tránsito, atravesamos Bogotá. Dejamos la espada en un lugar seguro”. 

Según le dijo a Cambio Carlos Sánchez, quien había militado en el MRL fundado por Alfonso López Michelsen y había sido cercano al ELN, cuando pasaron por la calle 19 con carrera quinta vieron a Bateman tomando cerveza y comiendo fritanga en un quiosco. Se había situado en ese lugar para observarlos cuando bajaran y así chequear que el operativo hubiera salido bien. No se detuvieron. Sánchez se devolvió por la carrera quinta y dejó al Mono Pedro en la calle 17 con carrera 10. Fayad se quedó en la carrera quinta con calle 30. “Siga por ahí que ahora lo recojo”, le dijo Sánchez, quien continuó en el carro con la espada y su novia francesa. Entonces llegó cerca de la casa de un estudiante de ingeniería de la Universidad Distrital, Ernesto Sendoya, localizada en la calle 26 con carrera quinta, una zona que por esa época estaba llena de bares, prostíbulos y fumaderos de bazuco. La francesa tapó la espada con el zarape que había dejado Fayad, introdujo en una mochila los espolines y los estribos, descendió del carro, entró a la casa de Sendoya, y se los entregó junto con la espada del Libertador. 

Días después, con la ayuda de Sendoya, Sánchez tomó la famosa foto en la que aparece la espada de Bolívar junto a la vaina, los estribos, los espolines y un mapa de Latinoamérica. Se la dio a Bateman. Y casi un mes después, el 15 de febrero de 1974, esa fotografía se publicó en la primera edición de la revista Alternativa, con un pie de foto que decía: “Apareció la espada de Bolívar. Está en Latinoamérica”. 

Foto de la espada publicada en la revista <em>Alternativa.</em>

Luego de dejar a su novia con la espada en casa de Sendoya, Carlos Sánchez continuó por la carrera quinta, recogió a Fayad en la calle 32 a la altura del colegio de San Bartolomé, y siguió hacia el norte, donde debían entregar el carro y dejar las armas.

“Al frente de las instalaciones militares de caballería”, relató Fayad en Siembra vientos.., “entre un carro, nos esperaban Pablo, Iván y otros compañeros. 

“Solo disponíamos de las armas que utilizamos para recuperar la espada, y ellos tenían que tomarse inmediatamente el Concejo de Bogotá.

_Qui’hubo_ preguntó Pablo.

_Bien_ contestamos nosotros.

_¡Pásenlas! Vamos para la otra_ dijo él.

A eso de las siete de la noche, llegaron al Concejo de Bogotá. Se bajaron del carro… Gustavo Arias, Boris, disfrazado de mayor del Ejército, les dijo a los guardias que habían dado un golpe militar. Entonces los policías comenzaron a obedecer órdenes inmediatamente… 

Entraron al recinto. Dejaron la proclama: 

“El Concejo del Común decide: congelamiento de arriendos… Aumento de salarios…”

Antes de salir, con aerosol negro, embadurnaron de letreros las paredes:

“Con el pueblo, con las armas, con María Eugenia al poder. Movimiento 19 de Abril, M-19”.

(Se referían a María Eugenia Rojas, la hija del general, porque muchos, en el país, creían que a su padre le habían robado las elecciones el 19 de abril de 1970). 

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Fayad continuó su camino… Comenzada la noche, llegó a un apartamento construido dentro de una casa situada en la calle 118 con carrera 9, donde vivían Jaime Bateman y su compañera, Esmeralda Vargas, muy amiga de Fayad, porque los unía su afición por la literatura.

“Esa noche la emoción fue muy grande”, le dijo Esmeralda a Cambio. “Cuando llegaron a la casa Pablo y Álvaro, ya todo se había hecho. Y todo había salido muy bien: no había habido tiros, nada, la recuperación de la espada, la toma del concejo…”.

“Esa noche no sé dónde durmió la espada”, afirmó Esmeralda. 
 

Jaime Bateman con su compañera, Esmeralda Vargas, y sus hijas, Natalia y Catalina Bateman. Archivo familiar.

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La noche del 17 de enero de 1974 la espada durmió en casa de Ernesto Sendoya y duró allá unos diez o quince días más. En ese sitio la limpiaron, le quitaron el óxido y Carlos Sánchez le tomó las fotografías. 

Sin embargo Bateman quería que la espada de Bolívar estuviera en un lugar absolutamente seguro. Entonces buscó a Argemiro Plaza, un economista con estudios de ingeniería sanitaria, aficionado al ajedrez y, según le contó él a Cambio, le dijo: “Te voy a dar a guardar algo muy importante, que no puede caer, hermano, no puede caer... Debes buscar un sitio muy seguro”.

“Nos fuimos en un jeep Willis amarillo, largo, el Flaco (ese era el otro nombre que le daban a Bateman) y yo”, continuó Argemiro. “Yo iba manejando. Y cerca a la Tadeo me dijo el Flaco: “Espérame aquí”. Atravesó la 26, donde entonces había unas casas de invasión. Después llegó con una sábana envuelta. Ahí escondía la espada, la vaina, los espolines y los estribos. “¿A dónde vamos?”, me preguntó. A la casa del poeta, le respondí. Yo había consultado con Boris de Greiff, el ajedrecista, hijo del maestro León, si estaba dispuesto a guardar la espada de Bolívar en casa de su padre. De inmediato me respondió: “Listo, ¡bienvenida!”. 

Entonces la espada, la vaina, los espolines y los estribos del Libertador, se guardaron sobre una repisa, contra una pared, ocultos por una fila de discos de 75 revoluciones. La repisa estaba localizada en el estudio que quedaba encima de la sala, en el segundo piso de la casa del gran poeta antioqueño León de Greiff, situada en la carrera 16 A # 23-35. 

No obstante, a diferencia de lo que se ha comentado siempre, según le dijo a Cambio Alexis de Greiff, nieto del poeta, el maestro León no supo que en su casa se ocultaba la espada del Libertador. En esa época, él ya estaba por los 80 años. Sin embargo, Esmeralda Vargas le dijo a Cambio que Bateman, Fayad y ella habían sido buenos amigos del maestro.

“Años después”, comentó Alexis, “cuando mi tío Boris me señaló la repisa con el dedo y me dijo, ‘ahí estaba la espada’, me quedé de una pieza, porque la versión que yo siempre había tenido en la casa era la de que esa historia era mentira”.

Alexis le contó a Cambio una anécdota digna de los cuentos de García Márquez: resulta que en el gobierno de López Michelsen, y en los gobiernos siguientes, los militares vivían con la obsesión de encontrar la espada de Bolívar. De hecho, el antiguo dirigente del M-19, Antonio Navarro, le dijo a Cambio que, cuando lo capturaron, “al primer coscorrón”, de los muchos que le dieron durante 21 días, lo primero que le preguntaron fue “dónde está la espada”. Y según le contó a Cambio el poeta Juan Manuel Roca, a su tío, el poeta Luis Vidales, lo detuvieron en 1979 porque corría el rumor de que la espada de Bolívar estaba escondida en la casa de un poeta.

Antonio Navarro Wolff, jefe de la Alianza Democrática M-19.

Pues sucedió que unos tres o cuatro años antes, la espada estuvo a un poco más de metro y medio de la cabeza del presidente de la república: resulta que él, Alfonso López Michelsen, había visitado en una ocasión al maestro León de Greiff porque quería hacerle un homenaje. Y el poeta lo recibió en la sala de su casa, localizada justo debajo del estudio donde se encontraba la repisa en la que se hallaba escondida la espada del Libertador.

El presidente Alfonso López Michelsen en la casa de León de Greiff el 22 de julio de 1975, cuando el poeta cumplió 80 años (extremo izquierdo de la foto). También aparecen, entre otros, su hermana Leticia, el presidente López  y, en el extremo derecho, Belisario Betancur, quien era presidente de ANIF.

Después de la muerte de León de Greiff, ocurrida el 11 de julio de 1976, cuando él tenía 81 años, Bateman se preocupó e hizo que Boris sacara la espada, los espolines y la vaina de la casa del poeta..

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“Pablo llevó la espada con la vaina y los espolines a la casa donde vivíamos, en la carrera 9 con calle 118”, le contó Esmeralda Vargas a Cambio. “Yo la recibí. Sentí una gran alegría; tenerla en las manos fue interesante. Era una espadita de 50 o 60 centímetros que no se usaba tanto en las batallas. Era más bien simbólica. La envolví en papel Kraft, cafecito, como el de las bolsas de mercado, y la puse en la biblioteca de madera detrás de los libros, casi a la vista de cualquiera, porque Pablo tenía la idea de que las cosas mientras más se escondían más las encontraban… Él estaba muy emocionado: sentía que la espada iba a convertirse en un símbolo muy importante del pensamiento bolivariano… Recuerdo que Natalia, nuestra hija, estaba chiquitica…”.

Todo indica que la espada permaneció bajo la custodia de Esmeralda durante más de dos años, hasta fines de octubre de 1979, cuando el Ejército capturó a Álvaro Fayad a raíz de la represión que se desató por el robo que le hizo el M-19 al ejército de más de 5.000 armas que tenía guardadas en el Cantón Norte de Bogotá. No obstante que ella no pudo recordar que apenas lo detuvieron, les entregó la espada de Bolívar a Valentín Saez y a Elvira Ortiz, una pareja de contadores muy cercana a la familia Bateman Vargas, aceptó que la captura de su gran amigo Fayad la afectó, que por eso pudo tener un bache en la memoria y que, por precaución, debido a que Álvaro sabía que la espada estaba en su casa, pudo habérselas dado a guardar a Elvira y a Valentín. 

Valentín le dijo a Cambio que Esmeralda les entregó la espada, la vaina y los espolines del Libertador a Elvira, que ya murió, y a él, en la casa de la 118 con carrera 9, la noche en que se supo que Fayad había sido capturado.

“Esa noche, y por dos o tres meses más”, -le dijo Valentín a Cambio-, “la espada, la vaina y los espolines estuvieron en mi casa, envueltos en papel, primero en un patiecito cubierto, a un lado del lavadero, y después en un cuarto que había atrás, en una cama de esas que tienen un cajón debajo del colchón y hace las veces de tapa que se abre. Cuando arreció la persecución, y cayeron unas armas en la calle 85 con Avenida Circunvalar, me dije: la espada no puede caer. Entonces la metí en un tubo de plástico blanco como de 10 centímetros de diámetro, le puse grasa gruesa de la que se usa para los carros, la tapé y hablé con mi hija Licenia”. 

“La espada la tuvimos un tiempo guardada en el baúl del carro”, le dijo Licenia a Cambio. “Luego mi papá, mi mamá y yo, junto con mi novio, José Enrique, que siempre nos apoyó, la llevamos a una finca que su papá tenía después de Albán, por donde queda Pollos Campeón, y la enterramos cerca a unos árboles de guayaba y limón. Cuando fuimos a sacarla, casi no la encontramos. Duramos como media hora buscándola. El tubo estaba lleno de agua. Pero gracias a la grasa gruesa que tenía, la espada no se oxidó”.

“Ese domingo en la noche, cuando la subimos a Bogotá (los espolines se habían quedado en la casa porque no cabían en el tubo)”, -le contó Valentín a Cambio,- “llegaba un presidente y, por la zona del aeropuerto, había mucho ejército. Entonces comenté que el Ejército estaba rindiéndole honores a la espada de Bolívar. La espada, guardada entre el tubo blanco de cerca de diez centímetros de diámetro, y los espolines envueltos en papel, permanecieron varios días en nuestra casa del barrio La Esmeralda, sobre la mesa auxiliar que había en el patiecito contiguo a la cocina. Después Elvira entregó la espada y los espolines”.

Lástima que Elvira esté muerta y que Cambio no pudo preguntarle su parte en la historia. Pero Valentín y Licenia dijeron que Esmeralda le pidió a Elvira que entregara la espada, y que ella se la llevó a los cubanos. Sin embargo, aquí surge otra discrepancia producto de la distancia que los hechos tienen en la memoria de los protagonistas: Esmeralda, a quien le sonó la historia de que la espada había estado en una finca, le insistió a Cambio en que ella sola, cuando Catalina Bateman, su segunda hija, estaba muy pequeña aún, le entregó la espada, la vaina y los espolines del Libertador a un funcionario de la embajada de Cuba en Colombia a quien le decían Gari, en una calle muy cercana a su casa, durante una noche de apagón. Pero Gari ya murió, y Cambio no pudo recuperar su pedacito de historia. No obstante Elvira le dijo a Valentín que la noche de la entrega de la espada y los espolines a Gari, había habido un apagón. Y en ese recuerdo coincidieron Esmeralda y Valentín, durante la llamada conjunta, de careo amistoso, que les hizo Cambio. De modo que lo más probable es que Elvira le hubiera llevado a Esmeralda la espada, la vaina y los espolines del Libertador, y la hubiera acompañado a entregárselos a Gari, en una calle cercana a la casa de los Bateman Vargas, en una noche de apagón.

El cubano Manuel Piñeiro Lozada, el famoso comandante Barba Roja guardó durante más de una década la espada de Bolívar.

En lo que todas las fuentes coinciden es en que Gari mandó para La Habana, en valija diplomática, los objetos del Libertador. Y allá, el famoso comandante Barba Roja, Manuel Piñeiro, Jefe del Departamento de América del Partido Comunista, quien murió en marzo de 1998, guardó bajo llave, en un armario de su oficina, la espada de Bolívar que se convirtió en el símbolo más importante de la lucha del Libertador. Hay que aclarar que, en ese entonces, el presidente de Cuba, Fidel Castro, estaba enfurecido con el presidente de Colombia, Julio César Turbay porque, a fines de 1978, Colombia había lanzado su candidatura al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, sin que tuviera posibilidad alguna de triunfar, solo con el objeto de atravesársele a Cuba que era el candidato del Grupo Latinoamericano. ¡En Naciones Unidas se llegó a votar 155 veces! Incluso, el 31 de diciembre, los delegados a la Asamblea de la ONU lo pasaron votando. El impase se resolvió cuando Cuba y Colombia, al fin, retiraron sus candidaturas, y México fue elegido miembro del Grupo Latinoamericano al Consejo de Seguridad. Así, Turbay le hizo el mandado a Estados Unidos. Pero Fidel Castro sintió con ese comportamiento del mandatario colombiano una gran humillación, pues en ese momento él, como presidente de Cuba, también lo era del Movimiento de Países No Alineados. Y por todo lo anterior, decidió apoyar de frente al M-19 y darles a sus hombres protección y entrenamiento militar. De ahí que, a raíz de la captura de una columna de esa guerrilla que en marzo de 1981 desembarcó en el departamento de Nariño, y de las declaraciones que entonces dio a la prensa el joven guerrillero Hermes Rodríguez Benítez, quien dijo que los miembros de la columna habían sido entrenados en Cuba, Colombia “suspendió” (ese fue el término que utilizó el gobierno) sus relaciones diplomáticas con el régimen de la isla. 

La espada de Bolívar, resguardada por un forro de cuero café oscuro, permaneció bajo llave en un armario que había en la oficina de Piñeiro, hasta mediados de los años 80, cuando Fayad, entonces jefe del M-19, pidió que la enviaran de nuevo a Panamá porque quería tenerla cerca, ya que quizás iban a devolverla. Así, pues, la espada viajó otra vez en valija diplomática hasta la embajada de Cuba en Panamá, donde quedó guardada en una caja fuerte. Pero después de la cruenta toma del Palacio de Justicia por parte del M-19, Fayad fue acribillado en un operativo realizado por la policía en el barrio Quinta Paredes de Bogotá, el 13 de marzo de 1986. Entonces la espada quedó ahí, como en el aire, en la caja fuerte de la embajada cubana en Panamá.

El Presidente de Cuba, Fidel Castro, ordenó que la espada de Bolívar solo se la entregaran, en persona, al jefe de la Alianza Democrática M-19, a nadie más. Crédito: Colprensa.

El 23 de abril de 1988, el entonces guerrillero del M-19, Gustavo Petro, hoy presidente electo, le dio una entrevista al periodista Daniel Coronell, en esa época jefe de redacción del Noticiero Nacional. Coronell le preguntó si habían pensado festejar el cumpleaños del M-19 entregando la espada de Bolívar y Petro, luego de denunciar la desaparición, en manos del DAS, de sus compañeros Jaime Bermeo, Fernando Erazo, Bertha de Erazo y Benjamín Muñoz, respondió: “Íbamos a presentar los contenidos y los objetivos de la lucha de Bolívar; nosotros íbamos a presentar la espada de Bolívar, que se concreta no en el pedazo de metal que le pertenece al pueblo, sino en una propuesta de paz para el país y en nuestra vocación por construir una nación del tamaño de los sueños de Bolívar. La espada de Bolívar será presentada públicamente, está en Colombia, seguirá en Colombia, (…) en las manos del M-19 y (…) en las manos del pueblo colombiano, hasta que en este país se conquisten los objetivos del Libertador, los objetivos de justicia social, de paz para todos y de verdadera democracia”. 

Entrevista de Daniel Coronell a Gustavo Petro en 1988

Sin embargo, la espada del Libertador no estaba entonces en Colombia, como dijo Petro. Seguía en la caja fuerte de la embajada de Cuba en Panamá, y allá permaneció hasta fines de 1989, cuando Piñeiro llamó a un funcionario de esa embajada y le ordenó: “Mándame ese tenedor para acá. ¡Ese tenedor no puede perderse, para que estés claro!” El tenedor, como los cubanos llamaban a la espada, se movilizó entonces hasta el aeropuerto de Tocumen por entre las calles donde seguro patrullaban los marines norteamericanos que habían invadido a Panamá; regresó en valija diplomática a La Habana; y volvió a guardarse bajo llave en el armario de la oficina de Piñeiro.

El presidente electo, Gustavo Petro, aspira a que en estos años la espada quede expuesta, como antes, a la mirada pública.

A fines de 1990, cuando ya en Colombia se había elegido la Asamblea Nacional Constituyente, según le dijo a Cambio Otty Patiño, constituyente electo por el M-19, él viajó a Caracas y buscó al embajador de Cuba en Venezuela, Norberto Hernández Curbelo, un hombre alto, brillante, buen mozo y divertido. En esa época, Colombia y Cuba continuaban con las relaciones rotas. Patiño le pidió al embajador que devolvieran la espada de Bolívar. Hernández consultó con La Habana, y Fidel Castro mandó a decir que solo le entregaría la espada del Libertador a Antonio Navarro, entonces máxima autoridad de la Alianza Democrática M-19.

“Norberto le contó la historia a Carlos Andrés Pérez”, le dijo Navarro a Cambio. El presidente de Venezuela organizó entonces un encuentro para que el embajador de Cuba le entregara la espada de Bolívar a Navarro. “Pedí que invitáramos a Gabo”, dijo Navarro. “Yo viajé de Bogotá al aeropuerto de Maiquetía en un vuelo chárter y fui a una casa presidencial localizada junto a una playa rosada, de corales, preciosa. Allá pernoctamos Carlos Andrés, Gabo y yo”.

El escritor Gabriel García Márquez fue uno de los testigos de la entrega, en 1991, de la espada de Bolívar, por parte del embajador de Cuba en Venezuela, a Antonio Navarro, Jefe de la Alianza Democrática M19. Crédito: Colprensa.

Al día siguiente, el embajador Norberto Hernández llegó a esa casa presidencial de Venezuela con la espada de Bolívar, que había viajado de nuevo en valija diplomática desde La Habana hasta Caracas. Navarro, quien en ese entonces, enero de 1991, era constituyente electo y sería uno de los tres presidentes de la magna asamblea, que se instaló el 5 de febrero de 1991, cogió la espada, la miró y se dio cuenta de que era muy pequeña y su mano no podía empuñarla. Entonces la empacó y la llevó a Bogotá en el mismo chárter que lo esperaba en el aeropuerto.

Esa noche, según le dijo a Cambio Otty Patiño, la espada de Bolívar, por razones de seguridad, no durmió donde Navarro sino en su casa. 

Dos días después, Navarro reunió a los hijos e hijas de Bateman, Fayad, Pizarro, Elmer Marín, Otty Patiño y Rubén Carvajalino, entre otros; les mostró la espada; les permitió observarla y tocarla; y luego, en un acto especial en la Quinta de Bolívar, se la entregó envuelta en la bandera nacional al presidente César Gaviria, quien la hizo trasladar a una caja de seguridad localizada en el Banco de la República.

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Allí permaneció hasta 1998, cuando el presidente Andrés Pastrana pidió que la trasladaran a la Casa de Nariño. Según le dijo Pastrana a Cambio, apenas se posesionó, hizo que le llevaran tanto la espada de Bolívar como la monja pintada por Botero, la cual, según Pastrana, el presidente Ernesto Samper había hecho retirar de la Casa de Nariño a raíz de su pelea con su hijo, el exministro de Defensa, Fernando Botero. Pastrana le contó a Cambio que colocó la espada de Bolívar en su oficina, sin urna, sobre una consola.

Allá la vio Antonio Navarro por primera vez, cuando fue a la Casa de Nariño a visitar al presidente. “Pastrana me mostró la espada”, le dijo Navarro a Cambio. “Yo la cogí, y me di cuenta de que era muy pequeña y la mano no me cabía entre la empuñadura”.  

Al terminar su gobierno, -le relató Pastrana a Cambio-, él devolvió la espada de Bolívar al Banco de la República. Y agregó que una vez que se había reunido con su homólogo venezolano, Hugo Chávez, le contó que tenía la espada del Libertador en su oficina. Entonces Chávez le manifestó que le iba a regalar una réplica y, poco después, se la mandó. Pero esa espada era mucho más grande y estaba llena de zirconios. Según le dijo Pastrana a Cambio, esa no era la réplica de la espada de las batallas de Bolívar, sino de una que le regalaron en el Perú al Libertador como signo de gratitud. No obstante, el regalo de la réplica de la espada que le hizo Chávez, no ha hecho muy feliz a Pastrana, porque también se las regaló a Muamar el Gadafi y a Sadam Hussein. Y como ambos están muertos, Pastrana es supersticioso y él es el único que queda vivo, ¡teme correr la misma suerte! 

La espada de Bolívar duró guardada en el Banco de la República durante los 16 años de los gobiernos de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos. Por lo menos Santos le dijo a Cambio que la espada del Libertador nunca estuvo en la Casa de Nariño en su gobierno. Y no es probable que Uribe la hubiera hecho llevar a palacio. De modo que la espada de Bolívar solo regresó a la Casa de Nariño en el gobierno de Iván Duque, el 24 de julio de 2020, con motivo de la conmemoración de los 237 años del natalicio del Libertador.

Hoy en día la espada de Bolívar reposa en esta urna, en la Casa de Nariño. Archivo particular.

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Que la espada estaba en la Casa de Nariño lo supo Cambio el 25 de junio pasado, a raíz de la entrevista que, por primera vez, un medio de comunicación, le hizo al presidente electo Gustavo Petro. En ella, entre otras cosas, Petro dijo: 

“Ayer tuve una experiencia (…) que no estaba en mis planes. Yo fui a hablar con Duque (...) Al principio estuvo frío pero se fue humanizando en la conversación y, al final, (…) me llevó a un rincón del Palacio. En un pasillo había dos de estos soldados vestidos de la época de la independencia (…)  Entonces me dijo: "Yo quiero mostrarle esto" (…) Vi la urna y ahí estaba la espada de Bolívar (…) Es la espada de la justicia y por eso nosotros la recuperamos y la entregamos.(Luego) la metieron en una bodega y nunca más volvimos a saber de la espada. Y ayer la vi, y nunca la había visto. Yo le había dicho a Santos alguna vez: ¿Por qué no me entrega en la alcaldía la espada de Bolívar? Eso no pasó. Pero estaba ahí. Vi la espada. Y esa espada me toca guardarla a mí ahora”.

Y esta semana, cuando esta reportera le preguntó al presidente electo, Gustavo Petro, qué piensa hacer con la espada, respondió: “La espada de Bolívar es del pueblo colombiano y solo se envainará cuando haya justicia en Colombia, dijo su primer dueño, el Libertador Bolívar. Bajo esas indicaciones, la espada de Bolívar debe estar siempre en exposición pública y desenvainada. Algún día, cuando el país tenga mucha justicia, habrá un acto oficial de envainar esa espada que seguirá siendo del pueblo. Así que lo que aspiro en estos años es a que esa espada quede expuesta como antes a la mirada pública, a la visita pública (…) y también aspiro que las ejecutorias del gobierno puedan llevar en un futuro próximo a envainar esa espada, ojalá la última arma que se esgrima en la nación”.

Así, pues, todo parece indicar que será el presidente Petro, antiguo guerrillero del M-19, quien regresará a su morada original la espada del Libertador.

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